Lov Bensey regresaba por el camino del tabaco, carcomido por las lluvias, hollando con paso cansado la espesa capa de arena que lo cubría. cargaba un saco de nabos, que no poco esfuerzo le había costado conseguir, y su peso hacía aún más penoso el largo trayecto.
El día anterior, Lov había oíod decir que en Fuller había alguien que estaba vendiendo nabos a 50 céntimos el robo, y esa mañan muy temprano había salido de su casa con medio dólar en el bolsillo para comprarlos. Ahora llevaba ya recorridos 11 kilómetros, y aún le quedaban otros 3 más para llegar a su casa, junto al cargadero de carbón del ferrocarril.
4 o 5 de los Lester se encontraban en el patio delantero, si tal podía llamarse al baldío que daba acceso a la casa, cuando Lov se detuvo enfrente. Hacía cerca de 1 hora que lo habían visto en las dunas, a casi 3 kilómetros; no le habían quitado la vista de encima, y ahora que lo tenían a su alcance, estaban dispuestos a hacer todo lo posible por impedir que siguiera viaje con los nabos
Pero Lov tenía una mujer en quien pensar, además de su propia persona, y no iba a permitir que ninguno de los Lester se acercara demasiado a su saco. Habitualemnet, si tenía que pasar por allí llevando nabos, boniatos o cualquier clase de comestible, se apartaba del camino 1 kilómetro antes de llegar a la casa, daba un grna rodeo a campo traviesa, y volvía a tomarlo cuando se encontraba a una distancia pruden-
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