Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.248. LA PALABRA QUE APARECE / ENRIQUE DIAZ ALVAREZ

I


NTRODUCCIÓN

Nada parece ser más propio de la época actual que la lucha por la supervivencia. Esta palabra, que parecía desterrada en varias sociedades, se ha instalado con fuerza en el léxico cotidiano. La pandemia nos ha obligado a asumir la fragilidad que nos constituye y a centrarnos en el cuerpo que somos.

La sensación de alarma se ha visto espoleada por la obsesiva tendencia a narrar la crisis sanitaria en términos bélicos. Svetlana Alexiévich tiene razón, si se tiende a confundir entre guerra y catástrofe es porque la Historia se nos ha enseñado como un largo relato de batallas y héroes: nuestros miedos más profundos tienen que ver con la guerra, ella es «la medida del horror». Declarar la guerra al virus formó parte de la estrategia discursiva de los mandatarios_ para encaminar un estado de excepción que permitiera desacelerar y controlar los cuerpos ante una amenaza real. No es mera seguridad lo que ahora se antepone a la libertad, sino la posibilidad misma de persistir. Parte del guión consistía en recordarnos que nuestros padres y abuelos lo habían pasado peor y que lo que teníamos delante era la guerra de nuestra generación. En suma, venían a descubrirnos que todos somos hijos de supervivientes.


INCIPIT 1.247. REWIND / JUAN TALLON

 


EN MITAD DE UN DÍA PERFECTO

Era viernes y, como todos los viernes, salvo que tuviésemos exámenes, dábamos una pequeña fiesta en nuestro piso de la rue Romarin. Nos agradaba creer que la vida nos obligaba. No tenía truco: éramos jóvenes e indestructibles, no pensábamos demasiado en el futuro y nos gustaba pasarlo bien mientras no llegaba. Ese día celebrábamos además el cumpleaños de Luca, que en realidad había sido la semana anterior. Pero hacer las cosas cuando nos daba la gana, y no a su debido tiempo o cuando había que hacerlas, nos reconciliaba con el presente.

No había aparecido nadie todavía por la fiesta, salvo Anouk Hezard y Didier Hinault, que pasaban tanto tiempo en nuestra casa como los cuatro que vivíamos allí. Ambos tenían su propio juego de llaves. Se suponía que la gente iba a presentarse a partir de medianoche. Seguramente carecía de mérito llegar puntual, y menos aún antes de tiempo.

Fue sobre las once cuando me dirigí al cuarto de baño. Me produjo un leve mareo el pomposo ambientador de vainilla que casi coloreaba de amarillo el aire, y que Emma había colocado en el pasillo esa mañana, alegando que al entrar por la puerta olía demasiado «a zapatos tirados en el suelo”


INICPIT 1.246. VARIACIONES COETZEE


PRESENTACIÓN

Basilio Baltasar

Los personajes de J.M. Coetzee dejarán en el imaginario una huella más nítida que muchos de los individuos de carne y hueso que protagonizan los acontecimientos de la actualidad. La influencia de sus robustas figuras literarias será duradera, aunque no tan solo por el interés que suscita la historia que nos cuenta el autor, sino por el carácter de su personalidad, el genio de su conciencia, y el temperamento con que actúan en el escenario de la ficción novelesca.

La intensa obra creativa de Coetzee ha renovado los modos narrativos, consumado inesperados logros estéticos, y expandido el campo de creación reclamado por la novela moderna.


I.A. DIAMOND


El señor Wilder y yo, Jonathan Coe, p. 100

Además había otra cosa que se lo ponía difícil a los actores: la creencia del señor Wilder de que el guión que había escrito con el señor Diamond había que considerarlo, como a la Biblia, un texto sagrado. Tras trabajar muchos meses en aquel guión (tras darle mil vueltas a cada compás del ritmo del diálogo, a cada elección concreta de palabras) no permitía que los actores se desviasen lo más mínimo de él. Por esa razón tenía que estar presente el señor Diamond en el rodaje de cada escena, sentado en una silla de tijera cerca del director, sujetando en la mano una copia enrollada del guión que no necesitaba consultar porque se lo sabía de memoria. Mientras el señor Wilder observaba la acción para asegurarse de que los actores se movían bien, que las marcas funcionaban, que la composición era buena, el señor Diamond escuchaba el diálogo hablado y, si uno de los actores no decía las palabras exactamente como estaban escritas, le echaba una mirada al señor Wilder cuando la toma estaba acabada, meneaba la cabeza y todo el mundo tenía que volver a empezar.


LA VIDA ES HORRIBLE


El señor Wilder y yo, Jonathan Coe, p. 234

-Me encantó. Taxi Driver ... no tanto.

