Al principio, cuando llegamos a Londres, a Angèle apenas la veía. Si durante el primer mes se acercó dos o tres veces a decir hola y a que me la trajinase, ya son muchas. Estaba demasiado ocupada, decía, con su Purcell, instalándose, afirmaba, en una avenida que yo aún no conocía por Marble Arch, en un bonito barrio parecido a l’Étoile pero aquí, en un rincón de un parque al estilo de Monceau, el Hyde (Haide). Yo nunca iba por allí, de común acuerdo, para no molestarlos. Me quedaba en mi zona, vamos, no pedía nada a nadie, que me dejasen en paz. No iba a ser yo motivo de complicaciones. Por eso, me escogió un cuartito en Leicester Street bastante decente, he de decir. Leicester es directamente el barrio de los placeres inmediatos, una zona lateral al bulevar, para que os hagáis una idea, justo en la esquina del Empire Theater. En la época de la que hablo, el Empire Theater era un escenario para revistas vivarachas. También era el momento de la propaganda para el frente. Se animaba a los ingleses de todas las maneras posibles para que se unieran a la danza, ¡y no veas lo difíciles de convencer que son los ingleses! Se les presentaba la cosa con música como un tremendo viaje patriótico y una luna de miel, con un torrente de fanfarrias, un pasmo de muslámenes cadenciosos, en un paraíso de flores eléctricas bien abiertas. A ver qué más querían. En el 22º regimiento de coraceros, las cosas eran más simples, pero para los gentlemen echaban el resto. Eran hombres refinados. Se los trabajaba a fuerza de sugestión, de whisky, de cigarrillos, de orgullo, de blondas, de cansancio. Yo no decía nada, observaba, era mi papel, pero, aun así, aquello me parecía un juego de niños. Cuando ya no tuve uniforme para pasear, su reclutador, con su pequeña escarapela y su bastoncito de mando, se acercaba a menudo para tantear mis sentimientos. Me daba un chute de amor propio, me tomaba por un novato. Tenía labia. Yo me pavoneaba. Le dejaba hacer. Por soñar que no quede. Cuando lo escuchaba, me rejuvenecía, volvía recompuesto de todo un infierno. Lo seguía escuchando por placer. Entonces, ¿no se me notaba lo del oído? ¿No se oía fuera? Iba diciendo que la calle donde vivía estaba un poco apartada de Piccadilly Circus, esa plaza donde hay tantos vehículos y la publicidad atesta los escaparates. Era una callecilla bastante traicionera, la nuestra, para ser sincero, con tiendas donde no se vendía gran cosa como no fuesen coños más o menos, pero a salto de mata, claro, en el entresuelo, a la inglesa. La planta baja, como si fuese un salón, era el lugar de descanso de los chulos, siempre alerta.
Te quiero más que a la salvación de mi alma

Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel
INCIPIT 1.552. LONDRES / L-F CELINE
Al principio, cuando llegamos a Londres, a Angèle apenas la veía. Si durante el primer mes se acercó dos o tres veces a decir hola y a que me la trajinase, ya son muchas. Estaba demasiado ocupada, decía, con su Purcell, instalándose, afirmaba, en una avenida que yo aún no conocía por Marble Arch, en un bonito barrio parecido a l’Étoile pero aquí, en un rincón de un parque al estilo de Monceau, el Hyde (Haide). Yo nunca iba por allí, de común acuerdo, para no molestarlos. Me quedaba en mi zona, vamos, no pedía nada a nadie, que me dejasen en paz. No iba a ser yo motivo de complicaciones. Por eso, me escogió un cuartito en Leicester Street bastante decente, he de decir. Leicester es directamente el barrio de los placeres inmediatos, una zona lateral al bulevar, para que os hagáis una idea, justo en la esquina del Empire Theater. En la época de la que hablo, el Empire Theater era un escenario para revistas vivarachas. También era el momento de la propaganda para el frente. Se animaba a los ingleses de todas las maneras posibles para que se unieran a la danza, ¡y no veas lo difíciles de convencer que son los ingleses! Se les presentaba la cosa con música como un tremendo viaje patriótico y una luna de miel, con un torrente de fanfarrias, un pasmo de muslámenes cadenciosos, en un paraíso de flores eléctricas bien abiertas. A ver qué más querían. En el 22º regimiento de coraceros, las cosas eran más simples, pero para los gentlemen echaban el resto. Eran hombres refinados. Se los trabajaba a fuerza de sugestión, de whisky, de cigarrillos, de orgullo, de blondas, de cansancio. Yo no decía nada, observaba, era mi papel, pero, aun así, aquello me parecía un juego de niños. Cuando ya no tuve uniforme para pasear, su reclutador, con su pequeña escarapela y su bastoncito de mando, se acercaba a menudo para tantear mis sentimientos. Me daba un chute de amor propio, me tomaba por un novato. Tenía labia. Yo me pavoneaba. Le dejaba hacer. Por soñar que no quede. Cuando lo escuchaba, me rejuvenecía, volvía recompuesto de todo un infierno. Lo seguía escuchando por placer. Entonces, ¿no se me notaba lo del oído? ¿No se oía fuera? Iba diciendo que la calle donde vivía estaba un poco apartada de Piccadilly Circus, esa plaza donde hay tantos vehículos y la publicidad atesta los escaparates. Era una callecilla bastante traicionera, la nuestra, para ser sincero, con tiendas donde no se vendía gran cosa como no fuesen coños más o menos, pero a salto de mata, claro, en el entresuelo, a la inglesa. La planta baja, como si fuese un salón, era el lugar de descanso de los chulos, siempre alerta.
INCIPIT 1.551. FRACTAL DEL SALON DE LOS PASOS PERDIDOS / ANDRES TRAPIELLO
Prólogo
ESTA mañana tenía el Rastro esa
grandeza de los días de invierno. Apenas había amanecido y ya estaban
desplegándose los primeros puestos. Todas las cosas que iban extendiendo sobre
la acera parecían oxidadas, chatarra, latón viejo; hasta los libros tenían algo
de escombros. El cielo, empañado de frío, no se sabía todavía si iba a ser azul
o gris, y desde Mira el Río se veían allá abajo, uno aquí, otro más allá, los vivacs
encendidos. Son fuegos que meten en calderos de zinc o en bidones que cortan
por la mitad y en los que hacen unos agujeros para que las llamas respiren. A
veces queman una cómoda entera, con cajones y todo, o la pata de una consola
que recuerda el cuello de un cisne. Alrededor hay siempre gitanos vestidos de
punta en negro, muy elegantes, que parecen duques. El aire entonces se llena de
un olor pestilente a barniz quemado o, por el contrario, huele a pino y a resma
de papel, que se mezcla con el olorcillo a pan reciente que sale de dos tahonas
que están casi juntas.
Luego X y yo, un poco cansados de
hacer el zapador, hemos ido a tomar un café a uno de esos baruchos del Rastro
que tienen en el escaparate tripas atadas a unos palos y cazuelas con callos
fríos. Buscar libros hay que hacerlo en ayunas, como los verdugos.
El dueño no estaba. Nos ha
servido una señora gorda que hacía bromas picantes con un buhonero que llevaba
puesto un flamante anorak de slalom, de color rojo.
JAVIER MARIAS
Fractal, Andrés Trapiello, p. 466
AMANECE el día con un pequeño
cataclismo: publicaba el periódico una andanada de Junior, el pijo volatinero,
contra EHT., a propósito de cierto artículo de este en el periódico Arriba en
1945. Le reprochaba Junior a HT. que se arrodillara ante el tirano, y HT. le
responde que más vale vivir de rodillas que morir de pie. Junior no se arredra
y vuelve hoy con aladas palabras: «Muchos murieron» para no tener que escribir lo
que escribió HT. «¡Hay que tener dignidad!» son las palabras que se
sobrentienden en las esquinas de su escrito, y Junior tiene razón, y acaso,
porque él sabe lo que es la dignidad, pasó su juventud dando volatines, que no
es exactamente un vivir de rodillas ni un morir de pie, sino una cosa
intermedia, en el aire, viviendo del aire. Franco, el gran timonel, ordenaba a
HT., alehop, y HT. caía de rodillas. X, el gran novelista, decía alehop, y
Junior pijoteaba volatinando. Se dirá que no son comparables el gran timonel y
el gran novelista; cierto, pero la vida quiere que algunas actitudes se crucen
en el camino, en una especie de grado cero del autoritarismo, ese lugar en el
que la gente podía intercambiar sus atuendos y de época y de circunstancias, y
no diferenciarse unos de otros.
