Los que acusan a los europeos de
paternalismo no son conscientes de la tradición que tienen las relaciones entre
ricos y pobres en gran parte de Africa. El hombre que trabaja para ti no es tan
sólo un empleado; tú eres su patrón. Es una relación sin límite. Si su esposa
está enferma, el problema es tuyo en la misma medida que de él, y de ti se
espera que hagas todo lo que esté en tu mano para que se cure. Si decides tirar
algo, debes ofrecérselo a él primero; dárselo a otro sería una imperdonable incorrección.
Resulta prácticamente imposible trazar la divisoria entre lo que es asunto tuyo
y lo que es su vida privada. El europeo desprevenido se encontrará atrapado en
la gran variedad de obligaciones consustanciales al parentesco lejano, a no ser
que tenga mucha suerte. Cuando un empleado te llama «padre» es que se avecina
peligro. Sin duda a ello seguirá una historia sobre una dote no pagada o unas
cabezas de ganado muertas y se considerará una auténtica traición que no te
hagas cargo de parte del problema. La línea que separa lo mÍo» de do tuyo» está
sujeta a una constante renegociación y los dowayos son tan expertos como
cualquiera en el arte de sacar todo el provecho que pueden de su vinculación
con un hombre rico. El hecho de no darse cuenta de que la relación es
contemplada desde distintos ángulos por cada una de las partes ha sido origen
de muchos roces. Los occidentales se quejan continuamente de la “cara dura» o
la «desfachatez” que demuestran sus trabajadores (ahora ya no se llaman «mozos»
ni «criados») al esperar que los que les dan empleo los cuiden también y estén
siempre dispuestos a sacarlos de apuros. Al principio, yo me sulfuraba mucho en
las ocasiones como la que se me presentaba en ese momento. Parecía imposible
hacer nada espontáneamente o ir a ningún sitio sin cargar con el enorme peso de
las numerosas obligaciones. Una vez en la ciudad, todavía resultaba más
irritante descubrir que las personas a quienes uno había llevado en el coche se
molestarían sobremanera de no facilitarles de inmediato fondos para financiar su
estancia. Yo los había llevado a aquel extraño lugar; que los abandonara allí
era impensable.
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