-Sí, la he visto. El señor Scorsese es un tipo muy serio, un tío con talento. Es uno de los chicos de esa panda de la barba de la que ya hemos hablado, ¿sabes? Me pareció una gran película en muchos sentidos. Pero es un poco demasiado. Demasiado violenta para mí. Demasiado deprimente. Pero eso es lo que se lleva ahora. No has hecho una película seria a no ser que los espectadores salgan del cine sintiendo que les apetece suicidarse. Y no es solo una cosa de Estados Unidos, de hecho los europeos todavía son peores. Este chico alemán, Fassbinder, me han contado que pronto va a ir a los estudios de Bavaria a rodar una película titulada Desesperación. En serio, se titula así. Creo que está basada en una historia de Nabokov o algún tipo de esos. Y algo me dice que no va a ser una comedia. Así que imagínate ... Esta es la situación que me estoy oliendo cuando estrenen la película en un año o dos. Imagínate a una familia de Düsseldorf. El marido está desanimado, llega a casa y se encuentra con una carta de Hacienda. O paga 11.000 marcos o lo meten en la cárcel. La mujer le dice al marido: «Oye, me he enamorado del dentista y te voy a dejar.» Al hijo lo han detenido porque pertenece a una organización clandestina. A la hija la han dejado preñada y tiene sífilis. Y entonces alguien va a verles y les dice: «Oye, sé que habéis tenido un día muy malo, pero vamos a animarnos un poco. Vamos a ver Desesperación de Fassbinder». -Me reí un montón cuando puso ese ejemplo, y él no pudo evitar devolverme la sonrisa, porque siempre le ponía contento que a la gente le gustasen sus chistes-. ¿Lo ves? Eso no va a pasar, ¿verdad? No es lo que quiere la gente cuando va al cine. Sé que esta película, la que estoy haciendo ahora, es una de mis películas más serias, claro (quiero que sea seria, que sea triste), pero eso no significa que cuando el público salga del cine sienta que le has estado metiendo la cabeza en el váter las últimas dos horas, ¿entiendes? Les tienes que dar algo más, algo un poco más elegante, un poco más bonito. La vida es horrible. Eso lo sabemos todos. No te hace falta ir al cine para darte cuenta de que es horrible. Vas porque durante un par de horas le darán a tu vida un poco de chispa, ya sea por el humor o las risas, o aunque solo sea ... , no sé, por unos trajes bonitos o unos actores guapos o algo; una chispa que no tenía antes. Un poco de alegría, supongo.

Cogió la aceituna del martini y la comió directamente del palillo, masticándola poco a poco, disfrutando el sabor.


SIMONE WEIL


La palabra que aparece, Enrique Díaz Alvarez, p. 67

Los fusilamientos y las expediciones punitivas de su propio bando la habían decepcionado especialmente. Había descubierto que el término «fascista» era convenientemente elástico. Narra, por ejemplo, la arbitrariedad con que los republicanos ejecutaban a panaderos y presuntos combatientes de quince años. Cuenta cómo unos compañeros milicianos le explicaron entusiasmados que habían capturado a dos sacerdotes; a uno lo mataron allí mismo de un disparo y al otro, que lo había visto todo, le dijeron que podía marcharse. Luego, a los veinte pasos, lo abatieron por la espalda. Con una mezcla de incredulidad e indignación, Weil apunta en su cuaderno: «El que me contaba la historia se asombró mucho de no verme reír.»

Esta clase de abusos no solo orillaron a Simone Weil a denunciar los excesos del bando republicano, sino también a repensar la naturaleza misma de la guerra. Más-que escandalizarse por las sangrientas batallas o las cifras de la masacre, le trastorna ver la indiferencia «con respecto al hecho de matar a alguien». Intuye que lo esencial de la guerra está ahí, en la apatía que, observa continuamente entre sus mismos compañeros de lucha. Le asombra que ni siquiera los intelectuales «blandos e inofensivos» que combatían y paseaban a su lado expresasen la menor repulsión, desagrado o rechazo por toda aquella sangre inútilmente derramada.

También le indigna descubrir que los míseros y dignísimos campesinos de Aragón, por los que ella había acudido a luchar, no suscitaban la menor curiosidad entre los milicianos. Le resultaba insoportable comprobar cómo, allí mismo, en el frente, se reproducían las desigualdades contra las que supuestamente buscaban enfrentarse. En realidad, aquella indiferencia ponía de manifiesto el abismo que separaba a  los combatientes de la población desarmada: una brecha «semejante a la que separa a los pobres de los ricos».


