Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

25 DE ABRIL


Los memorables, Lidia Jorge, p. 106

«Milagro, sí. Siendo yo un agnóstico, preferiría usar otro término más sereno, pero no lo encuentro. Y milagro, ¿por qué? Por la coincidencia en el tiempo de tantos hechos inesperados. Miren. Graben mi opinión antes de que sea tarde. Primero. Porque se ha probado definitivamente que, en el teatro de las operaciones, un alférez debería disparar con su bazuca contra el capitán que tenía enfrente, allí mismo, delante de la torreta de su carro de combate, y contra todos aquellos que estaban en línea, pero contra todo pronóstico, el alférez desobedeció y no dio la orden de abrir fuego. Segundo. Una corveta fondeada en el Tajo debería disparar unos cañonazos sobre la plaza, y contrariamente a lo que debería haber sucedido, todas las bocas de fuego permanecieron inertes. Lo que pasó aún hoy se interpreta, pero no se conoce. Sea como sea, un milagro. Tercero. Fíjense. Toda una brigada, instalada en Cristo Rei, estaba a punto de hundir esa corveta que se encontraba en su punto de mira y, a pesar de la indefinición del mando del navío, las armas que la vigilaban permanecieron calladas. Cuarto. Un capitán dio orden para abrir fuego contra la fachada de un cuartel, y en ese momento el compañero que estaba en el interior del tanque no disparó. En aquel preciso instante en que se podría haber iniciado una masacre, el oficial no tenía puestos los auriculares en los oídos. ¿Cómo interpretan ustedes esto? Quinto. El jefe del Estado, acorralado en el cuartel, mandó abrir fuego sobre la ciudad, allí donde fuese necesario, que se disparase, que se abriese fuego sobre la plaza de enfrente. El comandante de la Guardia estaba delante del jefe del Estado, le era fiel y, sin embargo, no cumplió la orden. ¿No es esto extraordinario? Sexto. Cuando, en el interior del cuartel, por fin, había alguien preparado para soltar la orden fatídica, unos niños corriendo aparecieron en el pasillo y esa imagen evitó el cumplimiento de la orden. Alguien pensó que, después de aquellos niños, morirían otros miles como ellos. En vez del ruido de metralla, el silencio que se hizo sentir en el interior del cuartel era total. Allí dentro solo se oían susurros, hasta que tuvo lugar la capitulación. Fíjense. Todos los gritos de alegría venían de fuera. Después hubo un séptimo y después un octavo milagro. Y así se fue, de milagro en milagro, uno detrás de otro, hasta la victoria final, ya al caer la noche.


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