Villa Giulia
Fractal, Andrés Trapiello, p. 166
Es un lugar extraordinariamente hermoso, una casa romana pasada por el Renacimiento, y que despierta en uno sentimientos diferentes, quizá complementarios. Por un lado, uno es feliz conociendo algo así. Pero por el hecho de conocerlo, se ve uno comprometido con esa misma belleza. No puede seguir viviendo de la misma manera. El ideal le obliga a uno a muchas cosas, la belleza lo mismo. Es difícil que ninguno de nosotros llegue a vivir jamás en una casa parecida, eso está fuera de toda duda (y los que son millonarios, tampoco tienen ningún interés, por lo general, en vivir en una casa como esa, ya que son millonarios, casi siempre, porque han estado alejados de esa manera de creer que el ideal es la Villa Giulia), pero después de haberla visto, debería llegar uno a la suya, pobre, en cualquier rincón del mundo, y tratar de que, en lo que es, se acerque lo más posible a su propio canon.
Vivir en Roma tiene además esa
cotidianeidad con lo que es excepcional. Llega a ser una parte de la rutina.
Todo es hermoso, llega a creer uno. Y a medida que pasan los días va
encontrando uno su rutina, que es la única fértil.
FERNANDO SAVATER
Fractal, Andrés Trapiello, p. 264
NOS contaba X que estaba haciendo
la mudanza de su casa. Los mozos de cuerda subían y bajaban. Sufría viéndolos
arrastrar los pesados muebles, tirando de las sogas a pulso, rompiéndose los
riñones. Se cruzó en las escaleras con uno de esos hombres. Cargaba con una
gran banasta de mimbre blanco, llena de libros hasta los topes. Siempre que hay
de por medio libros y operarios, parece que fuese a suceder un chiste de
almanaque.
Al verle tan sudoroso, tan
congestionado por el peso de los libros, nuestro amigo le pidió disculpas, no
como si fuese culpable de que aquello pesase tanto, sino de haber contribuido a
que en el mundo hubiera algunos libros más, para desdicha de los hombres de
carga. Así que le dijo:
-Lo siento.
-Nada, en absoluto.
El estibador era un muchachote
grande como un armario, con el cuello de un toro y la cara de un niño. El que
le dijera que lo sentía debió de tomarlo como una entrada en la conversación.
Se detuvo, tiró de la canasta hacia arriba, como si le fuese liviana, y dijo
con alegría, de muy buen humor, confidencia por confidencia:
-Peor usted, que habrá tenido que
leérselos.
PORTICO DE LA GLORIA
Fractal, Andrés Trapiello, p. 155
El Pórtico estaba encofrado por
completo con andamios, de modo que pude subirme a uno de ellos y mirar de cerca
aquellas figuras agrestes y rudas, con Santiago, el Pantocrátor y toda la corte
celestial. Eran figuras como talladas por alguien solo con el oficio a medias,
y tomadas una a una, aisladas, producirían escasa impresión o una impresión
penosa, ya que no eran más que trozos inexpresivos de piedra. Muchas esculturas
del románico es lo que no tienen, su barbarie, su carácter elemental, como esas
figurillas que se venden para hacer los belenes. Como a las figuritas de belén no
se les podía pedir a aquellas esculturas del Pórtico emociones, sentimientos, ni
siquiera la belleza del cuerpo. Casi se diría que no tienen alma. Ahora,
juntas, formaban un conjunto admirable, como esas polifonías antiguas que se
sostienen únicamente en la voz. Emocionaba de ellas saberlas depositarias de
una fe y unas vidas extraordinarias, las de todos los peregrinos que han
llegado hasta ellas desde los confines de la cristiandad.
Imaginaba lo que sería un lugar
como ese hace solo ochenta años, antes del boom del turismo. Un día de lluvia,
un corto día de invierno, los soportales de techo tan bajo, las calles
estrechas, los comercios angostos y profundos, las bombillas avaras de los
curas. Cuando se ven las fotografías en blanco y negro en las guías antiguas de
Otero Pedrayo, en la de Castroviejo, en los libros de Cunqueiro, se le encoge
el corazón a cualquiera, del tenebrismo levítico de la localidad. Y escuchar la
lluvia perpetua sobre las losas que empedran las calles, todo el día, lenta y
suave, interrumpida cada hora por las campanadas graves de las iglesias y los
conventos, y así un día y otro día ... Dejémoslo ya porque me estoy deprimiendo
yo solo.
SOLDADITOS
Fractal, Andrés Trapiello, p. 52
SUBÍAN al cuartel por la calle
Barquillo, a última hora, tres reclutas de paisano antes del toque de retreta.
Jóvenes de semblante atezado y embrutecido ya por el trabajo más duro, pero con
la belleza de la juventud en la línea de la boca, en el brillo de los ojos, en
la firmeza del cuello. Venían sin hablarse, no hostiles, pero tampoco amigos.
Compañeros pero no camaradas. Subían lentamente, de la mano del tedio. Imagino
lo que habrá sido esta tarde de paseo, errantes por Madrid, que no conocen,
hastiados de dar vueltas y con los pies hinchados (llevaban las botas duras de su uniforme), con
el dinero justo para haberse tomado un refresco, sin hablarse, sí, pero
soltando de vez en cuando una risotada de paleto ante cualquier cosa que no
comprenden para después sumirse en su silencio, en su incapacidad de verbalizar
el mundo y de expresarlo.
Se me ha encogido el corazón al
verlos, golpeado por su irreductible tristeza. La tristeza de sus bocas, la
tristeza de sus ojos, la desoladora tristeza de unos cuerpos hechos para dormir
hasta el amanecer en brazos de unas novias parecidas a ellos. Y entonces he
sentido al pasar a su lado que esta noche esos niños llorarán en silencio su
hombría sobre la almohada y soñarán a su modo en el regreso, en sus lejanas
tierras, tal vez en los tiernos abrazos de la amada. Y me enternece su patria
hecha de lágrimas y sueños, es decir, ese lugar donde ya no hay palabras, sino un
lecho en medio de la noche, como cama de liebre.
INCIPIT 1.550. LOS DIALOGOS / BORGES, FERRARI
1 La identidad de los argentinos
Osvaldo Ferrari: Desde hace
tiempo me interesa la idea que usted ha expresado acerca de la posible
identidad de los argentinos, porque, según esa idea, la nuestra sería una
identidad en pleno desarrollo. Usted ha dicho, Borges, que los argentinos, al
tener una historia limitada, y provenir, a la vez, de una historia vasta como
la europea, somos una nueva posibilidad de ser. Usted dijo: somos lo que
queramos y lo que podamos ser.
Jorge Luis Borges: Sí,
efectivamente, creo que el hecho de ser europeos en el destierro es una
ventaja, ya que no estamos atados a ninguna tradición local, particular. Es
decir, podemos heredar, heredamos de hecho todo el Occidente, y decir todo el Occidente
es decir el Oriente, ya que lo que se llama cultura occidental es, digamos,
simplificando las cosas, una mitad Grecia y la otra mitad Israel. Es decir, que
somos orientales también, y debemos tratar de ser todo lo que podamos; no
estamos atados por una tradición, recibimos esa vasta herencia y tenemos que tratar
de enriquecerla y de proseguirla a nuestro modo, naturalmente. En cuanto a mí,
yo he tratado de conocer todo lo posible pero, desde luego, ya que el mundo es
de hecho infinito, lo que un individuo puede conocer es una partícula. Yo
pienso a veces que la literatura es como una biblioteca infinita. "La
Biblioteca de Babel" en un cuento mío, y que de esa vasta biblioteca cada
individuo sólo puede leer unas páginas: pero quizás en esas páginas esté lo
esencial, quizás la literatura esté repitiendo siempre las mismas cosas
INVCIPIT 1.549. OPOSICION / SARA MESA
INICIACIÓN
La mesa la pusieron en mitad de
la nada, en un lugar de paso, sin ventanas. Sonaba un ronroneo constante, quién
sabe de qué aparato o cosa. Dejé el bolso y la carpeta encima de la mesa, el chaquetón en el respaldo de la silla
y me senté a esperar tal corno me había indicado el ordenanza. Allí en medio,
entre sombras, solo se oía el ronroneo, nada más, y sus mínimas variaciones
cada pocos segundos, corno un cuerpo asfixiado cogiendo a duras penas bocanadas
de aire. Frente a mí, la pared color crema; a la izquierda, el recodo que
llevaba a los despachos; a la derecha, la puerta doble con ojos de buey por la
que yo acababa de entrar. Era una mañana fría de invierno, apenas había
amanecido, la luz me hizo pensar en la textura porosa de la cera. Tuve la sensación
de haberme colado en un edificio vacío. De estar ocupando ese sitio por error.