INCIPIT 1.244. VIAJE A LAS HORMIGAS / EO WILSON


The Ants, la monografía que publicamos en 1990, fue un éxito de crítica y, para nuestra sorpresa, obtuvo un amplio éxito de público. Pero es un libro técnico, dirigido básicamente a otros biólogos, así como una enciclopedia y un vademécum de mirmecología, el estudio científico de las hormigas. Y puesto que su objetivo principal es una cobertura exhaustiva, es  de un tamaño considerable: contiene 732 páginas de tablas, ilustraciones y texto a doble columna, y el libro de tapas duras mide 26 x 31 centímetros y pesa 3,4 kilogramos. The Ants, en suma, no es un libro para comprar casualmente y leerse de cabo a rabo. Ni intenta transmitir de una manera directa la aventura de la investigación de  estos insectos sorprendentes.

Viaje a las hormigas condensa lo mejor de la mirmecología en una extensión más manejable, con un lenguaje menos técnico y con un sesgo, admitido e inevitable, hacia aquellos temas y especies sobre los que hemos trabajado personalmente. Cuando es preciso utilizar términos especiales debido a la naturaleza especializada del tema, los definimos allí mismo.

Nuestro enfoque es temático al principio, para abrirse paso cada vez más hacia la historia natural. Empezamos con una explicación de por qué las hormigas han tenido un éxito tan sorprendente. La razón, aducimos, es el poder abrumador y rápidamente aplicado que surge de la cooperación de los miembros de la colonia. La acción combinada a este nivel de eficiencia  es posible por el desarrollo avanzado de la comunicación química: la liberación de una mezcolanza de sustancias desde diferentes partes del cuerpo que son probadas y olfateadas por las compañeras de hormiguero y que evocan en ellas, según sean las sustancias liberadas y la circunstancia del momento, respectivamente alarma, atracción, cuidados, ofrecimiento de comida y otras muchas actividades. Las hormigas, como los seres humanos, para decirlo en pocas palabras, tienen éxito porque hablan muy bien.


INCIPIT 1.243. SATIN ISLAND / TOM MCCARTHY

     


De Turín es el famoso sudario, el que muestra el cuerpo de Cristo de cara tras la crucifixión: manos cruzadas sobre los genitales, ojos cerrados, cabeza coronada de espinas, La imagen no se percibe sobre el lino a simple vista. Fue descubierta a finales del siglo diecinueve, cuando un aficionado a la fotografía miró el negativo de una imagen que había tomado de la tela y vio la figura; pálida y desvaída, pero no obstante ahí. Sólo en el negativo: el negativo se transformó en positivo, lo que implica que el sudario en sí era ya, de hecho, un negativo. Unas décadas después, cuando dataron el sudario mediante la prueba del carbono 14, resultó que procedía de una época no anterior a mediados del siglo trece; si bien este detalle no afectó a los creyentes. Esa clase de cosas nunca afectan. La gente necesita mitos fundacionales, algún tipo de huella del año cero, un perno que asegure el andamiaje que a su vez sujeta la  arquitectura de la realidad, del tiempo: cámaras de memoria y sótanos de olvido, muros entre eras, pasillos que nos arrastren hacia los días del fin y lo que sea que venga después. Vemos las cosas como envueltas en un sudario, a través de un velo, sobre una pantalla sobrecargada de píxeles. Cuando el plasma informe adquiere forma y resolución, como un pez que se nos aproxima por aguas turbias o una imagen que asoma progresivamente entre líquidos nocivos en un cuarto oscuro,


INCIPIT 1.245. EL SEÑOR WILDER Y YO / JONATHAN COE


LONDRES

Una mañana de invierno, hace siete años, iba en una escalera mecánica. Era una de las escaleras que te llevan hasta el nivel de la calle desde los andenes de la Piccadilly Line en la estación de Green Park. Si alguna vez han usado esas escaleras recordarán lo largas que son. Se tarda como un minuto en llegar desde abajo hasta arriba y, para una mujer impaciente por naturaleza como yo, un minuto quieta de pie es demasiado largo. Aunque no tuviera una prisa especial aquella mañana, enseguida me puse a subir la escalera, abriéndome paso por la izquierda de la fila de pasajeros inmóviles en el lado derecho (pensando todo el rato: puede que sea casi sesentona, pero aún estoy bien, todavía estoy en forma) hasta que, cuando ya había subido unas tres cuartas partes, me quedé atascada. Una madre joven estaba parada en  el lado derecho, y en el izquierdo, cogida de su mano, estaba su hija, una niña de unos siete u ocho años. Tenía el pelo rubio, y llevaba un impermeable rojo de plástico con capucha que la hacía parecerse un poco a la niña que se ahoga al principio de Amenaza en la sombra. (Todo me recuerda siempre alguna película, no lo puedo evitar.)


