Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 1.409. UNA SUPLICA PARA EROS / SIRI HUSTVEDT
En cierta ocasión, mi padre me preguntó si sabía dónde estaba en lontananza. Yo le dije que creía que en lontananza era otra manera de decir allá. Él sonrió y dijo: «No, en lontananza se encuentra entre aquí y allá.» Esta pequeña anécdota me ha acompañado durante años como ejemplo de magia lingüística: se me identificaba un nuevo espacio -una zona media que no estaba ni aquí ni allá-; un lugar que, sencillamente, no había existido para mí hasta que alguien le dio un nombre. Durante la breve explicación que mi padre elaboró del significado de en lontananza, y siempre que he pensado en ello desde entonces, en mi mente aparece un paisaje: me encuentro en la cresta de una pequeña colina, contemplando un valle desierto en el que se alza un árbol solitario, y más allá se extiende el horizonte, definido por una serie de lomas o altozanos. Esta imagen, tosca pero práctica, regresa a mí cada vez que pienso en lontananza, una de esas palabras magníficas que, como luego descubrí, los lingüistas denominan «variables»: palabras que se diferencian de las demás porque obtienen su animación de quien las pronuncia y así se comportan. En términos lingüísticos, esto significa que nunca puedes encontrarte realmente en lontananza.
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