Se cuenta que, en un pequeño pueblo jasídico, se encontraban
los judíos una noche en una fonda miserable, al final del sabbat. Eran todos
vecinos del pueblo, menos uno al que nadie conocía; pobre y andrajoso,
masticaba algo en una esquina oscura al fondo. Los temas de conversación iban
sucediéndose, hasta que a uno se le ocurrió preguntar a los demás qué elegirían
de concedérseles un deseo. Uno pidió dinero, el otro un yerno, el tercero un
nuevo banco de carpintero [ ... ].Todos expresaron sus deseos hasta que no quedó
más que el mendigo en su rincón oscuro. Vacilando y a regañadientes aceptó
revelarlo también él. «Ojalá fuera un poderoso monarca y reinara sobre un vasto
país. Quisiera que, de noche, estando dormido en mi palacio, el enemigo
irrumpiera en mis tierras y, antes del amanecer, sus jinetes llegaran a las
puertas de mi castillo sin encontrar ninguna resistencia, de manera que del
susto me despertaría y, sin tiempo siquiera para vestirme y en camisón, emprendería
la fuga a través de montañas, bosques y ríos, noche y día, sin descanso, hasta
llegar aquí, a este banco en vuestro rincón. Eso es lo que yo desearía.” Los
demás se miraron entre sí, atónitos. “Pero ¿qué ganarías con ese deseo?”, atinó
a preguntar uno. «Un camisón”, fue la respuesta.
Te quiero más que a la salvación de mi alma
LA CONSTRUCCION DE LA MURALLA CHINA
Iluminaciones, Walter Benjamin, p. 147
Comenzaré con una pequeña
narración extraída de la obra que lleva el título de esta conferencia y que
pondrá de manifiesto dos cosas: la magnitud de este escritor y la dificultad de
articular sobre ella un testimonio coherente. Kafka simula contar una fábula
china; la historia dice así:
Se cuenta que el emperador te ha mandado a ti, un
pobre individuo, un lamentable súbdito, una diminuta sombra escondiéndose del
sol imperial en la más lejana de las lejanías, a ti precisamente, un mensaje desde
su lecho de muerte. Mandó que se arrodillase un mensajero junto a la cama y le
susurró el mensaje al oído; tanto le importaba que se lo hizo repetir luego a
su oído. Con movimientos de cabeza fue corroborando la exactitud de lo dicho.
Y, ante todos los espectadores de su muerte -pues las paredes que impedían la
vista de su alcoba habían sido derribadas y en las anchas escalinatas que
serpenteaban hacia lo alto se hallaban reunidos todos los grandes del reino--, ante
todos ellos, despachó al mensajero. Este se puso enseguida en camino: un hombre
fuerte, incansable; lanzando hacia delante ahora un brazo, luego el otro, se va
abriendo paso entre la multitud; si encuentra resistencia, muestra sobre su
pecho el signo del sol; avanza con más facilidad que nadie. Pero la multitud es
incalculable; y los aposentos no tienen fin. Si saliese al campo libre, cómo
volaría y qué pronto oirías en tu puerta la espléndida llamada de sus puños. En
lugar de ello, se consume en un esfuerzo inútil. Todavía se está abriendo paso
por las más recónditas estancias del palacio; nunca llegará más allá; y, si lo
consiguiera, nada se ganaría con ello; tendría que seguir abriéndose paso por
las escaleras; y, aunque lo consiguiera, tampoco se habría ganado nada; tendría
entonces que habérselas con los patios; y, tras los patios, el segundo palacio
circundante; y otra vez escaleras y patios; y otra vez un palacio; y así a lo
largo de milenios; y, si por fin se precipitara al exterior por el portón más
externo –cosa que nunca, nunca sucederá-, se encontraría en primer lugar con la
capital del imperio, sede de la corte, centro del mundo, repleta hasta los
topes de sus propios desechos. Nadie puede atravesar eso y menos aún con el
mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana y sueñas con él
cuando cae la tarde.
