De La habitación oscura, de Isaac Rosa, p.83-84
una
demolición con lluvia de cascotes y fragmentos cortantes, una ruptura con
gritos nocturnos y objetos de
decoración estrellados contra las puertas blancas, un violento enfrentamiento
judicial por el reparto de los bienes comunes incluido el hijo, con abogados,
demandas, medidas provisionales, régimen de visitas, sentencia, segunda
instancia, gritos en la sala frente a la juez, gritos a la puerta del juzgado,
gritos por teléfono, gritos en la calle, gritos desde el descansillo de la
escalera aporreando la puerta hasta la llegada de la policía, orden de
alejamiento, punto de encuentro familiar y un horario de visitas en miércoles
de cuatro a siete sin salir del punto de encuentro, y fines de semana alternos
en que podía lIevárselo pero sin pernocta hasta que el niño cumpliese los tres años.
Cuando los gritos cesaron y las minutas de los abogados fueron pagadas y las sentencias
releídas y la pensión domiciliada y la mudanza terminada, Andrés miró las
magulladuras que le había dejado el salto del tren en marcha: se encontró solo
en un apartamento con muebles ajenos y puertas marrones de pomos latonados, en cuyo salón dormía en un sofá
porque la única habitación la preparó para su hijo, con una cama, adornos y
juguetes que se mantenían intactos durante semanas enteras hasta la tarde en
que lo recogía en el punto de encuentro familiar y lo llevaba al apartamento
pero el niño no quería entrar a un dormitorio que no era suyo y lo miraba desde
la puerta, o incursionaba veloz para
coger un juguete y volver a salir. Andrés le acababa encendiendo el televisor y
se sentaba a su lado para ver dibujos animados hasta que llegase la hora de
volver al punto de encuentro familiar, donde lo dejaba con una psicóloga que lo
evaluaba y él regresaba al apartamento. Y como antes su hijo, ahora también él
miraba desde la puerta el dormitorio, la cama con colcha de su película favorita, los pocos jugetes en una estantería, la cómoda con los cajones vacíos.
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