Padre y Dios
El retrato que hizo Sargent de mi padre -pintado cuando yo tenía diez años, en 1905-, que cuelga todavía en el vestíbulo principal de la Colonial Art Gallery, de cuyo consejo él fue miembro muchos años, podría considerarse la imagen ideal del aristócrata americano de su época. En caso de que hubiera habido alguno. De hecho, ésa debió de ser la pregunta que se hacía el artista. Aunque el famoso retrato transoceáncio que Sargent hizo de Lord Ribblesdale -quien, aunque dotado del porte majestuoso de un ministro, decidió posar como el señor de Buckhounds- representa la seguridad absoluta de un terrateniente, el maestro de las fisonomías eligió impregnar el de mi padre con un ligero toque de autoreprobación.
Lionel Faurfax, alto y delgado, aparece sentado con un aire de relajación controlada en un bergère Luis XV, vestido con un traje ligero de tonos acordes con el cabello prematuramente gris del modelo y el blanco nacarado de sus apacibles y curiosos ojos. Con una mano está sujetando un libro encuadernado en tafilete, el dedo índice entre las páginas como si el pintor hubiese interrumpido -interrupción
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