INCIPIT 902. CARVALHO / CARLOS ZANON
MADRID BARCELONA
No sé cuántos millones de
cadáveres es ahora Madrid, pero sé de uno que se acaba de ir decepcionado de
esta habitación, arrastrando las cadenas del Fantasma del Biblioteca Pasado cuando
fue ganadora del Premio imponiéndose a argentinos, colombianos y otros entes
lingüísticos amigos. Estoy desnudo en una amplia habitación del Hotel de las
Letras, y en sus paredes hay palabras poderosas de Kapuscinski que no importa que
igual no sean verdad. Palabras sobre una tribu que sólo tiene el pasado que
puede alcanzar la memoria del más viejo. Adoro esas tribus, las que no olvidan,
pero puestos a elegir prefiero las tribus que saben recordar y lo hacen.
La exescritora que aún no sabe
que es ex ya se marcha. Se bambolea -cofre de madre astur y maneras de padre
mexicano- al ritmo que ella misma marca en las teclas del móvil en el pasillo
de acceso a los ascensores. Un «Estoy llegando» escrito con pericia sobre la
pantalla del iPhone a su marido, un santanderino adicto al Frenado! en sobres y
al Babelia de antes de que fuera de antes, prohombre de la edición dura en tapa
blanda.
Qué largo el camino desde el
deseo que no existía, la descarga y el «Mejor me voy».
Sí, mejor te vas.
Urgencias de huida.
Se va porque hoy no tenía que ser
ella la que estuviera aquí, sino Mi Novia Zombie.
INCIPIT 901. EL REINO / GONÇALO M. TAVARES
La bandera de un país es un
helicóptero: hace falta gasolina para mantenerla en el aire. La bandera no es
de tela sino de metal; se agita menos al viento, ante la naturaleza.
Avanzamos sobre la geografía,
estamos aún en el lugar de antes de la geografía, en la pregeografía. Después
de la Historia no hay geografía.
El país está inacabado como una
escultura. Fíjate en la geografía de un país: le falta terreno, escultura
inacabada. Invade el país vecino para terminar la escultura, guerrero escultor.
La matanza vista desde arriba:
escultura. Todos los restos de cuerpos pueden ser el inicio de otros asuntos.
Con fuerza arrancó del suelo un
perro. No era un árbol pequeño, era un perro.
Los animales no resisten como el
mundo botánico, ni como un sombrero. El sombrero vuela con el viento, el perro no,
el árbol jamás. Pero a veces viene una perturbación media y la naturaleza
muestra uno de sus lujos: la maldad. Vuelan el sombrero, los perros e incluso
los árboles.
EL PROCES
Carvalho, Carlos Zanón, p. 321
-Concreta un poco, abogado -le
digo, aunque ya sé a qué se refiere, quizás porque quiero que se refiera a otra
cosa que no sea el Tema. Estamos en casa, en Vallvidrera, ya hemos · cenado: ha
cocinado él unas perdices deliciosas que me han sentado como un tiro y por eso
o con eso por excusa las macero con escocés. Tres de la madrugada, borracho,
con ganas de que se marche y estar solo.
-Que esto está roto. Que vamos al
Úlster. Hay sociedades que pueden vivir de espaldas unas a otras durante años, décadas,
siglos. Habrá presos, habrá dolor, habrá sobreactuación, martirio, habrá toda
la propaganda, en las dos trincheras, que te puedas imaginar, habrá por qué no
pones la bandera, por qué no votas, habrá unos y otros, los buenos catalanes y
los malos españoles ...
-Igual tiene que ser así. Igual
somos esto.
-¿A qué te refieres?
-La civilización es una
construcción cultural y no quiero ponerme pedante a menos que rellenes otra vez
mi vaso. Si apartamos la educación, si retiramos manteles y cortinas, vestidos y
maquillaje, sólo queda un hijo de perra como tú que daña al débil y ofrece su
trasero al fuerte. La hipocresía nos permite seguir vivos.
-¿Cómo hemos llegado a esto? Todo
es tan frágil. Y suerte a la Santa Madre Iglesia que todos creemos en el mismo
Dios.
Me dan ganas de ponerme
sentencioso. A veces ocurre hasta en los mejores tipos.
-La transición es una mentira que
ya no nos sirve. Lo bien que nos hubiera
ido cortar la cabeza a un rey.
-Yo quiero la independencia,
Pepe, pero, si es a costa de que no seamos amigos, renuncio a ello.
