Del libro Arcana caelestia, de
Emanuel Swedenborg.
UN TEÓLOGO EN LA MUERTE
Los ángeles me comunicaron que
cuando falleció Melanchton, le fue suministrada en el otro mundo una casa
i1usoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los
recién venidos a la eternidad les sucede lo mismo y por eso creen que no han
muerto.) Los objetos domésticos eran
iguales: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton
se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un
cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era
su costumbre, no dijo una palabra sobre la
caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton
les dijo: “He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la
caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe”. Esas cosas les decía con
soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando
los ángeles oyeron ese discurso lo abandonaron. A las pocas semanas, los
muebles empezaron a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la
mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se
mancharon de cal y el piso de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho
más ordinaria. [...]
Recibía muchas visitas de gente
recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan
sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de
los de la pieza del fondo, y éste los engañaba con simulacros de esplendor y
serenidad. Apenas las visitas se retiraban, reaparecían la pobreza y la cal, y
a veces un poco antes. Las últimas noticias de Melanchton dicen que el mago y
uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como
un sirviente de los demonios.
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