Había un ordenador sobre la mesa,
con su teclado y su ratón. Un ordenador no muy nuevo, amarilleado por el tiempo,
con pegatinas corporativas y una etiqueta con un código de barras. Tras unos
minutos de indecisión, pulsé el botón de arranque. La pantalla se tiñó de azul,
luego de blanco y al final de un brillante tono verde manzana.
BORGES Y LAS MUJERES
Diálogos, Borges Ferrari, p. 521
-Y he descubierto que las mujeres
son excelentes para la amistad, que tienen un admirable sentido de la amistad.
-Cierto.
-Cosa que mucha gente niega, yo
no sé por qué ... bueno, claro, yo creo que las mujeres son más sensatas y más
sensibles que los hombres ... más sensibles no sé, pero más sensatas sí, por lo
general, ¿no? La prueba está en que una mujer es difícilmente fanática, y un
hombre -sobre todo en este país- es fácilmente fanático, y de causas, bueno,
indefendibles; que es necesario ser fanático para profesarlas, si no, no se entienden.
-Además, se suele decir que las
mujeres son más inofensivas en la relación de amistad que en la relación de
amor, ¿qué opina usted?
- ... Y, la relación de amor es
una relación vulnerable, ¿no?; además requiere continuas confirmaciones, y si
no hay confirmaciones hay dudas; y si uno pasa unos días, y no sabe nada de ella,
uno está desesperado. En cambio, uno puede pasar un año sin saber nada de un
amigo, y eso no tiene ninguna importancia. La amistad, bueno, la amistad no
exige confidencias, y el amor sí. Y el amor es un estado así, de recelo; es
bastante incómodo, ¿eh?, bastante alarmante. La amistad, en cambio, es un
estado sereno: uno puede ver o no ver, uno puede saber o no saber lo que hace
el otro. Ahora, posiblemente haya personas que sientan la amistad de un modo
celoso, pero yo no. Hay mucha gente que siente la amistad como se siente el
amor, y hasta desean ser la única amistad de la otra persona.
Swedenborg
Diálogos, Borges Ferari, p. 490
El demonio es más bien un título:
es el jefe. Pero como ellos viven en un mundo así, de envidia y de rivalidad-el
mundo de los políticos, digamos-, ninguno de ellos dura, porque los demás están
conspirando a favor de otro, que lo sigue, y contra el cual conspiran a su vez.
De modo que el hecho de ser el demonio no se aplica a un yo, sino a diversos
individuos que se odian entre ellos. Y llevan una vida terrible, pero esa vida,
desde luego, es más llevadera para ellos que, bueno, que el insoportable
paraíso.
-Entiendo, ahora ...
-Y luego, él describe todo eso
con muchos detalles: el infierno, como digo, con ciénagas, lupanares, tabernas;
y, sobre todo, conspiraciones continuas. Esas conspiraciones son de personajes
que se traicionan también, ya que son de índole demoníaca. Y sin embargo, ambos
están regidos por el Señor: el cielo y el infierno. Y el universo está hecho de
una suerte de equilibrio entre esas dos regiones: esa zona de sombra y de
crímenes y de pecados, y la otra, el sereno cielo conservador, filosófico. Bueno,
todo esto es materia de varios libros; yo tengo varias biografías de Swedenborg
... Él fue a Inglaterra porque quería conocer a Newton, pero no llegó nunca a
conocerlo. Y después él recibió, bueno, la primera visita de Jesucristo en
Londres. Y los sirvientes que él tenía, lo oían; él caminaba, oían sus pasos, ¿no?,
el cielo raso: estaba caminando arriba y conversando con los ángeles. También
conversando con los ángeles en las calles de Londres; yo escribí un soneto
sobre eso.
LEONOR ACEVEDO DE BORGES
Diálogos, Borges Ferrari, p. 362
-Pero en relación con eso, otro rasgo de ella pareció ser el
coraje; hay que acordarse de las llamadas telefónicas.
-Sí, yo recuerdo que la llamaron una vez por teléfono, y una
voz debidamente grosera y terrorista le dijo: "Te voy a matar, a vos y a
tu hijo". "¿Por qué señor?", le dijo mi madre, con una cortesía
un tanto inesperada. "Porque soy peronista''. "Bueno", dijo mi
madre, "en cuanto a mi hijo, sale todos los días de casa a las diez de la
mañana. Usted no tiene más que esperarlo y matarlo. En cuanto a mí, he cumplido
(no me acuerdo qué edad sería, ochenta y tantos años); le aconsejo que no
pierda tiempo hablando por teléfono, porque si no se apura, me le muero
antes". Entonces, el otro cortó la comunicación. Yo le pregunté al día siguiente:
"¿Llamó el teléfono anoche?". "Sí", me dijo, "me llamó
un tilingo a las dos de la mañana'', y me contó la conversación. Y después no
hubo otras llamadas, claro, estaría tan asombrado ese terrorista telefónico,
¿no?, que no se atrevió a reincidir.
INCIPIT 1.548. ESCRITOS POLITICOS LIBERTARIOS / SIMONE WEIL
INTRODUCCIÓN: UN PENSAMIENTO INQUIETO
El encuentro de Weil con el
anarquismo marcó una larga fase de su reflexión política, desde sus años de juventud
hasta aproximadamente 1936. No fue, pues, un contacto extemporáneo, sino una
convergencia nacida bajo la bandera de la búsqueda de la mejor forma de
expresión práctica de la libertad. Simone Weil experimentó con fuerza, en la
tradición de pensamiento que se remonta a Proudhon, una serie de sugestiones
tanto para su acción de lucha junto a los trabajadores asalariados de las fábricas
y las minas, como para construir un proyecto de transformación social centrado
en la idea de una sociedad sin jerarquías constrictivas, en la que los
mecanismos sociales no produzcan formas de burocratización tecnocrática. La
inspiración proudhoniana hizo que su lectura de los textos marxianos
-especialmente de «El Capital» en su juventud- se realizara sin tropezar con
los mitos fáciles que, en cambio, adoptó una parte importante de la izquierda
francesa y alemana.
INCIPIT 1.547. SECRETO Y PASION DE LA LITERATURA / JUAN CRUZ
Unos recuerdos
El antecedente de este libro es
Egos revueltos, premiado por la editorial Tusquets en 2012 con el Premio
Comillas de Memorias. Aquí se trae a la memoria aquel libro, y también a muchos
de quienes allí fueron citados, pero este es otro libro, también de memorias
del mundo literario, obligado a rendir homenaje a quienes se empeñaron, se
empeñan, en hacer de la literatura alma y oficio.
De aquel libro hay nombres
propios, algunas historias, pero este es un abrazo de distinta naturaleza a la
esencia de la escritura ajena. Coinciden personajes e incluso melancolías, pues
la memoria propia no puede desprenderse de memorias imborrables, de personas,
sobre todo, más que de libros. Quienes aparecen son sin duda imperecederos no
solo por lo que escribieron, sino también por su manera de ser y por su forma
de estar en la tierra, así como en los libros.
Entre ellos, por cierto, están
Toni López, que dirigió los destinos administrativos (iy tan humanos!) de la
editorial que me premió, y Beatriz de Maura, la inventora del sello y artífice de
su trascendencia, que nos hizo leer mejor, con más hondura y exigencia, en
épocas en que leer consistía también en buscar la calidad y no solo la
posibilidad comercial de lo que se tenía entre manos.
Hoy ella misma lee desde su
particular estancia en el mundo de los sueños habidos. Por su modo de reír, su
franqueza, la inmensa pasión que tuvo por la invención que puso de relieve, la
pasión de editar como si también lo escribiera, ella es un ejemplo que no
conocerá olvido.