-Estás borracho. Mientras cocines
así las perdices y me acompañes a los bares chinos seguiremos siendo amigos y me
da igual qué nombre den a esto -digo golpeando con mi pie el suelo de mi salón.
-Tendríamos que tener a El
Escritor para que nos explicara qué está pasando, qué va a pasar a
continuación.
-Si pudiera levantarme del sofá,
te abrazaba.
-¿Qué os pasa hoy a todos los
hombres?
-No te enteras, Pepe. Los hombres
ahora somos así: afectivos.
EL PROCESO
Carvalho, Carlos Zanón, p. 337
La cucharilla da vueltas al café
en la terraza de Guifré. No hay apenas gente sentada, ha refrescado un poco,
pero se presiente que la temperatura aumentará a medida que se cubran las horas
de la mañana y la muchedumbre subirá y bajará por estas Ramblas, de Colón a
Macia, y de Macia a Diagonal. Estamos ya a 16 de agosto, pero todo sigue igual:
las heridas, la frustración, la tribu, el runrún de una sociedad ilusionada, obnubilada
y asustada, estirando unos y otros una goma elástica con el objeto de que se rompa,
algo reviente, que se hagan fotos y que Europa intervenga. Es como si este país
no supiera andar sin que algún militar se sublevara en África cada cierto
tiempo y que se aprovechara una crisis para apretar el botón de salida. La
fascinación por el hombre de orden y por el bandolero existe. Orwell -que es
algo más que una plaza que anda por el Raval- dejó escrito que los catalanes eran
profundamente antifascistas en la misma medida que simpatizantes de lo
totalitario: no cabe disidencia en la tribu, la paranoia del enemigo interior y
exterior. Mucha gente está encontrando una manera sencilla de expiar su
pujolismo y otra su ansia de revancha y sangre. Espero que todo reviente de una
vez, pero que no haya ni un solo muerto. Pero me temo que unos y otros esperan
que los haya para conseguir argumentos en esta tabla de ajedrez. Los generales
de ejércitos en batallas siempre han sido unos asesinos. Lo de héroes, patriotas
y estrategas ya llega cuando las interrupciones para publicidad y se abren las
páginas de los libros de Historia.
DE LA GUERRA
El reino, Gonçalo M. Tavares, p. 93
No estoy constatando un hecho
bueno, decía, sino tan sólo un hecho. Me atrevería incluso a decir que es un
hecho malo, un hecho negativo para una sociedad que aspira a ser justa, pues la
justicia empezará por la igualdad en el acceso a la vida y a la muerte o, en
este caso, en la igualdad de facilidades que la muerte tiene para llegar a
cualquier cuerpo. Claro que ellos tienen tantos hijos, decía Leo Vast siempre
en el mismo tono, ellos tienen tantos hijos que, en cierto sentido, esa
facilidad que tienen también para morir es una compensación natural llegada del
otro lado. Digamos que la guerra es una herramienta para mantener más o menos
equilibrada la proporción de pobres y ricos, decía. Tras un largo periodo de
paz, en el que los pobres procrean a un ritmo cuatro o cinco veces superior al
de los ricos, que son avaros hasta en el reparto de sus genes, es decir, tras
un periodo en el que la estructura del mundo deja que los pobres aumenten su
masa de un modo brutal, surge una guerra, llegada de no se sabe dónde, para
restablecer de nuevo una relación cuantitativamente tolerable entre el pueblo y
las élites. Y es que, pese a todo, el dinero tiene sus límites frente a la
fuerza física, y si los adversarios se van multiplicando la competición puede entrar
en una pendiente irreversible que conduzca a nuestra derrota. Y que me perdonen
los pobres y las viudas, decía Leo Vast divertido, pero a nadie, a nadie en
absoluto le gusta perder. Ni siquiera a los ricos.
DE LA MALDAD
El reino, Gonçalo M. Tavares, p. 23
Quien escucha podrá acumular
conocimientos, pero esa acumulación no luchará contra la naturaleza. Ésta resiste
bien a la inteligencia, al razonamiento y a la memoria del hombre: todas estas
cualidades intelectuales son asuntos que conciernen exclusivamente al mundo de
la ciudad, y lo que amenaza la naturaleza son las acciones: momentos en que los
humanos abandonan la audición, e incluso el lenguaje del discurso, y pasan a
querer hablar con el sentido del tacto, el único que puede alterar las cosas.
