De A la sombra de las muchachas en flor, p. 308 (Lumen)
Había una alta y peor vestida que las otras, pero que parecía tener sobre ellas algún ascendiente —pues apenas respondía a lo que le decían—, de expresión más grave y más voluntariosa, a medias sentada en el pretil del puente, con las piernas colgando y un jarrito lleno de peces, probablemente recién pescados, delante. Tenía tez tostada y ojos dulces, pero mirada desdeñosa para lo que la rodeaba, y nariz pequeña, de forma fina y encantadora. Mis miradas se posaban en su piel y mis labios podían, si acaso, creer que las habían seguido. Pero no era sólo su cuerpo lo que me habría gustado conseguir, sino también la persona que en él vivía y con la que sólo hay una forma de contacto —la de llamar su atención—, una sola clase de penetración: la de despertar en ella una idea.
Y aquella persona interior de la hermosa pescadora me parecía aún cenada para mí, dudaba haber entrado en ella, aun después de haber vislumbrado mi propia imagen furtivamente reflejada en el espejo de su mirada, siguiendo un índice de refracción que me resultaba tan desconocido como si me hubiera colocado ante el campo visual de una cierva. Pero, así como no me habría bastado con que mis labios hubieran sentido placer con los suyos, sin brindárselo, a su vez, así tampoco habría querido que la idea de mí que entraría en aquella persona, que se fijaría en ella, la moviera sólo a prestarme atención, sino también a admirarme, a desearme, y la obligara a conservar mi recuerdo hasta el día en que pudiera yo volver a encontrarlo. Sin embargo, divisaba a unos pasos la plaza en que debía esperarme el coche de la Sra. de Villeparisis. Sólo disponía de un instante y ya notaba que las muchachas empezaban a reírse, al yerme así parado. Tenía cinco francos en el bolsillo. Los saqué y, antes de explicar a la hermosa muchacha el recado que iba a encargarle, mantuve un instante —para tener más posibilidades de que me escuchara— la moneda ante sus ojos:
«Como parece ser usted de aquí», dije a la pescadora, «tendría la bondad de hacerme un recadito? Ir ante una pastelería, que, según creo, está en una plaza, no sé dónde, ante la cual me espera un coche. ¡Espera¡ Para no confundirse, pregunte si es el coche de la marquesa de Villeparisis. Por lo demás tiene, como verá, dos caballos”
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