Estos sucesos me ocurrieron en 1938. Siento, al hablar de ellos, una
enorme desazón. Varias veces ya, he intentado darles una forma
escrita. Si he escrito libros, fue porque esperaba mediante los
libros, terminar con todo aquello. Si he escrito novelas, las novelas
surgieron cuando las palabras empezaban a retroceder ante la verdad.
Yo no le tengo miedo a la verdad. No temo confesar un secreto. Sin
embargo las palabras, hasta ahora, han sido más débiles y más cautas
de lo que me hubiera gustado. Esta cautela, lo sé, es una
advertencia. Sería más noble dejar a la verdad en paz. Le sería
extraordinariamente útil a la verdad, el permanecer oculta. Pero,
ahora, espero acabar pronto. Acabar, esto también es noble e
importante.
Debo decir, sin embargo, que una vez conseguí dar forma a
estos sucesos. Fue en 1940, durante las ultimas semanas de julio o
las primeras de agosto. En la ociosidad que me imponía el estupor,
escribí esta historia. Una vez escrita, la releí, y acto seguido
destruí el manuscrito. Hoy, ni siquiera puedo recordar su extensión.
Escribiré literalmente, con la seguridad de que este relato
sólo me concierne a mí. A decir verdad, podría resumirse en dos
palabras. Esto es lo que lo hace tan espantoso. Hay dos palabras que
puedo decir, y a estas palabras me he resistido durante nueve
enorme desazón. Varias veces ya, he intentado darles una forma
escrita. Si he escrito libros, fue porque esperaba mediante los
libros, terminar con todo aquello. Si he escrito novelas, las novelas
surgieron cuando las palabras empezaban a retroceder ante la verdad.
Yo no le tengo miedo a la verdad. No temo confesar un secreto. Sin
embargo las palabras, hasta ahora, han sido más débiles y más cautas
de lo que me hubiera gustado. Esta cautela, lo sé, es una
advertencia. Sería más noble dejar a la verdad en paz. Le sería
extraordinariamente útil a la verdad, el permanecer oculta. Pero,
ahora, espero acabar pronto. Acabar, esto también es noble e
importante.
Debo decir, sin embargo, que una vez conseguí dar forma a
estos sucesos. Fue en 1940, durante las ultimas semanas de julio o
las primeras de agosto. En la ociosidad que me imponía el estupor,
escribí esta historia. Una vez escrita, la releí, y acto seguido
destruí el manuscrito. Hoy, ni siquiera puedo recordar su extensión.
Escribiré literalmente, con la seguridad de que este relato
sólo me concierne a mí. A decir verdad, podría resumirse en dos
palabras. Esto es lo que lo hace tan espantoso. Hay dos palabras que
puedo decir, y a estas palabras me he resistido durante nueve
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