Si los hombres, manteniendo su inteligencia incorrupta, fueran seres inmóviles,
incapaces del menor movimiento, seguirían siendo menos poderosos que un solo
metro cuadrado de tierra espontáneo. Quizá hubieran alcanzado un gran
perfeccionamiento en el campo del pensamiento abstracto, matemático y lógico,
pero no dejarían de ser una especie secundaria frente a las demás: las
poseedoras de movimiento. Hasta el chucho más miserable se mearía en los pies
de un hombre sumamente inteligente pero inmóvil. Si de pronto, en una hipótesis
totalmente absurda, todos los humanos sufrieran un accidente como Clako, la
especie humana desaparecería rápidamente en una generación. En una única
generación desaparecerían, pues, la matemática y la lógica del mundo. Y la
geometría. Y la literatura.
Si la matemática fuese realmente
tan divina y universal, ¿cómo concebir que la eliminación de una única especie –el
Hombre-, entre los miles de millones de especies existentes, pudiese eliminar
por completo esa lógica de los números de la faz del planeta? Si lo que se
encuentra diseminado entre más seres de la naturaleza recibe el nombre de
divino, entonces divino es el movimiento y la capacidad de procreación; y la
matemática, tan sólo la especialidad de una minoría.
INCIPIT 900. LA NOVELA DE PERON / TOMAS ELOY MARTINEZ
ADIOS A MADRID
Una vez más, el General Juan
Perón soñó que caminaba hasta la entrada del Polor Sur y que una jauría de
mujeres no lo dejaba pasar. Cuando despertó, tuvo la sensación de no estar en
ningún tiempo. Sabía que era el 20 de junio de 1973, pero eso nada significaba.
Volaba en un avión que había despegado de Madrid al amanecer del día más largo
del año, e iba rumbo a la noche del día más corto, en Buenos Aires. El
horóscopo le vaticinaba una adversidad desconocida. ¿De cuál podría tratarse,
si ya la única que le faltaba vivir era la deseada adversidad de la muerte?
Ni siquiera tenía prisa por
llegar a parte alguna. Estaba bien así, suspendido de sus propios sentimientos.
¿Y eso qué era? ¿Los sentimientos?: nada. Cuando mozo, le dijeron que no sabía
sentir, sino representar los sentimientos. Necesitaba una tristeza o una señal
de compasión, y ya: las pegaba con un alfiler sobre la cara. Su cuerpo vagaba
siempre por otra parte, donde los afanes del corazón no pudieran lastimarlo.
Hasta el lenguaje se le iba tiñendo de palabras ajenas: mozo, de prisa. Nada le
había pertenecido, y él mismo se pertenecía menos que nadie. De un solo hogar
disfrutó en la vida -estos últimos años, en Madrid-, y también acababa de
perderlo.
Levantó la cortina de la
ventanilla y adivinó el mar debajo del avión: es decir, la tierra de ninguna
parte. Arriba, unas hebras amarillas de cielo se desplazaban perezosamente, de
un meridiano a otro. El reloj del General señalaba las cinco, pero allí mismo,
en ese punto móvil del espacio, ninguna hora llegaba a ser verdadera. Su
secretario lo había retenido en la cabina de primera clase, para que se
mantuviera fresco al llegar y la muchedumbre que lo aguardaba
INCIPIT 899. SEROTONINA / MICHEL HOUELLEBECQ
Es un comprimido pequeño, blanco,
ovalado, divisible.
Me despierto hacia las cinco o a
veces las seis de la mañana, la necesidad es extrema, es el momento más
doloroso del día. Mi primer gesto es poner en marcha la cafetera eléctrica; la
víspera he llenado el depósito de agua y de café molido el filtro (por lo
general Malongo, con el café sigo siendo bastante exigente). No enciendo un
cigarrillo hasta después de haber tomado un primer sorbo; es una obligación que
me impongo, un éxito cotidiano que se ha convertido en mi principal fuente de
orgullo (debo confesar, sin embargo, que las cafeteras eléctricas van muy
rápido). El alivio que me produce la primera bocanada es inmediato, de una
virulencia sorprendente. La nicotina es una droga perfecta, una droga simple y
dura, que no proporciona ninguna alegría y se define totalmente por la carencia
y por el cese de esa carencia.
