Medusa, Ricardo Menéndez Salmón, p. 76
Porque el mundo no se detiene. La
rueda de la guerra conoce en 1942 un giro inesperado, decisivamente brutal, que
una vez más convertirá a Prohaska en testigo de excepción, ojo ubicuo,
presencia al otro lado de la lente. La llamada Conferencia de Wannsee, el 20 de
enero, permite a los más feroces cachorros de Hitler bosquejar el plan de
exterminio selectivo más radical de la historia de la humanidad, la Endlösung o
Solución Final, enfocada al asesinato de todo miembro de la comunidad judía.
Cualquier hijo bastardo de
Lovecraft y Lautréamont, los mismos que hoy se dedican a la angeología, la
demonología y el terror espúreo, resultan tan asépticos como la literatura de
un prospecto farmacéutico cuando se los compara con la narración de un día entre
los intelectos rectores del Tercer Reich. Cualquier novela de espanto puede muy
poco ante los extravíos de la razón instrumental. La imaginación más
sanguinaria palidece ante la prosa de los quince carniceros del Endlösung,
cuyos nombres, cima del terror de todos los tiempos, merecen recordarse:
Bühler, Joseph; Eichmann, Freisler, Roland; Heydrich, Reinhard; Hofrnann, Otto;
Klopfer, Gerhard; Kritzinger, Friedrjch; Laze, Rudolf; Leibbrandt, Georg;
Luther, Martín; Meya, Alfred; Müller, Heinrich; Neumann, Erich; Schöngarth,
Eberhard; Stuckart, Wilhelm.
Su decisión, punto de no retorno
en la historia del maquiavelismo político, exige, por descontado, decenas,
cientos, miles de técnicos. Y alguien al oro lado del discurso, donde no
suceden las palabras sino los hechos, alguien para quien las novelas y el archivo
histórico no son suficientes, que deje constancia de que las cosas se han hecho
adecuadamente esto es: con eficacia.

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