EL TRABAJO DE BORGES
Diálogos, Borges Ferrari, p. 235
-Yo trabajé durante unos nueve
años en la Biblioteca Miguel Cané, en Carlos Calvo y Muñiz. Empecé como
auxiliar segundo, y luego alguien insistió, quizá demasiado, en que me nombraran
auxiliar primero, había una diferencia de treinta pesos, bueno, creo que
treinta pesos son imperceptibles ahora, pero en aquel tiempo eran treinta
pesos. Entonces, creo que Honorio Pueyrredón era el intendente, y él dijo que
muy bien, que me harían auxiliar primero, a condición de no volver a oír mi
nombre. Pero creo que, a lo mejor, lo oyó un par de veces después, ¿no? (ríen
ambos). En fin, en todo caso, me ascendieron, y yo llegué a ganar -incredibili
dictum- doscientos cuarenta pesos mensuales. Pero doscientos cuarenta pesos
mensuales no eran desdeñables. Ahora, yo hubiera debido dejar esa biblioteca
-era un ambiente asaz mediocre-pero seguí trabajando. No sé si la palabra
"trabajando" es exacta; éramos, creo, unos cincuenta empleados, y nos
asignaron un trabajo que tenía que ser lento. Yo recuerdo que me dieron libros
para clasificar el primer día, y el manual
de Bruselas, que emplea el sistema decimal -el mismo que se usa en la
Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos-. Yo trabajé, y creo que
clasifiqué casi ochenta libros -había que simular que se trabajaba cada día-,
yo clasifiqué los libros y eso se supo; y, al día siguiente, uno de los
compañeros vino a recriminarme, me dijo que eso era una falta de compañerismo,
porque ellos se habían fijado un promedio de cuarenta libros para clasificar
por día. Ahora, para fines de realismo, esos cuarenta no eran siempre cuarenta;
podían ser treinta y nueve, treinta y ocho, cuarenta y uno, para que todo
resultara más verosímil, ¿no?, según exige la novela naturalista. Entonces, me
dijo que yo no podía seguir así, y yo, al día siguiente, clasifiqué treinta y
ocho, para no quedar como presuntuoso.
Inemori
Oposición, Sara Mesa, p. 150
¿Sabes lo que es el karoshi?, me preguntó días después, interesadísima
de repente en hablar conmigo. Me encogí de hombros, esperé a que me lo
explicara. La muerte por agotamiento laboral, dijo, en Japón caen miles y miles
de personas como moscas cada año. ¿Te imaginas? ¿Morir por trabajar mucho? Una
está tecleando y pum, se muere. O en mitad de una reunión y pum, se muere. O de
camino al curro y pum, se muere. Se lo había contado Víctor, que estuvo un par
de años viviendo en Tokio, me dijo, y en ese momento empecé a confirmar mis
peores sospechas. Las anécdotas que contaba Víctor de aquella experiencia eran
alucinantes, siguió relatando Sabina, como aquello de la gente durmiéndose de
pie en el metro de puro cansancio. Colocaban sus maletines en los
compartimentos superiores, se agarraban a la barra y se quedaban fritos, en
filas ordenadas, los cinco, siete o diez minutos que durara el trayecto. Lo más
flipante era que siempre se despertaban justo a tiempo, como si tuvieran un
reloj interno, se bajaban y se iban
derechitos al trabajo. Los japoneses se quedaban dormidos en cualquier parte y
ese fenómeno también tenía un nombre, inemori.
Echarse una cabezada en una cafetería, en la sala de espera del médico o
incluso en la oficina, solo unos minutitos, como duermen los gatos, siempre en
tensión, eso allí no se considera de mala educación, le había explicado Víctor.
El inemori es una costumbre aceptada
socialmente y, aunque también es producto del agotamiento, no es lo mismo que
el karoshi, porque hay mucha
diferencia entre dormirse y morirse, ¿no?, rió, una diferencia básicamente de
duración, y se retocó el moño que llevaba sujeto con un boli.
JM
Secreto y pasión de la literatura, Juan Cruz, p. 97
Y, por cierto, iqué le pareció el
éxito de la tal Love Story?, le repregunta el periodista. No hay en estos
párrafos que le arranca Aberasturi al que luego sería autor de Los
enamoramientos (una de sus novelas más contemporáneas, más duras y más dulces)
ningún desperdicio para quien, como Deza, quisiera saber entonces cuál sería el
rostro posterior del hijo de Julián Marías: «Bueno, [Love Story] es una novela
monstruosa, y me parece más monstruosa por el éxito que ha tenido. No termino de
explicarme esa aceptación masiva y universal; me parece un caso parecido al de
la película Un hombre y una mujer. Es una novela llena de trucos, cuenta la
historia de siempre, me parece muy falsa, muy oportunista. No creo, ni
siquiera, que sea romántica, es más bien cursi».
Aquel joven hecho hombre para la
literatura aceptó luego preguntas que, a lo largo del tiempo, lo atosigaron ya
sin la intención benévola de Aberasturi, que entrevistaba a un chiquillo. De la
última tacada de preguntas al muy reciente autor de Los dominios del lobo
(novela de la que hasta fecha reciente Javier Marías no quiso saber nada), esta
fue la primera: «¿Resulta positivo o negativo ser hijo de un escritor famoso?».
Dice Javier Marías: «Para los demás no sé, ni una cosa ni otra. A mi padre no
le gusta demasiado esta novela mía; le gustaba más la que presenté al Sésamo.
En cuanto a su lanzamiento, se mantuvo al margen». Más: «¿No piensas seguir la
línea de tu padre?». Javier Marías: «Lo mío es la novela. No, no pienso ir por
su camino, no me va, no me interesa». «¿Qué opina él de tu carrera literaria?»
«Piensa que tengo posibilidades, pero que aún estoy muy verde.»
Y, finalmente, esto es lo que
cree el joven Marías de sutodavía no tan anciano padre, a la pregunta final de
Aberasturi: «¿Qué opinas tú de él como escritor?». «La verdad es que apenas lo
conozco, no he leído casi nada de él, solo algunas cosas que publica sobre
cine.»
BORGES
Secreto y pasión de la literatura, Juan Cruz, p. 32
En la comida pidió un plátano, no
una banana, se refirió a los distintos modos de llamar a la luna, por alguna
razón dejó sin explicar esta frase suya «La mujer es más importante que el hombre»,
pero le gustó deletrear este hallazgo, que «Bungalow, ¿ye qué fácil?, significa
casa hecha al estilo de Bengala» o esto otro: «Voltaire lo dijo: las vocales no
cuentan y las consonantes muy poco», o: «Andalucía viene de los vándalos, el
Mar de los Vándalos».
Habló de más cosas. Decía:
Lengua, poesía fósil. Náusea,
Navis, mareo de mar. Window: ojo del viento. Margarita, Daysi, ojo del día.
Pérez Galdós se hizo madrileño, No soy católico, Me gustan las peleas de gallo porque
a los gallos les gustan mucho. Es como un frenesí. Con las frases que me
atribuyen se podrían hacer mis obras completas. ¿Por qué me meto con Lorca? ¿y
por qué no me meto con Lorca? Con Cervantes nunca me meto. Alguien impertinente
vino a mi casa, no le gustó. Yo le dije: «Usted está en ella cinco minutos y yo
llevo en ella la vida entera: no se queje». Me dijo (era mexicano): «Octavio
Paz no vive así». Le dije: «Modestamente, yo soy Borges».
Cuando ya nos despedíamos apunté,
para decírselo a Cueto, algo más de lo que no había anotado: «Y o me he llamado
Beethoven alguna vez. Y o prefiero no ir a los congresos. Acepto ácidamente,
con toda evidencia. Mi abuela, siendo jovencita, asistió a la lectura de un
capítulo de Dickens, por Dickens. Cambiaba de entonación y de cara».
Esto puse al final del texto que
luego Cueto publicó (con fotos, en otras páginas estaba ya Borges acostumbrado
a la vejez y, en otra de 1961, resignado a ser Borges en una visita a la Universidad
de Texas). Ahí está con los brazos cruzados, tan pensativo como los ciegos
callados.
FRANCO HA MUERTO
Franco, Julián Casanova, p. 378
En mayo de 1925, el rey Alfonso
XIII le había regalado una medalla de la Virgen y le había pedido que la
llevara siempre «pues ella, tan familiar y española, seguramente te protegerá».
El brazo de santa Teresa formó parte de la atribución de las victorias de Franco,
en su guerra y en su paz, a la protección sobrenatural. Durante la ocupación de
Málaga en febrero de 1937, un soldado del ejército de Franco halló la mano
izquierda de la santa en la maleta abandonada del coronel republicano José
Eduardo Villalba. La mano, conservada en un relicario de plata y alhajada con varios
anillos, había sido sustraída del convento de las carmelitas descalzas de
Ronda. Tras un acto de desagravio, la reliquia fue entregada al Generalísimo,
quien a partir de ese momento se sintió siempre guiado por la «Santa de la
Raza».
