De La caída de Madrid, de Rafael
Chirbes, p.92
Discutían largamente en el
seminario acerca de las etapas del lento proceso de liberación de las formas
artísticas; del significado que poseían los esclavos de Miguel Ángel, que, al
romper las cadenas de la materia informe para existir como obra, iniciaban el
proceso de libertad formal e ideológica del arte contemporáneo. En los esclavos
de la Galleria della Accademia de Florencia, vela el profesor Bartos el primer anuncio
de los ready-made de Duchamp, el origen del arte moderno, con su capacidad para
hacer trizas la realidad (es decir, la representación del proyecto de realidad dejada
como herencia por las clases dominantes), para convertirla en un rompecabezas
con cuyas piezas podía construirse Otro dibujo, una realidad distinta, que
sirviera a otros patrones estéticos y a otro patrón económico, el proletariado.
La deconstrucción cubista, la
fragmentación del mundo en Joyce, el
distanciamiento de Brecht, el circulo negro que Malévich pintó para acabar de
una vez con el arte, Marinetti pidiendo que se vendieran las caducas piezas de
los grandes museos y que, con el importe de la venta, se comprase arte cubista,
los surrealistas clamando ante el féretro laureado de Anatole France: «Il faut tuer
le cadavre!. De eso se hablaba en el seminario de Juan Bartos. Quini tenía
amigos en la Escuela de Arquitectura que le pasaban los panfletos de la
Internacional Situacionista y, por eso, conocia y compartía las palabras de
Debord como una declaración de principios: .La revolución comienza como un
deseo de verdad, que es un deseo de justicia, que es un deseo de armonía, que
es un deseo de belleza.»
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