Te quiero más que a la salvación de mi alma
TRES HEROES DEL MEDITERRANEO GRECOLATINO TARDORROMANO
Carácter y destino
[...] Ha habido personajes de manifestación, o digamos ya "de carácter", cuyo carácter se cumplía plenamente en el ámbito visible. El genio máximo ha sido Charlot, que anduvo ya sobrado con el cine mudo. Pero en la escritura nunca bastará la descripción del gesto, y será la palabra dicha por el personaje, la palabra plena, significante, holgada, la que traiga en sí misma el componente más completo y más específicamente humano de la manifestación del carácter.
La manifestación del carácter en su plenitud es privilegio eminente de la comedia
Así habían sabido verlo los lectores de la primera parte del Quijote, según el testimonio del bachiller Sansón Carrasco, en uno de los primeros capítulos de la segunda parte, cuando a preguntas del propio Don Quijote sobre si el autor promete una segunda parte, contesta que hay quienes no la esperan ni la desean, pero que otros decían: "Vengan más quijotadas, embista Don Quijote y hable Sancho Panza, y sea lo que fuere, que con eso nos contentamos". Y aquí, dado que aunque Sansón Carrasco esté hablando dentro de la novela sabemos que es una noticia que Cervantes mete desde fuera de ella, no puedo por menos de encarecer la importancia capital de ese "hable Sancho Panza", como un testimonio revelador de hasta qué punto los lectores de la primera parte habían reconocido clarividentemente a Sancho Panza como un personaje de manifestación, o sea, como un personaje de carácter. Por supuesto que también lo es Don Quijote, pero bajo una condición peculiarísima que enseguida se verá.
La manifestación del carácter en su plenitud, que es igual que decir "en su gratuidad", es privilegio eminente de la comedia. La palabra "drama" quiere decir precisamente "acción", y es la acción, la acción con sentido, la proyección de intenciones y designios, los trabajos racionalmente dirigidos al logro de los fines, lo que constituye un "argumento" en el sentido fuerte, y no pertenece por lo tanto al orden del carácter, sino al orden del destino.
"Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene juridición la hambre, merced al rico Camacho. Apeaos, y mirad si hay por ahí un cucharón y espumad una gallina o dos y buen provecho os haga". Tal es la respuesta que recibe Sancho Panza de uno de los cocineros de Camacho, cuando al acercarse a los fuegos de una gran cocina extendida en el suelo al aire libre, viendo toda aquella abundancia, "tutta quella grazia di Dio" -como habría dicho un italiano-, saca un mendrugo de pan y le pide al cocinero, "con corteses y hambrientas razones" tal como dice literalmente el texto, que le permita mojarlo en la salsa de una de las ollas. Estamos en el momento culminante de toda la novela, en su punto solar.
Y de una manera más manifiesta que en ningún otro pasaje, la prosa de Cervantes se deja blandamente suscitar y conducir por la atmósfera de la fiesta y la abundancia hallando las palabras que concuerdan con la manera, con el gesto, con la luz en que aparecen, o vislumbramos que tendrían que aparecer, las cosas en el orden del carácter, en el reino de los bienes, en el tiempo consuntivo, allí donde la juridición de la hambre ha quedado suspendida: "Y mirad si hay por ahí un cucharón y espumad una gallina o dos y buen provecho os haga". Así, abandonado, tirado por ahí, entre el desorden y la confusión de lumbres y calderos, debe de haber algún cucharón, que ni siquiera llega a ser "EL cucharón", porque sólo se tiene idea de que alguno había o tendría que haber o parece verosímil que lo haya. Las cosas huelgan sueltas, desligadas las unas de las otras, yacen desperdigadas sin que nadie las tenga sometidas a control. Lo mismo vale para "una gallina o dos", porque dos gallinas son una gallina, y una gallina dos gallinas son; los bienes no tienen cuenta; si se usa el número, una gallina o dos, es sólo porque vienen en cuerpos discontinuos, pero en la indiferencia, en esa misma dejadez del "una o dos", el propio número se anula virtualmente, incoando un continuo "gallina" tal vez un poco a la manera de aquel "tigre continuo" que inventó el talento de Jorge Luis Borges. Mas no son todos los tiempos unos.