La agonía duró varios días, con disparatadas
intervenciones del marqués de Villaverde frente al equipo médico que le
trataba, decenas de mandatarios en los pasillos del hospital y colas de
penitentes fuera y ante el palacio de El Pardo. En la noche del 19 de noviembre,
a petición de su hija, le retiraron los tubos y goteros. Murió oficialmente a
las 5.25 de la madrugada del jueves 20 de noviembre de 1975, el mismo día y mes
en que había sido fusilado José Antonio Primo de Rivera y que Franco decretó
día de luto nacional desde 1938.
INCIPIT 1.546, FRANCO / JULIAN CASANOVA
FRANCISCO FRANCO, LLAMADO EL CAUDILLO
RÉQUIEM
A las 14.15 horas del domingo 23
de noviembre de 1975 una losa de granito de 1.500 kilos cubrió la fosa
preparada para dar sepultura al Caudillo en la basílica de la Santa Cruz del
Valle de los Caídos, junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera.
El NO-DO y TVE inmortalizaron
esos tres días con imágenes y sonidos de la época. Cuando se conoció la noticia
del fallecimiento, las banderas ondearon a media asta en todos los edificios
públicos. Hubo luto oficial durante treinta días. Se suspendieron todas las
clases y actividades académicas en los centros docentes, los espectáculos y
actos públicos, las bolsas y las operaciones bancarias con moneda extranjera.
Los diarios lanzaron varias ediciones. En las tiendas de confección de Madrid
se agotaron las existencias de corbatas negras. A media mañana del 20 de
noviembre, el féretro que contenía el cuerpo de Franco fue trasladado desde la
Residencia Sanitaria de La Paz hasta el palacio de El Pardo. El cadáver, vestido
con su uniforme de capitán general, fue velado de manera privada por su viuda,
su hija y sus nietos, miembros del Consejo de Regencia, el presidente del
Gobierno y los príncipes de España. Destacaba su cabeza embalsamada, el rostro
sereno de un anciano, con las manos cubiertas con guantes blancos.
INCIPIT 1.545 LOS EMBAJADORES / HENRY JAMES
Cuando Strether llegó al hotel, su primera pregunta fue acerca de su amigo; no obstante, al enterarse de que Waymarsh no iba a llegar, al parecer, hasta la noche, no se desconcertó del todo. En recepción le entregaron un telegrama, con respuesta pagada, en que aquel le encargaba una habitación «siempre que no fuera ruidosa»; de modo que el acuerdo de que se encontrarían en Chester y no en Liverpool seguía teniendo validez hasta el momento. El oculto prurito, empero, que había impelido a Strether a no desear por ningún concepto la presencia de Waymarsh en el muelle y que en consecuencia le había llevado a posponer dicha alegría durante unas horas era el mismo que a la sazón le hacía comprender que aún podía esperar sin sentir ninguna decepción. En el peor de los casos cenarían juntos y, con todos sus respetos para el querido Waymarsh-incluso para sí mismo, dadas las circunstancias-, había poco temor de que en lo sucesivo no se vieran con suficiencia. El prurito en activo a que acabo de referirme había sido, por lo que toca al hombre que había desembarcado después, enteramente instintivo; resultado del insistente presentimiento de que, por agradable que fuese, tras separación tan larga, ver la cara de su compañero, todo se disolvería en una bagatela sin importancia si se las arreglaba para que dicha cara se presentase al próximo vapor como la primera «nota» de Europa. A esto había que añadir ya su certeza de que demostraría, como mucho y de todas todas, dicha nota europea en medida más que suficiente.
CARMEN DIEZ DE RIVERA
Franco, Julián Casanova, p, 221
A finales de 1941 y comienzos de
1942 había corrido por Madrid el cotilleo de que Serrano Suñer engañaba a su
mujer, Zita, con Sonsoles de Icaza, esposa del teniente coronel de caballería Francisco
de Paula Díez de Rivera, marqués de Llanzol, último capitán de la escolta de
Alfonso XIII. Su hermano Ramón Díez de Rivera, marqués de Huétor de Santillán,
estaba casado con María de la Purificación de Hoces y d'Orticós-Marín, amiga
íntima de Carmen Polo, quien le puso al corriente de todo lo que acontecía en
la residencia de los Llanzol. Los marqueses de Huétor de Santillán vivían en el
mismo edificio que Serrano Suñer y Zita. Franco y doña Carmen presionaron a su
cuñado para que rompiese con su amante, sobre todo cuando la esposa del
Caudillo se enteró en 1942 de que el cuarto hijo que esperaba Sonsoles era de
Serrano Suñer. Fue una niña, bautizada con el nombre de Carmen, que nació en
Madrid el 29 de agosto de ese año. El enredo sentimental de Serrano, que no fue
el único, había dañado, según una fuente estadounidense, «la intimidad en el
seno de la familia Franco». En Londres y Washington se acogió con alivio la
caída de Serrano Suñer y el nombramiento de Gómez-Jordana. Franco no ofreció a
su cuñado la embajada de Roma, que él deseaba, y aunque hasta casi el final de
la segunda guerra mundial Serrano propagó críticas al Gobierno y mostró su
fervor por Falange, dejó la política y recompuso su carrera como abogado.
ESTRAPERLO
Franco, Julián Casanova, p. 188
Y los consumidores, ricos y pobres,
tuvieron que tomar el mismo camino ilegal para comprar lo más básico -el pan,
aceite o leche- o, en el caso de quienes poseían más dinero, para no prescindir
de otros alimentos menos necesarios. Mientras que casi todos los ciudadanos
trapicheaban en el mercado negro para saciar el hambre, arriesgándose también a
duros castigos si les cogían, los grandes estraperlistas, entre quienes se
encontraban políticos, militares y funcionarios del Estado franquista, personas
protegidas por el poder, hicieron enormes fortunas. La influencia política daba
grandes beneficios a terratenientes, industriales e intermediarios que
conseguían evadir las normas de los organismos de intervención u obtenían
pedidos extraordinarios del propio Estado. Franco anunció en junio de 1939 una
política de autarquía basada en el modelo fascista. Sus primeros gobiernos
congelaron los gastos en obras públicas, sanidad y vivienda. El dinero se
invirtió en pagar la victoria que habían financiado con créditos. La
transformación de una economía de guerra en una economía de mercado tardó más
de una década.
EVITA PERON
Franco, Julián Casanova, p. 252
En las diferentes visitas por Madrid, Evita, de veintiocho
años, y doña Carmen, de cuarenta y siete, rivalizaron en trajes, mantillas y
sombreros. Evita pidió a doña Carmen que la llevara a visitar los barrios
pobres de Madrid, que había muchos, bajó del coche, recorrió las calles y entró
en casas y chabolas. A doña Carmen «no le gustaba ir a los barrios obreros y
cada vez que podía los tildaba de "rojos"». Evita declaró después que
en su viaje a España había percibido claramente las diferencias entre el
régimen peronista y la ·ctadura de Franco y así se lo dijo a doña Carmen, «la
gorda»: “La aguanté durante un rato, hasta que no pude más y le dije que su marido
no gobernaba con los votos del pueblo sino con la imposición de una victoria. A
la gorda no le gustó ni medio».
En sus discursos repitió que Argentina tenía dos banderas,
«justicia social, menos pobres y menos ricos», aunque los acompañaba de
palabras como «patria», «raza» y se arrodilló ante la Macarena, la Moreneta y
la Virgen del Pilar. Abandonó España desde Barcelona: «Tendría que pediros mi corazón,
el corazón que os entregué al llegar, pero siento que debo irme con el vuestro
en mi pecho, dejándoos para siempre el mío. ¡Adiós, España mía! ¡Viva la España
inmortal!». Después viajó a Portugal, Francia, Suiza y fue recibida por el papa
Pío XII en el Vaticano. Evita murió de cáncer el 26 de julio de 1952, a los
treinta y tres años, cuando su estrella brillaba en lo más alto. Juan Domingo
Perón, derrocado en 1955, buscó asilo en varios países de América Latina hasta
que lo encontró en España en enero de 1960, junto a María Estela Martínez,
«Isabelita», con quien contrajo matrimonio el 5 de enero de 1961. Perón llegó
al Gobierno cuando los fascismos habían sido derrotados en Europa y basó su
populismo en la legitimidad electoral con la que accedió al poder, en el
liderazgo efectivo, en un fuerte nacionalismo y en el apoyo a una cultura
popular. Una democracia autoritaria gobernada, como le recordó Evita a doña
Carmen, con «los votos del pueblo». En España, el matrimonio Perón vivió
primero en Torremolinos y después en Madrid hasta 1972.
