La sociedad del espectáculo, Mario Vargas Losa, p. 39
Las bandas y los cantantes de
moda congregan multitudes que desbordan todos los escenarios en conciertos que
son, como las fiestas paganas dionisíacas que en la Grecia clásica celebraban
la irracionalidad, ceremonias colectivas de desenfreno y catarsis, de culto a
los instintos, las pasiones y la sinrazón. Y lo mismo puede decirse, claro
está, de las fiestas multitudinarias de música electrónica, las raves, en los
que se baila en tinieblas, se escucha música trance y se vuela gracias al
éxtasis. No es forzado equiparar estas celebraciones a las grandes festividades
populares de índole religiosa de antaño: en ellas se vuelca, secularizado, ese
espíritu religioso que, en sintonía con el sesgo vocacional de la época, ha
reemplazado la liturgia y los catecismos de las religiones tradicionales por
esas manifestaciones de misticismo musical en las que, al compás de unas voces
e instrumentos enardecidos que los parlantes amplifican hasta lo inaudito, el
individuo se desindividualiza, se vuelve masa y de inconsciente manera regresa
a los tiempos primitivos de la magia y la tribu. Ese es el modo contemporáneo,
mucho más divertido por cierto, de alcanzar aquel éxtasis que Santa Teresa o
San Juan de la Cruz lograban a través del ascetismo, la oración y la fe. En la
fiesta y el concierto multitudinarios los jóvenes de hoy comulgan, se
confiesan, se redimen, se realizan y gozan de ese modo intenso y elemental que
es el olvido de sí mismos.

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