La tierra es gratuita en el país
Dowayo. Cada cual puede coger la que quiera y construirse una casa donde guste.
N o obstante, esa política no produce excedentes agrícolas. Todos cultivan lo
mínimo posible. Limpiar la tierra y cosechar son ya tareas bastante duras. Pero
lo peor es lo que hay que cavar a mitad del período de crecimiento. A fin de
aliviar el tedio de este proceso se celebran grandes fiestas de la cerveza en
las que los trabajadores permanecen mientras queda qué beber; luego se van ·a
otra fiesta y se llevan al anfitrión. De esta forma, el trabajo se ve
interrumpido por tandas de borracheras en sociedad. Aunque el mijo alcanza un
precio elevado en las ciudades, a los dowayos no les atrae vender allí, pues el
mercado está controlado por los comerciantes fulani, que esperan obtener
ganancias de entorno a un cien o doscientos por cien en todo lo que tocan.
Puesto que también controlan el transporte, la remuneración que recibiría un campesino
dowayo sería muy pequeña, por eso prefieren cultivar lo justo para su consumo y
para atender sus obligaciones familiares si hay alguna celebración en
perspectiva. Por lo demás, los márgenes son reducidos, y si llueve menos de lo
que se espera antes de la cosecha, es posible que haya incluso escasez. Tratar
de comprar algo en el país Dowayo es intentar nadar a contracorriente. Aunque
no les resultaba rentable, los franceses introdujeron deliberadamente los
impuestos para obligar a los dowayos a emplear el dinero. Sin embargo, siguen
prefiriendo el trueque y acumulan deudas que se saldan matando una res en vez
de con dinero." Si me hubieran dado mijo, yo habría tenido que pagar con
carne o con mijo comprado en la ciudad.
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