Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.596. EL CONTRABANDO EJEMPLAR / PABLO MATURETTE


Cuando abrieron las fronteras fui a Madrid a buscar El contrabando ejemplar. Eduardo llevaba varios meses muerto. Me cuesta decirle Edu, me cuestan las apócopes y los apodos, me hacen sentir obsecuente; falso, mejor dicho. Es verdad que no quiero a casi nadie, pero a él justo sí lo quería. Lo conozco de toda la vida, era el mejor amigo de mi padre. Nunca tuvo hijos. Fue como un tío para mí. Siempre muy cariñoso, amiguero y generoso, hospitalario hasta el absurdo, pero también logorreico y aprensivo, inseguro, receloso, solitario y triste. Estaba incómodo en su cuerpo, era torpe, malo para los deportes, nunca aprendió a nadar. De atolondrado, tenía el sí fácil y, como buen melancólico, era esclavo de sus apetitos. Un hombre voraz e incontinente. A pesar de sufrir de insuficiencia cardíaca congénita, fumaba como un murciélago, comía salame y queso, tomaba vino y fernet en exceso. A principios de los noventa tuvo el primer infarto. En diciembre del 96 casi se muere. Lo abrieron como un pollo y lo cablearon todo de nuevo. La operación duró doce horas. Tenía cincuenta años. Durante una convalecencia larga, angustiante e inimaginablemente dolorosa, encerrado en su departamentito de la calle Agüero, decidió cambiar de vida. En cuestión de meses, dejó el cigarrillo, renunció al puesto que tenía en la Secretaría de Turismo de la Ciudad, se mudó a Madrid y asumió abiertamente su homosexualidad. Quería dedicarse a escribir, además. En Buenos Aires, había dado una vuelta por el circuito de los talleres literarios. Tenía un par de cuentos bastante buenos y una nouvelle, Doña Amalia, de corte colonial, femenina y visceral, en el estilo de Mujica Lainez. Apenas llegado a España estaba en éxtasis y lo picó el bichito de la poesía. Yo conocí Chueca, la del pecado..., cosas así escribía. Estaba descubriéndose, se sentía un Cristóbal Colón del mundo gay. Fue crítico gastronómico y tuvo una columna semanal en la Guía del Ocio; «De tapas» se llamaba. Hizo un curso de guión cinematográfico y se empeñó con ahínco en una adaptación de Doña Amalia. Pero estas eran puras distracciones, y él lo sabía. En su interior se gestaba desde hacía décadas una ambición enorme. Después del primer infarto había empezado a escribir una novela histórica sobre la misteriosa Buenos Aires del siglo XVII, un libro que daría cuenta del inexplicable fracaso de nuestro país. Iba a ser la gran novela argentina y se iba a llamar El contrabando ejemplar. En Madrid, retomó el proyecto, siguió estudiando y escribió unas cien páginas. Pero eso fue todo. Pasó el tiempo, su impulso vital se concentró cada vez más en la supervivencia y en el disfrute de los pequeños placeres, y las aspiraciones literarias quedaron relegadas a un segundo plano hasta desvanecerse por completo. Tuvo grandes amores que lo transfiguraron y que lo carcomieron, viajó por el mundo, navegó el Nilo, llegó hasta la India, forjó amistades de acero y nunca dejó de maltratar a su pobre corazón averiado comiendo grasa y tomando vino. Me dedico al comercio y al bebercio, solía decir cuando alguien le preguntaba por su ocupación. En el 96, después del quíntuple bypass, el médico le había dicho que si se cuidaba y tenía suerte podría vivir unos cinco o siete años más. Pasó un cuarto de siglo. Un día, en las postrimerías de la pandemia, se tiró a dormir la siesta y no se despertó más. El proyecto de la novela había quedado trunco. Yo me lo robé.


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