Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Los hombres de la acera de enfrente


El desván de las musas dormidas. F. Argüelles, p. 103

Los más brutos y desalmados le llamaban maricón. Había quien le llamaba gorrión, porque caminaba a pasitos cortos y dando pequeños saltos y a veces movía la cabeza ligeramente para sacudirse las plumas, como hacían los gorriones que bajaban a beber a los pilones. Pocas veces perdía los nervios, porque era de naturaleza apacible, pero cuando se encorajinaba se le atiplaba la voz y se le quedaban las manos suspendidas en el aire. Trabajaba para el Ayuntamiento leyendo por los pueblos los contadores del agua. Aquel hombre, en un pueblo donde no existían las aceras, era para nosotros, simplemente, de la acera de enfrente. Tenía muy buen corazón. Era generoso y educado, nunca respondía a los insultos y no se metía con nadie. Tenía un escarabajo amarillo, que era un coche alemán que llamaba la atención, con los asientos de cuero y un ambientador que olía al jabón de lavarse las manos. A veces nos subíamos con él para que nos diera una vuelta corta. No tenía edad, porque parecía joven y mayor al mismo tiempo. Su madre decía de él en la carnicería que era indeciso y con buenos sentimientos. Me salió presumido y algo poeta, le decía al carnicero, y tiene muy buena mano para la cocina, tendrías que ver cómo prepara la gaIlina en pepitoria, y me coloca los armarios de la ropa que da gusto mirarlos. La mujer del carnicero comentaba, mejor eso a que te hubiera salido putero y sin corazón.

Los hombres de la acera de enfrente tenían que esconder sus sentimientos, porque podían terminar encarcelados por la autoridad. Ser de la acera de enfrente estaba prohibido.


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