Y EL PAZO DE MEIRAS
Franco, Julián Casanova, p. 283
Unos meses antes, en marzo de ese
año, Julio Muñoz Rodríguez de Aguilar, gobernador civil de La Coruña, y Pedro
Barrié de la Maza, un rico financiero gallego, habían creado una Junta Pro Pazo
para adquirir por medio de una «suscripción popular» la mansión rural que había
pertenecido a la escritora Emilia Pardo Bazán. La fórmula de «suscripción
popular», que en realidad era «suscripción obligatoria», fue utilizada también
por otros jerarcas militares como Queipo de Llano o Varela para amasar
propiedades. En la tarde de ese 5 de diciembre, la Junta Pro Pazo, tras una recepción
a las primeras autoridades civiles y militares, entregó en el salón azul de las
Torres de Meirás dos pergaminos con la «ofrenda donación» «al fundador del
nuevo Imperio», quien aceptó «el obsequio gustoso, por venir de una donación de
mis queridos paisanos». La mansión y finca quedó inscrita en el registro en
1941 a nombre de Franco. Muñoz Rodríguez de Aguilar fue compensado con el cargo
del jefe de la Casa Civil del Generalísimo y administrador del Patrimonio
Nacional y a Barrié de la Maza Franco le otorgó en 1955 el título del conde de
Fenosa.
Doña Carmen se había encaprichado
con el palacete Comide de La Coruña y, el 3 de agosto de 1962, Barrié de la
Maza, presidente desde 1939 del Banco Pastor, se lo transmitió en propiedad
tras adquirirlo en subasta el día anterior José Luis Amor Fernández, subjefe
provincial del Movimiento. La casa natal de Franco en El Ferrol, que heredó
tras la muerte de su padre en 1942, fue reformada y ampliada años después a
voluntad de doña Carmen, quien adquirió muebles, antigüedades, porcelanas de
Sargadelos, joyas y pinturas, pagados con fondos municipales. Un discreto
caserón se convirtió en un suntuoso palacete.
ESPAÑA 1956
Franco, Julián Casanova, p. 298
Las iniciativas aperturistas de Ruiz-Giménez crearon asimismo tensiones entre dirigentes del SEU vinculados al Movimiento y pequeños grupos disidentes antifranquistas. El principal escenario fue la Universidad de Madrid. Al amparo de Pedro Laín Entralgo el rector nombrado por Ruiz-Giménez, algunos estudiantes de izquierda y falangistas radicales pidieron en enero de 1956 la celebración de un Congreso de Escritores Jóvenes, en el que, como recordó años más tarde Dionisia Ridruejo, «los jóvenes universitarios intercambiaran sus ideas con alguna comodidad, dando ocasión a un diálogo que les esclareciera mejor que a un silencio que les envenenara». Este congreso, apoyado por el propio Ridruejo y por Laín, fue prohibido por el ministro de Gobernación, Blas Pérez, y los estudiantes, entre los que se encontraban Enrique Múgica, Ramón Tamames y Javier Pradera, redactaron un manifiesto, que recogió tres mil firmas, en el que se pedía un sindicato más representativo. Hubo enfrentamientos en la Facultad de Derecho de San Bernardo, con falangistas golpeando a estudiantes, y el 9 de febrero un grupo armado de la Guardia de Franco, que regresaba de la conmemoración del Día del Estudiante Caído, en memoria de Matías Montero, un falangista muerto en unos disturbios en 1934, se enzarzó en una pelea con estudiantes antifranquistas. Uno de los falangistas cayó herido, posiblemente por el disparo accidental de una de las pistolas que llevaban sus compañeros.
La prensa falangista culpó de los
incidentes a agitadores comunistas. En el consejo de ministros que se celebró
al día siguiente, Franco suspendió por tres meses cinco artículos de aquella
seudoconstitución llamada Fuero de los Españoles, cerró la Universidad de
Madrid y cesó a Pedro Laín. Como prueba de que muy pocos asuntos eran para él
más importantes que la caza, se marchó después a una cacería en compañía de
varios ministros
INCIPIT 1.544. LA PENINSULA DE LAS CASAS VACIAS / DAVID UCLES
Prólogo
Altiplano de Glieres, Francia;
marzo de 1944
En mitad del cielo, una nube deja
de moverse. Se distingue bien de las demás porque flota solitaria. Carece de
contorno y es de un tono más pardusco. Se ha detenido sobre el cuerpo de un
miliciano andaluz que yace bocarriba en el manto de nieve que cubre el valle.
Solo destacan el rosa tibio de la piel del soldado desnudo y el púrpura de sus
heridas, en especial el de la cicatriz del hombro, recuerdo de una batalla que
no recuerda.
El miliciano no está muerto,
duerme con la boca abierta y los pies entre gladíolos. Cuando abre los ojos, la
nube despierta también y retoma el movimiento, pero no en dirección nordeste,
hacia donde los vientos saboyanos suelen barrer el cielo, sino hacia el suelo.
El joven observa que está cada vez más cerca. Se incorpora con la intención de
huir, pero no puede caminar. Aprecia despavorido que su propia sombra,
proyectada sobre la nieve, no tiene piernas. Antes de echarse las manos a las
pantorrillas para comprobarlo, se las lleva a los oídos. Un sonido agudo y
familiar lo envuelve. Alza la vista y reinterpreta las señales. No se trata de
un nublo, sino de un obús. Se lanza de nuevo al suelo y cierra los ojos.
Escucha el fragor de la explosión. No lo ha alcanzado, aunque sabe que las
heridas graves no duelen al instante.
Vuelve a abrir los ojos y se reincorpora, feliz de sentir las piernas. Se palpa el resto del cuerpo y se calma al hallarse de una pieza. El paisaje es ahora otro: la noche ha caído y, pese a que no hay luna ni fuego y a que todo debería estar sumido en una untuosa oscuridad, la nieve deja entrever el verde de los abetos, intenso y refulgente, así como el marrón franciscano de los troncos.
INCIPIT 1.543. LOS LOBOS DEL BOSQUE DE LA ETERNIDAD / KO KNAUSGARD
Acabo de escuchar el álbum de Status Quo Rockin 'All Over the World. Todavía estoy temblando. Lo ponía todo el tiempo cuando salió. Fue en 1977, y yo tenía once años.No lo había vuelto a oír desde entonces. Hasta ahora, que, sentado aburrido en la oficina, he empezado a recorrer hacia atrás la senda del tiempo, a través de bandas que me recordaban a otras bandas que me recordaban a otras bandas, y ha vuelto a aparecer en la pantalla delante de mí. Solo con ver la carátula he notado un escalofrío. La imagen del planeta Tierra, brillando en el espacio oscuro, con el nombre del grupo en una especie de letras eléctricas, y el título del álbum debajo, con una tipografía típica de ordenador, ¡uau! Pero ha sido al pulsar el play y empezar a escucharlo cuando me he quedado noqueado. Recordaba todas las canciones, era como si las melodías y los riffs escondidos en mi subconsciente emergieran para reconectar con sus orígenes, sus padres, esas viejas canciones de Status Quo a las que pertenecían. Y no solo eso. Con ellas ha llegado además una marea de recuerdos, todos juntos: multitud de sabores, olores, visiones, sucesos, sensaciones, ambientes, de todo. Mis emociones no han podido manejar tal cantidad de información a la vez
REDES
La península de las casas vacías, David Uclés, p. 476
El Camino de los Ingleses
Paulo abandonó el puerto de
Curuxeiras y se encaminó a pie hacia el sur, rodeando antes la ría de Ferrol.
No la cruzó por ninguno de los grandes puentes. No le gustaban los viaductos demasiado
largos. Temía que le ocurriera como en uno de sus sueños recurrentes, en el que
al atravesar un largo puente se desorientaba y no lograba salir de él, como si
el centro de la construcción se estirara infinitamente y lo dejara atrapado.