Unos minutos más tarde, después
de dos o tres cigarrillos, tomo un comprimido de Captorix con un cuarto de vaso
de agua mineral, normalmente Volvic.
SEXO
Serotonina, Houellebecq, p. 270
Hacía mucho tiempo que tenía el
proyecto de leer La montaña mágica, de
Thomas Mann, intuía que era un libro fúnebre, pero al fin y al cabo convenía a
mi situación, era sin duda el momento. Así que me zambullí en su lectura, al
principio con admiración, después con una creciente reserva. Aunque su
extensión y sus ambiciones eran mucho más grandes, el sentido último de la obra
era en el fondo idéntico al de Muerte en Venecia. Al igual que ese viejo
imbécil de Goethe (el humanista alemán de tendencia mediterránea, uno de los viejos chochos más siniestros de la literatura
mundial), al igual que el héroe de La montaña mágica, Aschenbach (mucho más simpático,
con todo), Thomas Mann, el propio Thomas Mann, y esto era sumamente grave,
había sido incapaz de huir de la fascinación de la juventud y la belleza, que
al final había situado por encima de todo, por encima de todas las cualidades intelectuales
y morales, y a las cuales, a fin de cuentas, él también, sin la menor
contención, se había entregado abyectamente. Así pues, toda la cultura mundial
no servía para nada, toda la cultura del mundo no aportaba ningún beneficio
moral ni ventaja alguna, puesto que por los mismos años, exactamente en los
mismos años, Marcel Proust, al final de El tiempo recobrado, concluía con
notable franqueza que no solo las relaciones mundanas, sino incluso las relaciones de
amistad, eran incapaces de ofrecer nada sustancial, eran pura y simplemente una
pérdida de tiempo, y que el escritor, contrariamente a lo que cree todo el
mundo, no necesitaba en absoluto conversaciones intelectuales, sino “amores
ligeros con muchachas en flor”. En este estadio de la argumentación, me importa
mucho sustituir «muchachas en flor» por «jóvenes coños húmedos»; esto
contribuirá, me parece, a clarificar el debate sin detrimento de su poesía
(¿qué hay más bonito, más poético, que un coño que empieza a humedecerse? Pido
que lo piensen seriamente antes de responderme. ¿Una polla que inicia su
ascensión vertical? Cabría sostenerlo. Todo depende, como muchas otras cosas en
este mundo, del punto de vista sexual
que se adopte).
DIVORCIO
Serotonina, Michel Houellebecq, p. 181
-¿Vas a divorciarte? -pregunté,
con la mayor calma y con un tono casi de indiferencia.
Él se desplomó literalmente en el
sofá, le serví un vaso grande de vodka, necesitó por lo menos tres minutos para
llevárselo a los labios, hubo un momento incluso en que tuve la sensación de
que se iba a echar a llorar, cosa que habría sido embarazosa. Lo que tenía que
contarme no tenía nada de original, las personas no solo se torturan unas a
otras, sino que se torturan con una absoluta falta de originalidad.
Naturalmente es penoso ver que alguien a quien has amado, con quien has compartido
noches, despertares, quizá enfermedades, preocupaciones por la salud de los
hijos, se transforme en cuestión de días en una especie de vampira, de arpía
cuya avidez financiera no conoce límites; es una experiencia terrible de la que
no te repones nunca del todo, pero quizá sea en cierto sentido saludable, la
travesía de un divorcio es tal vez el único medio eficaz para poner fin al amor
(en la medida, evidentemente, en que se considere que el fin del amor puede ser
algo saludable), si yo, por mi parte, me hubiera casado con Camille antes de
divorciarme de ella, quizá habría conseguido dejar de amarla; y fue justo en
aquel momento, al escuchar el relato de Aymeric, cuando por primera vez, sin
precaución, fabulación ni restricción de ninguna clase, dejé penetrar
directamente en mi conciencia la evidencia penosa, atroz y letal de que todavía
amaba a Camille; aquel cotillón empezaba en verdad mal.