BILLY WILDER


El señor Wilder y yo, Jonathan Coe, p. 257

»En Berlín, en los años veinte (poco después de que yo llegara, aunque mucho antes de que empezase a escribir guiones y me metiera en la industria del cine) trabajé en un par de hoteles. El Eden y el AdIon. Grandes hoteles, hoteles famosos. Era bailarín profesional. Así que a eso me dedicaba, porque había todas esas mujeres que iban a los thés dansants por las tardes, a veces con sus maridos pero casi siempre solas, y necesitaban a alguien con quien bailar. Algún chico con buena pinta que supiera bailar, o porque no tenían a nadie con quien hacerlo, o porque sus maridos no podían bailar o tan siquiera tenerse en pie, o quizá porque ni podían pasarles el brazo a sus mujeres por la cintura, ¿comprendes? Cosa que no siempre era fácil, la verdad, porque muchas de esas mujeres alemanas tenían sesenta o setenta y tantos años, y eran auténticas mujeronas, todo hay que decirlo, después de pasarse la vida atiborrándose de Spdtzle y Knodely Wursty Sauerkrauty Apfelstrudel. Que no estarnos hablando de chicas con el tipo de Audrey Hepburn, vaya. Pero en realidad no eran las obesas las que más me llamaban la atención. Solían ser mujeres bastante contentas consigo mismas. Me la llamaban más las que conservaban la figura pero ya no eran guapas, y ahora estaban solas. Puede que sus maridos las hubiesen dejado o que se hubieran muerto, y ya no iban a conseguir tener otro hombre en su vida, ni en un millón de años, porque eran viejas. Nada más. Esa era la única razón. Y cuando te rodeaban con los brazos, ¿sabes? (y yo no era ningún Holden, ni ningún Cary Grant, eso te lo puedo jurar), aun así podías sentir su hambre, su necesidad, solo de tocar a otro ser humano, ¿entiendes? Y era una sensación bastante desagradable, bajo mi punto de vista, hacía que me entraran escalofríos, sentías esa desesperanza en la forma en que te tocaban. Pero no te quedaba más remedio que compadecerlas. En cuanto una mujer pierde su belleza, se acabó. Se hace invisible. Por eso se forran los cirujanos plásticos, ¿sabes?, y eso es una cosa muy seria, no están haciendo una operación sin importancia; muchos de esos tipos lo que hacen con estas mujeres es ... Bueno, está todo en la película. Ya has leído el guión. Y nunca lo he olvidado (incluso después de todos estos años, ¿cuántos ya?, cincuenta años, Dios mío), pues aun después de todo ese tiempo nunca me he olvidado de la sensación que te daban aquellas mujeres al rodearte con sus brazos, y al mirarlas a los ojos ... La tristeza que veías en ellos. La tristeza y la necesidad ... Solo pensarlo hace que me apetezca otro martini. ¿Tenemos tiempo?


FRANCIA


Desde dentro, Martin Amis, p. 258

«¿Quién desata siempre a Francia del árbol y la ayuda a buscar las bragas después de que los alemanes la hayan violado? Estados Unidos, ¿quién, si no?» Este era uno de los muchos artículos en un número especial dedicado íntegramente a respaldar la francofobia en todas sus variantes. Otro artículo de opinión, a través de gráficos y estadísticas, sostenía que los franceses eran desaliñados y no muy limpios, amén de todo lo demás: por ejemplo, apenas la mitad de los hombres se mudaban los calzoncillos diariamente (se admitía que las mujeres  eran algo más limpias: había muchas más probabilidades de que esas bragas que Estados Unidos les ayudaban a buscar después de las reiteradas agresiones sexuales estuvieran recién salidas de la cómoda). En la sala de visitas, que tenía forma de desfiladero, habría unos trescientos franceses. Deambulé por allí durante un rato, tratando de calibrar a esos individuos con ojos (ex profeso para la ocasión) quisquillosamente neuróticos. Y, sí, había mentones sin afeitar y cabezas despeinadas, y en varias sonrisas abiertas se detectaban en la línea de la encía afloramientos del postre de la noche anterior (por lo general, creme brúlée). Pero ¿y qué? Y o era más o menos tan desastrado como los franceses, debía admitirlo, y admiraba aquel desinterés por su aspecto físico. Ello los liberaba para designios más elevados, para entregarse con pasión a la filosofía y las artes. Sí (concluía), Francia era un hervidero de poetas y aspirantes a poeta (el censo de 1954 registraba la existencia de un millón cien mil intelectuales confesos; pensadores y soñadores (como el agente de la alta torre), y bohemios, en suma. En determinados momentos, y con ciertos estados de ánimo ( verbigracia, el presente), me convertía en un bohemio imperialista: estaba convencido de que los bohemios debían gobernar el mundo, y seguir avanzando a sangre y fuego hacia la conquista, la colonización y la conversión hasta ...


