I
NTRODUCCIÓN
Nada parece ser más propio de la
época actual que la lucha por la supervivencia. Esta palabra, que parecía
desterrada en varias sociedades, se ha instalado con fuerza en el léxico
cotidiano. La pandemia nos ha obligado a asumir la fragilidad que nos
constituye y a centrarnos en el cuerpo que somos.
La sensación de alarma se ha
visto espoleada por la obsesiva tendencia a narrar la crisis sanitaria en
términos bélicos. Svetlana Alexiévich tiene razón, si se tiende a confundir
entre guerra y catástrofe es porque la Historia se nos ha enseñado como un largo
relato de batallas y héroes: nuestros miedos más profundos tienen que ver con
la guerra, ella es «la medida del horror». Declarar la guerra al virus formó
parte de la estrategia discursiva de los mandatarios_ para encaminar un estado
de excepción que permitiera desacelerar y controlar los cuerpos ante una
amenaza real. No es mera seguridad lo que ahora se antepone a la libertad, sino
la posibilidad misma de persistir. Parte del guión consistía en recordarnos que
nuestros padres y abuelos lo habían pasado peor y que lo que teníamos delante era
la guerra de nuestra generación. En suma, venían a descubrirnos que todos somos
hijos de supervivientes.