En la "juridición de la" hambre, en el tiempo adquisitivo, de los valores, en el orden del destino, rige el principio burocrático de "un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio" y es intolerable que el cucharón no esté donde tiene que estar. Las gallinas, por su parte, están contadas, contabilizadas, controladas, y no sólo por si sobreviene una mortandad avícola y llegan a ser demasiado pocas y hay que racionarlas, sino también por si viene un año demasiado próspero y las gallinas aumentan más de lo debido, y hay que sacrificar las excedentes en aras de lo que hoy suele llamarse "creación de riqueza", porque entre ésta y el remedio de las carencias humanas, o sea, entre los valores y los bienes, hay un antagonismo irreductible.
Cuando se celebraron las bodas de Camacho regía una tregua entre flamencos y españoles; Cervantes no vivió para conocer la reanudación de aquella guerra, que había hecho acuñar a los españoles el lema aquel: "Italia mi ventura, Yndias mi desventura, Flandes mi sepoltura", ni conoció la atribulada corte de Felipe IV, en la que fue Velázquez el que tomó, magistralmente, su puesto como paladín del carácter. Ahí está su galería: el Bobo de Coria, el Niño de Vallecas, el Primo, Pablillos de Valladolid y otros, y hasta una mujer, Mari Bárbola, que hace la corte a la Infanta en Las meninas. Son personajes inmóviles en la pintura y en la historia; ni tan siquiera la edad que representan es ya la cuenta de sus años, sino un rasgo permanente de su fisonomía. Están en palacio sin más función, sin más servicio al rey que su presencia; sin ayer, sin mañana, sin historia. Frente al cárdeno horizonte de tormenta que hace el fondo del retrato del conde duque de Olivares, personaje de destino si los hay, los fondos de los cuadros de nuestros personajes de carácter son neutros, cercanos, sin horizonte alguno. Su servicio al melancólico rey es amortiguar, distraer, ahuyentar, exorcizar, la ominosa galerna del destino que amaga más allá del Guadarrama. Porque el halcón del destino, señor de la historia, lo trae ahora, firmemente agarrado a la luva de cuero en su muñeca, Richelieu.
[...] Don Quijote está en la encrucijada, inevitablemente conflictiva, entre el orden del carácter y el orden del destino. Que Don Quijote es un personaje de carácter es tan incuestionable como que lo es su escudero Sancho Panza. Veamos en qué plano de virtualidad es también un personaje de destino. El acto y el acta de constitución formal del personaje no pueden ser más inequívocos y están exactamente en el segundo párrafo del capítulo segundo de la Primera Parte y dice así:
"Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero iba hablando consigo mesmo y diciendo: ¿quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: 'Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa Tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, [...] cuando el famoso caballero Don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel'. Y era la verdad que por él caminaba". (Hasta aquí la cita).
Aquí está, pues, en el principio mismo, tal como corresponde, y de una vez por todas, pues no se volverá a repetir, el auto de definición e instauración del personaje, dando cuenta de la pauta por la que desde el orden del carácter todos sus hechos van a verse virtualmente revestidos con las galas del orden del destino. [...]
La sin par naturaleza de Don Quijote estaba en ser un personaje de carácter cuyo carácter consistía en querer ser un personaje de destino. Sus acciones, en la narración que simultáneamente se les superpone, aparecen transfiguradas precisamente como destino. Pero en la misma medida en que tal transfiguración es producto de un empecinado esfuerzo del carácter, no se trata, en modo alguno, de una especie de hibridaje entre los dos órdenes. El ser personaje de destino es la obra de su carácter; por eso, lejos de disminuir su condición de personaje de carácter, la confirma y reduplica. [...]
Fragmento del discurso de Rafael Sánchez Ferlosio. La versión completa puede leerse en www.elpais.es.
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