Baader-Meinhof


Satin Island, Tom McCarthy, p. 148

La idea de Antropología en Presente™ como lucha armada me tenía emocionado. Pensé en la Alemania de los años setenta: la manera en que la gente de Baader-Meinhof -cultos, con sus licenciaturas de humanidades en los bolsillos- iba por ahí provocando tumultos. ¡La ropa tan buena que llevaban! Camisas de cuellos gigantes; gafas de sol tipo aviador; pantalones de pana acampanados. Y siempre revolcándose unos con otros: te dejabas caer por un refugio de Múnich, Dusseldorf, no importaba dónde, dabas el santo y seña, mostrabas que eras uno de ellos y, ¡bum/, derecho a la cama. Lo mismo con la panda de Patty Hearst en América: la heredera molona, alumna de bellas artes de cuadro de honor, que se cepillaba a todos aquellos revolucionarios en su armario. Imprimí una imagen de ella sacada de internet y la colgué de la pared de mi oficina. En realidad no estaba tan buena; era el arma que llevaba lo que la volvía excitante. Hice lo mismo con Ulrike Meinhof, quien tenía un aspecto parecido: como del montón y corpulenta. Aunque supuse que eso no importaba: en mí red de elementos subversivos cultos, altamente capacitados, armados con las  técnicas antropológicas de búsqueda y destrucción más punteras, estarían las revolucionarias más seductoras, mejor vestidas y más explosivas de la historia.


LA TORRE DE BABEL


Satin Island, Tom McCarthy, p.36

La torre de Babel, decía, se toma por lo general como símbolo de la arrogancia del hombre. Pero el mito, continuaba, ha sido malinterpretado. Lo que de verdad importa no es el intento de alcanzar el cielo, ni de hablar con el idioma de Dios. No: lo que importa es lo que queda cuando ese intento ha fracasado. Este edificio en ruinas (decía) sirve como deslumbrante recordatorio de que sus ocupantes potenciales están diseminados por la tierra, se extienden en horizontal en lugar de verticalmente, parloteando en todas estas lenguas distintas: esta torre sólo adquiere interés en cuanto ha suspendido su asignatura. Su ruina es el requisito previo a todo intercambio subsecuente, a toda actividad cultural. Y, por si eso fuera poco, pese a su desaparición, la torre subsiste: la veis en todas las pinturas; destrozada pero aún alzándose con sus arcadas y contrafuertes, sus torretas dentadas y su herrumbroso andamiaje. Lo valioso de ella es su inutilidad. Su inutilidad le otorga sentido: como símbolo, código, acicate para la imaginación, para la productividad. La primera maniobra de cualquier estrategia cultural, decía, debe ser liberar cosas -objetos, situaciones, sistemas- en el ámbito de la inutilidad.


INCIPIT 1.242. EL AÑO DEL BUFALO / JAVIER PEREZ ANDUJAR


PSICOFONÍA 1

-Donde decía autogestión ahora se lee sistemáticamente autosugestión.

-Eso es cosa del corrector automático.

-Más parece el signo de los tiempos.

 

El garaje se nos hace más pequeño cada día. Giramos aquí dentro en el sentido de las manecillas del reloj, y al salir el sol cada uno de nosotros se queda jadeando en su rincón correspondiente según un invariable ritmo de los acontecimientos. Nada de echar raíces. Durante el día descansamos, pues el hilo de luz que se cuela bajo la persiana metálica es tan débil que fijar en él nuestros ojos tumefactos, después de todo ese trote nocturno, nos produce una insuperable somnolencia. En cuanto a la comida…


INCIPIT 1.241. IMPOSIBLE / ERRI DE LUCA


Pregunta. Volvamos a empezar por el principio de aquel día. Dice usted que no reconoce a la persona de la fotografía que le he enseñado.

Respuesta. No lo reconozco, olvido las caras y con mayor razón después de tantos años. Sólo voy a poder repetir lo que ya he dicho.

P.No tiene por qué ser así, puede añadir algo que no haya dicho antes.

R.Es posible, pero ésta no es una conversación entre dos viajeros en un tren. Me está interrogando un juez. Usted decide los temas, pero yo decido si un recuerdo me conviene referirlo o no.


