En noviembre de 2015 me encontré en París asistiendo a la conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Digo que me encontré no porque no hubiera querido ir: al contrario, la cuestión del medio ambiente me preocupaba hacía tiempo y leía mucho sobre el tema. Pero, si no hubiera sido aquella conferencia sobre clima, seguramente habría buscado otra excusa para marcharme, un conflicto armado, una crisis huma11itaria, una preocupación distinta y más grande que las mías que me absorbiera. Quizá en esto consiste la fijación que muchos tenemos con los desastres inminentes, ese interés por las tragedias, un interés que creemos noble y que será, pienso, el asunto de esta historia: en la necesidad de encontrar, en cada trance difícil de la vida, algo aún más difícil, más urgente y amenazador en lo que podamos diluir nuestro sufrimiento personal. Y seguramente esto nada tiene que ver con la nobleza.
Era un periodo extraño. Mi mujer y yo queríamos tener un hijo, llevábamos unos tres años intentándolo
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