FRANCO FRANCISCO
Serotonina, Michel Houellebecq, p. 33
Francisco Franco,
independientemente de otros aspectos a veces objetables de su acción política,
podía ser considerado el verdadero inventor a escala mundial del turismo de
lugares con encanto, pero su obra no se detenía ahí, ese espíritu universal
sentaría más adelante las bases de un auténtico turismo de masas (¡pensemos en
Benidorm!, ¡pensemos en Torremolinos!, ¿existía en el mundo, en los años
sesenta, algo comparable?), Francisco Franco era en realidad un auténtico gigante
del turismo, y es con esta vara con la que acabaría siendo valorado, cosa que
ya empezaban a hacer algunas escuelas de hostelería suizas, y, de un modo más
general, en el plano económico el franquismo había sido recientemente objeto de
estudios interesantes en Harvard y Yale, que mostraban cómo el caudillo,
presintiendo que España nunca llegaría a subirse al tren de la revolución
industrial que, preciso es decirlo, había perdido totalmente, había tenido la
audacia de quemar las etapas invirtiendo en la tercera fase, en la fase final de
la economía europea, la del sector terciario, el turismo y los servicios, dando
así a su país una ventaja competitiva decisiva en el momento en que los
asalariados de los nuevos países industriales, al acceder a un poder
adquisitivo más alto, deseasen utilizarlo en Europa, ya en el turismo de
lugares con encanto, ya en el de masas, de acuerdo con su posición social, aunque
por el momento no había ningún chino en el parador de Chinchón, un par de
universitarios ingleses de lo más corrientes aguardaban su turno detrás de
nosotros, pero los chinos llegarían, vaya que si llegarían, no me cabía la
menor duda a este respecto, quizá lo único que había que hacer era simplificar
las formalidades en la recepción, las cosas habían Cambiado, se tenga el
respeto que se tenga y se deba tener por obra turística del caudillo, era poco
probable que ahora espías llegados del frío pensaran en infiltrarse en las
huestes inocentes los turistas normales; los espías llegados del frío a su vez se
habían convertido en turistas ordinarios, a semejanza de su jefe, Vladímir Putin,
el primero de ellos.
CAPTORIX
Serotonina, Miche Houellebecq, p. 9
Los primeros antidepresivos
conocidos (Seroplex, Prozac) aumentaban los niveles de serotonina en sangre
inhibiendo su recaptación por las neuronas 5-HT l. El descubrimiento, a principios
de 2017, del Cap ton D-L abriría la vía a una nueva generación de
antidepresivos, con un mecanismo de acción finalmente más simple, ya que se
trataba de favorecer la liberación por exocitosis de la serotonina producida al
nivel de la mucosa gastrointestinal. A finales de año se comercializó el Capton
D-L con el nombre de Captorix. Demostró de inmediato una eficacia sorprendente
que permitía a los pacientes integrar con una facilidad inédita los ritos más
importantes de una vida normal dentro de una sociedad evolucionada (higiene, vida
social reducida a la buena vecindad, trámites administrativos sencillos) sin
favorecer en modo alguno, a diferencia de los antidepresivos de la generación anterior,
las tendencias suicidas o de automutilación.
Los efectos secundarios
indeseables observados con mayor frecuencia con Captorix eran las náuseas, la
desaparición de la libido, la impotencia.
Yo nunca había sufrido náuseas.
AMOR. HOMBRES
Serotonina, Michel Houellebecq, p. 58
El hombre, en principio, es más
reservado, admira y respeta ese desenfreno emocional sin comprenderlo
plenamente, le parece extraño complicar tanto las cosas. Pero poco a poco se transforma,
poco a poco es absorbido por el vórtice de pasión y de placer creado por la
mujer, más exactamente reconoce la voluntad de la mujer, su voluntad
incondicional y pura, y comprende que esta voluntad, aunque la mujer exige el
homenaje de las penetraciones vaginales frecuentes y de preferencia cotidianas,
pues son la condición normal para que se manifiesten, es una voluntad en sí
absolutamente buena en la que el falo, centro de su ser, cambia de estatuto
porque se convierte asimismo en la condición de que sea posible manifestar el
amor, ya que el hombre apenas dispone de otros medios, y merced a este curioso
desvío la felicidad del falo pasa a ser un fin en sí mismo para la mujer, un
fin que no tolera casi restricciones en cuanto a los medios empleados. Poco a
poco, el inmenso placer que procura la mujer modifica al hombre, que le otorga
agradecimiento y admiración, su visión del mundo se ve transformada, de manera
imprevista accede a la dimensión kantiana del respeto, y poco a poco llega a
contemplar el mundo de otra forma, la vida sin una mujer (e incluso,
precisamente, sin esa mujer que le proporciona tanto placer) se vuelve
realmente imposible y se asemeja a la caricatura de una vida; en este momento,
el hombre empieza en verdad a amar. El amor en el hombre es, por tanto, un fin,
una realización y no, como en la mujer, un comienzo, un nacimiento; he aquí lo
que se debe considerar.
