De Soñar la realidad, de Sergio Pitol, p. 31
La respuesta no se dejó esperar: una represión desmedida. De 1958 a 1960 los granaderos parecieron apoderarse de la ciudad, asombrados, tal vez, por la tozudez de trabajadores y estudiantes, quienes a pesar de los golpes, las detenciones y la tortura siguieron manifestando su descontento, repartiendo volantes, marchando por las calles, cantando canciones subversivas, haciendo chunga del gobierno. Las cárceles se llenaron de presos políticos. Con Monsiváis yjosé Emilio y una docena más de escritores y pintores hicimos una huelga de hambre convocada por José Revueltas, en solidaridad con la que en Lecumberri habían emprendido Siqueiros y otros presos políticos. Vivíamos a salto de mata, con una temeridad que sólo podía nacer de la inocencia. Dábamos por hecho que nada iba a ocurrimos y que no valía la pena preocuparse de antemano. No había en nuestra actitud afán de martirio; de ninguna manen. En mi caso personal aquello me ayudaba a desprenderme de un sentimiento de sobreprotección que empezaba a estorbarme. Entendíamos vagamente que el país requería cambios, que las instituciones políticas estaban oxidadas, que era insano que una nación estuviese perpetuamente regida por un partido único. Pero no esperábamos la violenta reacción de los grupos en el poder. Al diálogo sólo supieron responder con golpizas, detenciones y aun asesinatos.
Cada vez que releo La segunda casaca, ese notable Episodio Nacional de Pérez Galdós, me vuelve a conmover una declaración de Salvador Monsalud, su protagonista:
Yo he creído siempre lo mismo, y mucho me temo que, aun después del triunfo, sigan pareciéndome las cosas de mi país tan malas como antes. Esto es un conjunto tan horrible de ignorancia, de mala fe, de corrupción, de debilidad, que recelo esté el mal demasiado hondo, para que lo puedan remediar los revolucionarios. Entre éstos, se ve de todo; hay hombres de mucho mérito, buenas cabezas, corazones de oro; pero, asimismo, los hay tan bullangueros que sólo buscan el ruido y el tumulto; no faltando muchos que están llenos de buena fe; pero carecen de luces y de sentido común.
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