Me gusta Antrobus. Realmente no podría decir por qué. Quizá
porque se toma todo con tremenda seriedad. Es asombroso: no cesa de susurrar,
chasquear la lengua, poner cara de piedra, fruncir los labios, mostrar las
palmas de las manos con el gesto de "y usted, ¿qué hubiera hecho?".
Hemos servido juntos en varias capitales extranjeras; él
como diplomático de carrera y yo por contrato, lo que explica por qué él es
ahora un acaudalado veterano de Southern mientras yo soy un empobrecido escritor.
Sin embargo, cada vez que voy a Londres me invita a comer en su club y hablamos
del pasado, de esos días felices que pasábamos en las capitales extranjeras
"mintiendo" por Inglaterra.
“El episodio del Tren Fantasma -dijo Antrobus- fue un poco
antes de tu época. Lo menciono porque no se me ocurre nada que ilustre mejor los
azares de la vida diplomática. De hecho, los pone absolutamente de relieve.
“Cada nación tiene su idée fixe particular. En el caso de
los yugoslavos son los trenes. Les inspiran un romanticismo instantáneo. Cuando
las locomotoras no están en marcha, tienen que protegerlas con guardias armados
para evitar que los curiosos campesinos las desmonten pieza por pieza. No hay
ningún objeto que despierte a tal extremo la concupiscencia de los serbios. Se
les cae la baba, viejo amigo; verdaderamente ils bavent.
No hay comentarios:
Publicar un comentario