ULTIMAS PALABRAS


Desde dentro, Martin Amis, p. 559

Pero ¿por qué las Últimas Palabras en general son tan predominantemente de segunda categoría? Y me refiero a las últimas palabras de nuestros más grandes poetas, pensadores, científicos, líderes, visionarios; nuestros superhombres y nuestras  supermujeres: ¿por qué los non plus ultra de la elocuente humanidad, al encarar este momento decisivo, no logran dar con algo mejor? Henry James (1843-1916) se decanta por «Así que ha venido al fin, la "cosa distinguida"». Es magnífico, retóricamente hablando -unas palabras últimas en estilo elevado-. Él afirmaba que su floreo de despedida fue espontáneo (su «primer pensamiento» cuando le falló una de las piernas y sufrió una caída). Pero el estilo elevado, por definición, nunca es espontáneo -¿y qué hay de «distinguido» en el hecho de caerse?-. Yo diría que James llevaba urdiendo sus últimas palabras desde (aproximadamente) 1870 .

Las últimas palabras mejores que yo conozco son las de Jane Austen (nacida en 1775), que moría de un linfoma, con dolores sin paliativos, a la edad de cuarenta y un años. Le preguntaron qué necesitaba, y ella respondió: «Nada más que la muerte.» Suena 'impulsivo, espontáneo, incluso fortuito; suena también, a un :iempo, rendido y resuelto, y -a un tiempo también- impaciente estoico. No contenta con eso, el poeticismo cristalizado de Austen -incluso el «más que» desempeña su papel- dramatiza una realidad fatal, porque «nada» y «muerte» -aquí y en otros contextos son sinónimos. «Nada más que la nada», he ahí el sentido de las palabras de Austen.

Por otra parte, las últimas palabras son broza, como lo es el cuerpo del ser humano difunto. Y las palabras que preceden a la muerte difícilmente podrían ser tan endebles como lo son a menos que algo en la muerte las hiciera serlo. Al ser impenetrable, la muerte hace pequeña toda fuerza expresiva, y de nada sirven nuestras más brillantes y mejores palabras. Bien, non plus ultra -«el ejemplo más perfecto o más extremo»- deriva del mitológico NO PASAR grabado en las columnas de Hércules: «No más allá.»


MARIQUITAS


En verano, KO Knausgard, p. 390 

La mariquita es bonita de una manera infantil. Es mona. Tanto la forma, por ser redonda y parecer un botón, como los colores del caparazón, rojo con puntitos negros, se alejan aparentemente de lo funcional, y confieren a la mariquita el aspecto de ser algo creado para alegrar o entretener, sobre todo a los niños, que seguramente constituyen el único grupo que realmente aprecia los botones rojos voladores. Si el caparazón de la mariquita se mira de cerca, el color rojo parece aplicado posteriormente, como si lo negro de los puntitos fuera el color básico y lo rojo hubiera surgido más o menos de la misma manera que aquella silla en su momento negra de la habitación de los niños, que los padres pintaron de colores alegres para animarlos. Por esa razón, las mariquitas y los dibujos de mariquitas están tan extendidos en la cultura infantil. Las criaturitas parecen buenas y majas, alegres y divertidas. Pero son escarabajos, una parte del mundo mecánico instintivo del mundo de los insectos, y cuando aparecen a montones, lo que puede ocurrir cuando se cumplen las condiciones necesarias, aparece el abismo entre ellas y nosotros, ese carácter profundamente extraño que poseen los insectos de todas las clases. Un día, a finales de verano hace cinco años, las vi así. Con otra familia cogimos el autobús desde el centro de Malmo hasta una de las playas de las afueras de la ciudad. Acabábamos de descubrirla. Había un camping cerca, y la playa tenía por tanto todo tipo de servicios, también había árboles bajo cuya sombra resultaba muy agradable sentarse ese verano tan tremendameme caluroso. Cuando ya habíamos bajado del autobús, con los niños mayores corriendo delante por el prado, la más pequeña en el carrito, y neveras portátiles, bolsas con bañadores y toallas, y mantas colgando de los hombros, descubrimos que el aire estaba lleno de insectos, había puntitos negros por todas partes. Enseguida empezaron a meterse por la ropa y por el pelo; yo llevaba una camiseta blanca, y cinco o seis mariquitas se dibujaban claramente en la tela. Cuando nos acercamos a la playa, empezaron a sonar chasquidos bajo nuestros pies. Por algunas partes el suelo estaba cubierto de mariquitas. Me sacudí el jersey para quitarlas, pero al instante tenía otras diez o doce. Me pasé los dedos por el pelo y sacudí la cabeza para alejarlas, pero seguían llegando. Había mariquitas por todas partes. Extendimos una manta en la hierba debajo de un árbol y al instante estaba cubierta de mariquitas. Nos alejamos un poco de allí, pero pasaba lo mismo en todas partes, el suelo, el aire, todo estaba lleno de mariquitas. Al parecer, venían del estrecho, muy por encima del agua había enormes enjambres negros que se movían hacia la tierra. Tenía que haber cientos de miles de mariquitas. Estaban incluso flotando en el agua. Me llenó de una gran intranquilidad, porque allí, en la reluciente hierba verde, mirando el estrecho azul y soleado sobre el cual se elevaba poderosamente el puente de Óresund, entendí que un día llegaría el fin del mundo, un día tan bonito y normalcomo aquel.


