Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EROS


Demonios íntimos, Rubert de Ventós, p. 136

Por la tarde vuelvo al Village y paseo por Christopher Street, donde hace ya tiempo Ángel Zúñiga me introdujo en los primeros -discretos- clubs gays. Ahora los gays ya han salido del armario e incluso ocupan la calle, donde se mueven como Pedro por su casa. El color del pañuelo de paliacate que llevan en el bolsillo de los vaqueros identifica sus preferencias o especialidades: activo o pasivo, sado u oral, de hotel o de apartamento.

¡Y qué alegría ver ahora a esos chicos en floración, paseando seguros y comentos, ufanos de su identidad! ¡Cuánta vergüenza secreta y cruel, cuánta culpabilidad gratuita por fin disuelta (y cabe decir que también un tanto banalizada) en esa aceptación de un mundo hasta ahora condenado a bascular entre la perversión y la mala conciencia, entre los oropeles del espectáculo, los setos de Washington Square y las tinieblas del urinario!

Ahora sólo falta que eso se generalice a otros colectivos, que no será fácil. ¿Cuándo llegaremos a que los ancianos, los étnicos, los gordos, los andrajosos o simplemente los feos puedan mostrarse seguros y orgullosos? ¿Cuándo dejarán de vivir su estado como un pecado? ¿Cuándo podrán exhibirse sin avergonzarse? ¿Cuándo saldrán de su madriguera todos los que todavía no pueden dejarse ver sin ofender, amar sin asustar, mostrarse sin aterrar, todos los que viven en la alternativa de suscitar el escándalo o dar lástima?


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