Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.589. EL DESVAN DE LAS MUSAS DORMIDAS / FULGENCIO ARGUELLES


En la primera casa que recuerdo había una estantería con libros colgando de la pared de la escalera que subía a la sala, y había un corredor de barandas torneadas con geranios  floridos, y también unas cortinas oscuras que separaban, en la planta baja, la cocina del cuarto trastero. Escondido detrás de esas cortinas escuché cómo un forastero venía a solicitar los servicios de mi abuela para que se ocupara, en calidad de interna, del cuidado de su casa y de sus hijos. Era un viudo reciente que necesitaba asistencia inmediata. Mi abuela hacía muchos años que estaba viuda. Cuando mataron a mi abuelo ella sólo tenía veinticinco años. Odié a aquel hombre y deseé su muerte, porque había venido a secuestrar a mi abuela, y durante días estallé en rabietas inexplicables que forzaron a mis padres a llevarme al pediatra, quien diagnosticó insuficiencias de calcio, hierro y algunas vitaminas principales. El calcio era un líquido blanco y espeso que sabía al barro de los charcos, y el hierro venía en ampollas y tenía el mismo olor que el agua que salía de la mina del monte. Para suplir la carencia de vitaminas mi madre me preparaba cada día un zumo de manzana, zanahoria y naranja, aunque no siempre había naranjas, y fue entonces cuando probé el aceite de hígado de bacalao y me sentí tan desgraciado con aquel sabor en la boca que le prometí a mi madre comer todo lo que me pusiera en el plato, incluso las asquerosas habas de mayo, a cambio de no volver a probar aquel líquido del infierno.


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