GADAFI


En 1973, año chino del Búfalo, el coronel Muamar el Gadafi, presidente de la República Árabe de Libia, anuncia el inicio de la Revolución Popular, con la cual se anularán todas las leyes anteriores y se mandará encarcelar a la oposición. Gadafi declaró Estados imperialistas tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética, e inspirándose en la doctrina maoísta promulgó la llamada Tercera Teoría Internacional. Impulsó el Corán como modelo para regir el país, y lo adaptó políticamente a pesar de la oposición de los teólogos musulmanes. Proclamó la Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular y Socialista, de la que se designó Guía. El término Jamahiriya era un neologismo creado por el propio Gadafi, que significaba Estado de masas. Instauró un nuevo calendario, que empezaba a contar a partir de la muerte del profeta. Practicó una política dictatorial. Hacía retransmitir por televisión las ejecuciones públicas. Le propuso al presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, que casase a su hija Chelsea con alguno de sus hijos para estrechar la relación entre ambos países. La periodista Memona Hintermann-Afféjee, corresponsal del canal de televisión France 3, denunció públicamente que Gadafi había intentado violarla durante una entrevista. En el ámbito internacional, sugirió acabar con el conflicto entre Israel y Palestina fusionando ambas 'naciones en un nuevo Estado, que se llamaría Isratina. Tras los atentados de Al Qaeda del 11-S, Gadafl abandonaría el panarabismo en favor del panafricanismo, y pidió perdón a los países africanos por el esclavismo ejercido por los árabes. Sin embargo, en 2010 llamó a la yihad contra Suiza por haberse aprobado en el Parlamento helvético una iniciativa popular contra la construcción de minaretes. Después de cuarenta y un años en el poder, Muamar el Gadafi murió linchado por las masas durante la revolución popular de Libia de 2011. Un exiliado, miembro de los Hermanos Musulmanes, había llamado públicamente al asesinato de Gadafi desde la cadena de televisión Al J azeera, en Qatar. En las imágenes de su captura, Gadafi aparece zarandeado por la multitud con la ropa desgarrada y el rostro ensangrentado. También se distingue cómo alguien le intenta sodomizar con una bayoneta o un bastón. La causa de su muerte fueron sendos disparos en la cabeza y en el abdomen, que un rebelde de diecinueve años le descerrajó dentro de la ambulancia.


INCIPIT 1.240. LA RESERVA / RUSELL BANKS


Cuando al fin ya no hubo nadie que reparara en ella, la hermosa joven se apartó de sus padres y de los amigos de éstos y salió del cuarto de estar. Cruzó el porche protegido con mosquiteras, pasó por la terraza y caminó lentamente, descalza, sobre la pinaza, frente a las cabañas de madera desparramadas en la ladera que descendía hacia la orilla del lago.

Vanessa sabía que no tardarían en darse cuenta, no de que ella había abandonado la reunión de su padre, sino de que repentinamente la luz de la estancia había declinado; aún no anochecía, pero la tarde tocaba a su fin, de modo que verían que el sol, debido a la imponente cercanía de la Gran Cordillera, estaba a punto de ocultarse tras las cumbres. El Segundo Lago Tamarack era largo, estrecho y profundo como un fiordo noruego, tallado por los glaciares que surgíán al norte y al sur de los escarpados y graníticos montes de la Gran Cordillera; la vista a esa hora y en verano desde la orilla occidental del Segundo Lago se había hecho célebre. Casi todos los del grupo se llevarían consigo las bebidas que acababan de servir y, siguiendo a Vanessa, abandonarían la estancia en dirección a la orilla para contemplar cómo los bordes metalizados de las nubes se convertían en oro fundido