AMOR.MUJERES
Serotonina, Michel Houellebecq, p. 58
El amor en la mujer es un poder,
un poder generador, tectónico, cuando el amor se manifiesta en la mujer es uno
de los fenómenos naturales más imponentes que la naturaleza pueda ofrecernos
contemplar, hay que considerarlo con temor, es un poder creativo del mismo tipo
que un temblor de tierra o un trastorno climático, el origen de otro
ecosistema, otro entorno, otro universo, con su amor la mujer crea un mundo nuevo,
pequeñas criaturas aisladas chapoteaban en una existencia incierta y de pronto
la mujer crea las condiciones de existencia de una pareja, de una nueva entidad
social, sentimental y genética, cuya vocación es efectivamente eliminar todo
rastro de los individuos preexistentes, la esencia de esta nueva entidad es ya
perfecta como lo había advertido Platón, en ocasiones puede adquirir la
complejidad de una familia pero es casi un detalle, al contrario de lo que
pensaba Schopenhauer, la mujer de todos
modos se entrega por completo a esta tarea, se abisma en ella, se consagra en
cuerpo y alma, como suele decirse, y por otra parte no hace en realidad la
diferencia, esa diferencia entre cuerpo y alma no es para ella más que una disputa
masculina intrascendente. Sacrificaría sin vacilar su vida a esta tarea que en
realidad no lo es, porque es la manifestación pura de un instinto vital.
TIRANOS
El escándalo del siglo, GG Márquez, p. 285
Sin embargo, mi experiencia de
escritor más difícil fue la preparación de El otoño del patriarca. Durante casi
diez años leí todo lo que me fue posible sobre los dictadores de América Latina,
y en especial del Caribe, con el propósito de que el libro que pensaba escribir
se pareciera lo menos posible a la realidad. Cada paso era una desilusión. La
intuición de Juan Vicente Gómez era mucho más penetrante que una verdadera facultad
adivinatoria. El doctor Duvalier, en Haití, había hecho exterminar los perros
negros en el país porque uno de sus enemigos, tratando de escapar de la
persecución del tirano, se había escabullido de su condición humana y se había
convertido en perro negro. El doctor Francia, cuyo prestigio de filósofo era
tan extenso que mereció un estudio de Carlyle, cerró a la República del
Paraguay como si fuera una casa, y sólo dejó abierta una ventana para que
entrara el correo. Antonio López de Santa Anna enterró su propia pierna en
funerales espléndidos. La mano cortada de Lope de Aguirre navegó río abajo
durante varios días, y quienes la veían pasar se estremecían de horror,
pensando que aun en aquel estado aquella mano asesina podía blandir un puñal.
Anastasia Somoza García, en Nicaragua, tenía en el patio de su casa un jardín
zoológico con jaulas de dos compartimientos: en uno, estaban las fieras, y en
el otro, separado apenas por una reja de hierro, estaban encerrados sus
enemigos políticos. Martínez, el dictador teósofo de El Salvador, hizo forrar con
papel rojo todo el alumbrado público del país, para combatir una epidemia de
sarampión, y había inventado un péndulo que ponía sobre los alimentos antes de
comer, para averiguar si no estaban envenenados. La estatua de Morazán que aún
existe en Tegucigalpa es en realidad del mariscal Ney: la comisión oficial que
viajó a Londres a buscarla resolvió que era más barato comprar esa estatua
olvidada en un depósito, que mandar hacer una auténtica de Morazán.
