Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

AFRICA


El antropólogo inocente, Nigel Barley, p.58
Los que acusan a los europeos de paternalismo no son conscientes de la tradición que tienen las relaciones entre ricos y pobres en gran parte de Africa. El hombre que trabaja para ti no es tan sólo un empleado; tú eres su patrón. Es una relación sin límite. Si su esposa está enferma, el problema es tuyo en la misma medida que de él, y de ti se espera que hagas todo lo que esté en tu mano para que se cure. Si decides tirar algo, debes ofrecérselo a él primero; dárselo a otro sería una imperdonable incorrección. Resulta prácticamente imposible trazar la divisoria entre lo que es asunto tuyo y lo que es su vida privada. El europeo desprevenido se encontrará atrapado en la gran variedad de obligaciones consustanciales al parentesco lejano, a no ser que tenga mucha suerte. Cuando un empleado te llama «padre» es que se avecina peligro. Sin duda a ello seguirá una historia sobre una dote no pagada o unas cabezas de ganado muertas y se considerará una auténtica traición que no te hagas cargo de parte del problema. La línea que separa lo mÍo» de do tuyo» está sujeta a una constante renegociación y los dowayos son tan expertos como cualquiera en el arte de sacar todo el provecho que pueden de su vinculación con un hombre rico. El hecho de no darse cuenta de que la relación es contemplada desde distintos ángulos por cada una de las partes ha sido origen de muchos roces. Los occidentales se quejan continuamente de la “cara dura» o la «desfachatez” que demuestran sus trabajadores (ahora ya no se llaman «mozos» ni «criados») al esperar que los que les dan empleo los cuiden también y estén siempre dispuestos a sacarlos de apuros. Al principio, yo me sulfuraba mucho en las ocasiones como la que se me presentaba en ese momento. Parecía imposible hacer nada espontáneamente o ir a ningún sitio sin cargar con el enorme peso de las numerosas obligaciones. Una vez en la ciudad, todavía resultaba más irritante descubrir que las personas a quienes uno había llevado en el coche se molestarían sobremanera de no facilitarles de inmediato fondos para financiar su estancia. Yo los había llevado a aquel extraño lugar; que los abandonara allí era impensable.

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