INCIPIT 1.239. INFIERNO, PURGATORIO, PARAISO / JORDI IBAÑEZ FANES


Cantaba no sé qué, he olvidado lo que estaba cantando, repantigado en aquel taxi, deslizándome, fluyendo. Porque resulta que todo empieza con un viaje en taxi, o que el viaje en taxi continúa desde quién sabe qué mundo anterior. Taxista, illévame a París! iLlévame al cielo! O mejor: llévame al infierno. Pero antes que nada, llévame a casa de Clotas, a Bellesguard, a la plenitud, a la vida de rico, demonios, y deprisa, que me muero de hambre. Sí, todo empieza aquí. O todo empieza así. Entras en un taxi y recitas la lección. Ahora, hay viajes que ... , carreras que ... ¿Por qué los taxistas hablan de carrera? Escuche, ¿usted qué carrera ha hecho? Mire, una carrera interminable, de forma que no querrá que le explique mi vida, ¿verdad? Pues no, gracias. Subes, entras, te adentras en el taxi. Penetras en él, como si fuese la cueva mágica de los viajes astrales, la cueva donde dicen que la sombra -de Buda pudo verse durante siglos grabada en la pared de roca. Eres la sombra, pues. La sombra del sueño, la sombra de la sombra del espectro viajando en taxi. Sí. Lo piensas y te lo dices en secreto: me gusta esta ciudad, y me gustan los viajes en taxi, esos impulsos de semáforo en semáforo con la ventana abierta y el aire de finales de verano dándome en la cara, instalado en el asiento trasero, mentalmente ausente, perdido tras el eco de los sonidos que vuelan con la sombra de lo que se escapa para siempre, absorto en el espejo encendido del porvenir, como un crepúsculo en el retrovisor.


MANN


Diarios, Chirbes, p. 320

Cuando desde el fondo del pozo, uno se pregunta el porqué de la literatura, o si merece la pena seguir llenando páginas, Mann, con un pie ya en la tumba, nos da una gozosa respuesta .en su divertido Felix Krull Sin libros como ese, la vida merecería bastante menos la pena. Bajo el juego de disfraces del mozo de comedor Krull, que ha cambiado su personalidad con la de un aristócrata, hay una lección de ética: la vida es representación, y precisamente en mantener la credibilidad del papel que te ha tocado en esa representación, encuentras tu grandeza. Como ocurre en la naturaleza ( esas flores que se visten para atraer a los insectos polinizadores), el arte es disfraz, pero un disfraz que exige disciplina, ascetismo ( el rigor del entrenamiento en la trapecista que aparece en el libro): ser humano y, al mismo tiempo, no serlo, retorcer esa humanidad, pero disimular pudorosamente la violencia que expresa la contorsión, esconder el doloroso esfuerzo, y mostrar solo la pirueta.

La novela termina precipitadamente, incluso podría decirse que. Mann la deja sin terminar. Hay un final mutilado, y los últimos capítulos son los menos brillantes, los más discursivos y tediosos del libro, pero haber vuelto a trabajar durante sus últimos días en ese texto iniciado en su juventud, supone un homenaje a sí mismo. Mann se felicita por el simple hecho de haber vivido. La elegancia, la gracia, la ironía se manifiestan en un diaporama de personajes, de situaciones, de decorados: comedores de grandes hoteles ( con su contrapunto de sórdidas vidas tras las mamparas, en cocinas, sótanos y buhardillas), vagones de lujo, elegantes cafés, un mundo que cuando Mann escribía ya la guerra había hecho estallar y era nada más que ceniza, recuerdo. Felix Krull es el homenaje a aquello que ocurrió, se esfumó, y ya no volverá más. Él mismo, el autor, se sabe a punto de hundirse tras el telón de sombras, de desaparecer como ha desaparecido el mundo al que perteneció. En el último momento, levantar una novela como, en una chispeante despedida, se levanta la copa de champán.


ECFRASIS


Diarios, Rafael Chirbes, p. 436

En algo recuerda al Demócrito de Ribera ( cuya reproducción hoy he vuelto a ver en una página de El País en la que se comentaba una exposición sobre El retrato español que han instalado en el Prado, y que acompañaba a un texto de John Berger). El Demócrito de Ribera nos parece un viejo campesino al que le han puesto en una mano un compás y le han pedido que coloque la otra mano sobre un libro. El hombre acepta entre escéptico y divertido lo que le están proponiendo hacer, representar, pensemos que ha aceptado posar seguramente para ganarse algún dinero. No creo que Ribera le contase siquiera a quién estaba representando, quién era ese tal Demócrito que encarnaba en aquel momento. El artesano mira con sorna al artista, nos da la impresión -con su risa socarrona..: de que no entiende el artificio, el trabajo inútil del artista, le parece juego de niños, pérdida de tiempo, improductivo, al margen del proceso de trabajo del que surgen los objetos útiles, hechos para cubrir necesidades humanas, la exigencia del artista como algo fuera de la obligación que te lleva cada día al puesto de trabajo. Pero cuando el posado concluye, y se ve a sí mismo recreado en un lienzo, duplicado, renacido, la ironía se le convierte· en temeroso respeto, el artista posee un don que procede de Dios: lo ha capturado; no digamos ya cuando descu6ra, si llega a descubrirlo, que eso que parecía un juego, además de admiración, produce prestigio, y, sobre todo, produce dinero. Es un trabajo mucho más rentable que pedir limosna a la puerta del hospital, o que el que hizo él mismo en su taller antes de caer en la ruina.


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