En síntesis, los escritores de
América Latina y el Caribe tenemos que reconocer, con la mano en el corazón,
que la realidad es mejor escritor que nosotros. Nuestro destino, y tal vez
nuestra gloria, es tratar de imitarla con humildad, y lo mejor que nos sea
posible.
DE LA REALIDAD
El escándalo del siglo, GG Márquez, p. 282
ALGO MÁS SOBRE LITERATURA Y REALIDAD
Un problema muy serio que nuestra realidad desmesurada plantea
a la literatura es el de la insuficiencia de las palabras. Cuando nosotros
hablamos de un río, lo más lejos que puede llegar un lector europeo es a
imaginarse algo tan grande como el Danubio, que tiene 2. 790 kilómetros. Es
dificil que se imagine, si no se le describe, la realidad del Amazonas, que
tiene 5.500 kilómetros de longitud. Frente a Belén del Pará no se alcanza a ver
la otra orilla, y es más ancho que el mar Báltico. Cuando nosotros escribimos
la palabra «tempestad», los europeos piensan en relámpagos y truenos, pero no
es facil que estén concibiendo el mismo fenómeno que nosotros queremos representar.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la palabra «lluvia”. En la cordillera de los
Andes, según la descripción que hizo para los franceses otro francés llamado
Javier Marimier, hay tempestades que pueden durar hasta cinco meses. “Quienes
no hayan visto esas tormentas -dice-, no
podrán formarse una idea de la violencia con que se desarrollan. Durante horas
enteras los relámpagos se suceden rápidamente a manera de cascadas de sangre y
la atmósfera tiembla bajo la sacudida continua de los truenos, cuyos estampidos
repercuten en la inmensidad de la montaña.” La descripción está muy lejos de
ser una obra maestra, pero bastaría para estremecer de horror al europeo menos
crédulo.
De modo que sería necesario crear todo un sistema de palabras
nuevas para el tamaño de nuestra realidad. Los ejemplos de esa necesidad son
interminables. E W. Up de Graff, un explorador holandés que recorrió el alto
Amazonas a principios de siglo, dice que encontró un arroyo de agua hirviendo donde
se hacían huevos duros en cinco minutos, y que había pasado por una región
donde no se podia hablar en voz alta porque se desataban aguaceros
torrenciales. En algún lugar de la costa caribe de Colombia, yo vi a un hombre
rezar una oración secreta frente a una vaca que tenía gusanos en la oreja, y vi
caer los gusanos muertos mientras transcurría la oración. Aquel hombre
aseguraba que podia hacer la misma cura a distancia, siempre que le hicieran la
descripción del animal y le indicaran el lugar en que se encontraba. El 8 de
mayo de 1902, el volcán Mont Pelée, en la isla Martinica, destruyó en pocos
minutos el puerto de Saint-Pierre y mató y sepultó en lava a la totalidad de
sus 30.000 habitantes. Salvo uno: Ludger Sylvaris, el único preso de la
población, que fue protegido por la estructura invulnerable de la celda
individual que le habían construido para que no pudiera escapar.
DE LA GUERRA CIVIL
El escándalo del sigo, GG Márquez, p. 281
La historia que más me ha impresionado en mi vida, la más brutal
y al mismo tiempo la más humana, se la contaron a Ricardo Muñoz Suay en 1947,
cuando estaba preso en la cárcel de Ocaña, provincia de Toledo, España. Es la
historia real de un prisionero republicano que fue fusilado en los primeros días
de la guerra civil en la prisión de Ávila. El pelotón de fusilamiento lo sacó
de su celda en un amanecer glacial, y todos tuvieron que atravesar a pie un
campo nevado para llegar al sitio de la ejecución. Los guardias civiles estaban
bien protegidos del frío con capas, guantes y tricornios, pero aun así
tiritaban a través del yermo helado. El pobre prisionero, que sólo llevaba una
chaqueta de lana deshilachada, no hacía más que frotarse el cuerpo casi
petrificado, mientras se lamentaba en voz alta del frío mortal. A un cierto
momento, el comandante del pelotón, exasperado con los lamentos, le gritó:
-Coño, acaba ya de hacerte el mártir con el cabrón frío. Piensa
en nosotros, que tenemos que regresar.
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