Una vez al otro lado de la ría, descendió la costa hacia el sur y atravesó el
campo hasta llegar al río Eume. En el interior de la región, sin la referencia
visual del mar, se perdió y se desvió del camino. Acabó en la aldea de Redes,
un pueblo pintoresco, con las casas cada una de un color -debido a que antaño
las habían pintado con el sobrante de decorar sus barcos- y en cuyas playas
colgaban de unas altas estructuras de madera las pieles de las ballenas cazadas
en alta mar -y las redes de pesca, de ahí el topónimo-. Salvo el suelo de la
plaza, el resto de la aldea estaba pintado de colores, hasta la casa del
párroco, una de las más ostentosas. En el centro del lugar, Paulo leyó un
letrero que decía: «Esta noche la plaza dejará de ser blanca. Así, terminaremos
de pintar todo el pueblo. Acudid todos. Después iremos a misa por la muerte del
general Mola, como hacemos cada día». A Paulo no le interesaba la fiesta
católica, pero quería ver cómo coloreaban el pavimento. Así que esperó hasta la
noche en el único restarán del pueblo, desde cuyas ventanas se podían ver los
peces de la ría, ya que el comedor estaba construido bajo tierra, como los acuarios
modernos.
A MATANZA DO PORCO
La península de las casas vacías, David Uclés, p. 112
Comenzaba la matanza. Iban cerdo
por cerdo. El matarife enganchaba con un garfio el pescuezo del primero y lo
mataba; la sangre brotaba a los lebrillos y las mujeres la removían. Ciento
sesenta kilos desprovistos de vida. Las ancianas raspaban con una cuchara la
piel del animal para depilado. Después, el jifero colgaba verticalmente al
gorrino, elevado por una polea y enganchado a un ramal, y colocaba una caña
entre las patas delanteras, formando sus extremidades una equis. Cortaba la
piel y sacaba las asaduras: tripas, hígado, riñones, corazón y demás órganos.
Guardaban todo, salvo el intestino, para evitar el olor a heces. Acto seguido
tornaban varias muestras de las carnes y vísceras y las llevaban a uno de los
veterinarios del pueblo. Antiguamente había más albéitares que médicos, ya que
había más reses que personas. De que no enfermaran los animales dependía la
supervivencia de la gente. También se debía a que el oficio de médico no era
muy popular, puesto que si no curaba al paciente, no cobraba. Esperaban hasta
la mañana siguiente para elaborar los alimentos, una vez recibidos los
resultados, casi siempre favorables.
Termino con la parte que con más
impaciencia esperaba cada año cuando era pequeño: la vejiga. La limpiaban bien,
la inflaban y nos dejaban jugar con ella. Se trataba de un globo amarillento
con un sinfín de venas en relieve. Eso sí, había que tener cuidado con ella y
no explotarla pues, cuando se secaba, servía para hacer zambombas junto a una
lata y un carrizo.
TOLSTOI
Los lobos del bosque de la eternidad, KO Knausgard, p. 745
Menuda historia. Todos llevamos
nuestra muerte dentro, escribe Rilke. Los niños, una muerte pequeña; los
viejos, una más grande. Y todos tenemos nuestra propia muerte. Tolstói murió huyendo
de su vida, totalmente expuesto al ojo público. Fue una muerte que le vino a la
perfección, casi demasiado buena para ser verdad. Si uno lee la obra de Tolstói,
sus diarios (opino que hay que leerlos), novelas, cuentos y escritos
religiosos, él se presenta casi más como un lugar, un lugar donde confluyen las
mayores contradicciones, que como un ser humano. O más humano que la mayoría.
Ajmátova no le tenía mucho aprecio; le comentó a Isaiah Berlín que la moralidad
de Anna Karénina era la de la mujer de Tostói y sus tías moscovitas. ¿Por qué
tuvo que morir Anna Karénina? La castiga la misma sociedad cuya hipocresía Tolstói
nunca se cansó de denunciar. Tolstói mintió, sabía la verdad, pero cedió a la
presión del conformismo. «Cuando estaba felizmente casado escribió Guerra y
paz, que celebra la vida familiar. Cuando empezó a odiar a Sofía Andréyevna, de
la que no quería divorciarse porque el divorcio estaba mal visto por la alta
sociedad y quizá también por los campesinos, escribió Anna Karénina y la
castigó por dejar a Karenin. Cuando envejeció y ya no deseaba con el mismo
ardor a las jóvenes campesinas, escribió La sonata a Kreutzer y prohibió por
completo el sexo.»
TRENES EN RUSIA
Los lobos del bosque de la eternidad, KO Knausgard, p. 743
Durante el tiempo que los trenes
han traqueteado, rodado y recorrido los 125.000 kilómetros de vías férreas,
tanto activas como clausuradas, que atraviesan Rusia, se ha cantado y escritosobre
ellos: apenas hay autores rusos que no hayan escrito sobre el tren. El príncipe
Myshkin hace su entrada en lla literatura mundial sentado en un tren. Anna Karénina
se quita la vida arrojándose a un tren. Pasternak escribió durante toda su vida
sobre trenes y viajes en tren, y la primera vez que vio a Rainer Maria Rilke
fue en un tren, cuando Pasternak tenía diez años y un joven Rllke iba camino de
Yásnaia Poliana junto con Lou
Andreas-Salomé para reunirse con T olstói. Marina Tsvietáieva escribió «El tren
de la vida»; Mandelshtam, «Concierto en una estación de tren», Y Eroféiev,
Moscú-Petushki. El protagonista del libro El día dura más de cien años, de
Chinguiz Aitmátov, trabaja en una desértica estación de ferrocarril en
Kazajistán, en la periferia del imperio soviético. Los que viven allí montan
camellos, como sus ancestros nómadas, pero también ven lanzamientos de misiles
en las lejanas estepas; una imagen contundente de cómo distintas épocas
conviven juntas en este país, como siempre han hecho. Otra imagen de lo mismo:
el embalsamamiento de Lenin. El líder de la Revolución obrera embalado como un
faraón egipcio, una deidad humana. Su cara, un icono en todas partes. Una
tercera imagen: estaciones de metro tan bellas que parecen salones de baile.
GRAN GUERRA PATRIA
Los lobos del bosque de la eternidad, KO Knausgard, p. 742
Pero hay en el tren algo más que
añoranza. Aunque la primera línea férrea de Rusia no se inauguró hasta 1837, el
tren está totalmente arraigado en la cultura del país y, como casi todo aquí,
es un fenómeno ambivalente. Como símbolo de modernidad, mecanización y alienación,
ha estado ligado tanto al fin del mundo, a uno de los siete jinetes del
Apocalipsis, como a la esperanza y el futuro. La Revolución llegó en un tren:
el vagón sellado de Lenin, que traqueteó a través de una Europa desgarrada por
la guerra en la primavera de 1917, desde Suiza hasta San Petersburgo, de donde
ese hombre menudo y duro, parecido a un tejón, se bajó y prácticamente se
apoderó de todo ese vasto imperio. La Revolución se sostuvo sobre rieles:
Trotski, el líder del Ejército Rojo, tuvo su cuartel general en un tren. La
Revolución continuó en un tren: trenes de propaganda cargados de octavillas,
folletos, periódicos, banderas rojas y oradores, algunos con bibliotecas e
imprentas, salieron hacia todos los rincones del país. Y tanto la victoria de
los bolcheviques en la guerra civil, como la de la Unión Soviética en la Gran
Guerra Patria, habrían sido impensables sin los trenes.
INCIPIT 1.542. INFERNO / DANTE
CANTO 1
A la edad de treinta y cinco
años, es decir, a mitad del transcurso de la vida de un hombre, me encontré en
un oscuro bosque, pues había extraviado el camino del bien. Es ciertamente difícil expresar con palabras hasta qué punto
era salvaje, intrincado y difícil de atravesar: ¡solo de recordarlo siento el
mismo temor de entonces! Tan angustioso resultaba que apenas lo es más la
muerte; pero para explicar cuánto bien saqué de aquella experiencia, relataré
otras cosas que pude ver allí.
No puedo explicar muy bien cómo
entré en aquella espera: tan ofuscada estaba mi alma por el sueño del pecado en
el momento en que abandoné el camino del verdadero bien. Pero cuando llegué al
pie de una colina, donde terminaba el bosque que había empavorecido mi corazón,
miré hacia arriba y vi las laderas cubiertas ahora por los rayos del sol, el
astro que guía a todo hombre por el camino de la auténtica virtud. Entonces se
calmó, al menos en parte, el miedo que había embargado mi corazón durante la
noche que con tanta angustia había transcurrido. Y como quien acaba de llegar a
la orilla tras escapar de un naufragio, y se vuelve todavía jadeante para
contemplar la extensión de agua que le ha hecho correr tan gran riesgo, así mi
alma, huyendo aún del peligro del bosque, se volvió a observar de nuevo aquel
pasaje al que nadie ha sobrevivido jamás.
