Habría mucho que decir sobre la dorada cadena de ciudades históricas que se extiende desde Milán a Venecia, en la que los meros nombres -Brescia, Verona, mantua, Padua- ya adornan las frases. Sin embargo, he de traer a la memoria recuerdos de hace tres años para extender mi breve historia. Tan sólo de Verona y Venecia he vuelto a tener impresiones recientes pero incluso a éstas debo hacer breve justicia. Llegué a Venecia, tal y como lo había hecho la vez anterior, un día de finales de verano, cuando las sombras comienzan a alargarse y la luz a enrojecerse, y noté como las sensaciones se asemejaban en gran medida. Se produjo el mismo intolerable retraso que la última vez en Mestre, justo antes de que la priemra visión de la laguna conformara el ya inconfundible
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