INCIPIT 1.541. PRIMA FACIE / SUZIE MILLER
Purasangres. Todas y cada una. Listas para la carrera: los músculos en tensión, acicaladas con trajes de diseño, caros pero contenidos, de color gris o azul marino, la clásica camisa blanca, togas negras. Esta élite de mujeres juristas tiene cierto porte arrogante, una manera irónica de hacerse con el espacio, la cartera colgada en bandolera del hombro. Pintalabios rojo o natural, la cantidad justa de rímel. Pendientes bonitos y botas de diseño o esos tacones atrevidos que se compraron en un viaje al extranjero. Las observo a todas, llevo años haciéndolo. Las copio. Soy buena imitadora. Al final, consigo que ser abogada se me dé mejor que a las que han nacido en la profesión. La élite de mujeres juristas ejerce la abogacía de forma distinta a los hombres, con diferencias sutiles, y tardo un tiempo en identificar la variedad de maneras que tienen de hacerse dueñas del espacio. Todos los pequeños detalles constituyen un código secreto que significa: «Estamos aquí, pero lo hacemos a nuestra manera, no como esos viejos abogados gruñones del pasado». Y estos detalles se acumulan a medida que ganas confianza, a medida que te adueñas de la sala de un juzgado.
FILFA
La cadena fácil, Evan Dara, p. 131
¿Sabe a qué me refiero?,
continuó. La filfa no es la clásica trola. La filfa implica mucho más que eso.
Es, ¿cómo lo digo?, es como la lubricidad inherente en las relaciones humanas,
la continua impostura individual que nos es tan innata y crónica que la damos
por descontada, la deshonestidad que es
tan común que ya ni se percibe como embuste, y que como mucho llegará al 2.9 en
la escala ética de Richter. Básicamente, se ha vuelto automática. No la
cuestionamos y no nos imaginamos viviendo sin ella. Así que la racionalizamos,
concluimos que es inevitable, irremediable, incluso imperativa, el precio de
hacer negocios, el tufillo imponderable de la máquina social. Y así, por
experiencia, en ocasiones por malas experiencias, elegimos ignorarla y entramos
al trapo tan alegremente ...
Un tipo, un psicólogo de Seattle,
intentó compilar una lista de lo que denominó avatares de la filfa, las diez
mil caras de la bestia embustera. Pero abandonó, sí, porque fue incapaz de
alcanzar el fondo fílfico. ¿ Quiere oír unos pocos? Entre los que recuerdo,
aparte de los más obvios, están la tergiversación, la omisión, el silencio, el
silencio aprobador, la indirecta, la elipsis, la distorsión, la evasiva, la
parcialidad, la imprecisión, la ambigüedad, la hipérbole, la pregunta capciosa,
la prevaricación, el disimulo, la observación parcial, el jesuitismo, el
subterfugio, los famosos BRRS de Flavtov -berrinche, remolino, revuelta y
soflama-, la moderación, la insinuación bondeliana, la revelación a medias, la
falta de imparcialidad, la ausencia de indisimulo, el enaltecimiento, la
alabanza, el postureo, el empaque, la pose, el matiz, la oblicuidad, la
predisposición, la artimaña, el escarnio, la sprezzatura, el secretismo, la
descontextualización, la recontextualización, el énfasis, la charlatanería, la
manipulación asociativa, el snavizado, el ocultamiento, el enmascaramiento, los
dobles sentidos, la paralipsis, la intimidación, la prominencia, la actuación, la
supresión, la ofuscación, el romanticismo, la mitificación, el endiosamiento,
la sentimentalización, la simulación, la auxesis, el fingimiento, el
encubrimiento, el escamoteo, el papismo, las ínfulas, etc., etc.
LAZARUS
David Bowie: Vidas, p. 533
PAUL GORMAN: Supongo que lo que
quiero decir es que Bowie es demasiado interesante como para que se lo
convierta en una vaca sagrada. Esta canonización les hace un flaco favor tanto
a él como a sus logros. Podía llegar a ser terriblemente tontorrón; es algo que
resulta consustancial a determinada generación de ingleses, como lo de ponerse
a imitar las voces del [programa de radio] The Goon Show con Brian Eno en el Chateau.
¡Brrr! Era fantástico, pero no tan fantástico como todo el mundo asegura ahora.
Vamos a ver, [la columnista del Guardian] Suzanne Moore escribió que está convencida
de que el fallecimiento de Bowie inauguró una nueva fase para el mundo en la
que ocurren Cosas Terribles porque hemos perdido a una Persona Maravillosa. En
serio. Hablamos de una mujer adulta que, doy por hecho, debe de tener una
hipoteca, carnet de conducir y responsabilidades, y sin embargo se dedica a
difundir chorradas infantiloides como si
fueran ideas profundas. Llevo siguiendo a Bowie desde 1973, mi hermano lo vio
en el UFO Club, fui a todos los conciertos, lo conocí y lo entrevisté, trabajé en
los mismos proyectos de War Child en los que colaboró él. ¡Vaya, que soy un
fan! Y aun así… se portó como un cabrón con su madre, se portó como un cabrón
con su representante que lo apoyó a las duras y las maduras, y se portó como un
cabrón con muchas de sus parejas, incluida su primera esposa, cuya contribución
se negó maliciosamente a reconocer en ningún momento de su vida. Estuvo
cuarenta años sin pagar impuestos en Gran Bretaña, grabó álbumes execrables
entre 1984 y 1995, a menudo vestía modelos terribles, se ponía un maquillaje
ridículo y lucía cortes de pelo penosos, sin lugar a dudas flirteó con
políticas derechistas y realizó
declaraciones ridículas al respecto ... En otras palabras, lo que viene a ser
un ser humano normal y corriente, con sus taras, como todos. Necesitamos ponerle
freno a esta absurda elevación a los altares, particularmente por parte de
individuos que sé a ciencia cierta que no habrían distinguido el Lodger de Tonight
antes de su muerte.
BOWIE
David Bowie: Vidas, p. 533
PAUL GORMAN: Supongo que lo que
quiero decir es que Bowie es demasiado interesante como para que se lo
convierta en una vaca sagrada. Esta canonización les hace un flaco favor tanto
a él como a sus logros. Podía llegar a ser terriblemente tontorrón; es algo que
resulta consustancial a determinada generación de ingleses, como lo de ponerse
a imitar las voces del [programa de radio] The Goon Show con Brian Eno en el Chateau.
¡Brrr! Era fantástico, pero no tan fantástico como todo el mundo asegura ahora.
Vamos a ver, [la columnista del Guardian] Suzanne Moore escribió que está convencida
de que el fallecimiento de Bowie inauguró una nueva fase para el mundo en la
que ocurren Cosas Terribles porque hemos perdido a una Persona Maravillosa. En
serio. Hablamos de una mujer adulta que, doy por hecho, debe de tener una
hipoteca, carnet de conducir y responsabilidades, y sin embargo se dedica a
difundir chorradas infantiloides como si
fueran ideas profundas. Llevo siguiendo a Bowie desde 1973, mi hermano lo vio
en el UFO Club, fui a todos los conciertos, lo conocí y lo entrevisté, trabajé en
los mismos proyectos de War Child en los que colaboró él. ¡Vaya, que soy un
fan! Y aun así… se portó como un cabrón con su madre, se portó como un cabrón
con su representante que lo apoyó a las duras y las maduras, y se portó como un
cabrón con muchas de sus parejas, incluida su primera esposa, cuya contribución
se negó maliciosamente a reconocer en ningún momento de su vida. Estuvo
cuarenta años sin pagar impuestos en Gran Bretaña, grabó álbumes execrables
entre 1984 y 1995, a menudo vestía modelos terribles, se ponía un maquillaje
ridículo y lucía cortes de pelo penosos, sin lugar a dudas flirteó con
políticas derechistas y realizó
declaraciones ridículas al respecto ... En otras palabras, lo que viene a ser
un ser humano normal y corriente, con sus taras, como todos. Necesitamos ponerle
freno a esta absurda elevación a los altares, particularmente por parte de
individuos que sé a ciencia cierta que no habrían distinguido el Lodger de Tonight
antes de su muerte.