Nunca había coincidido que se corriera primero la voz de que habría guerra y que después se hiciera la paz. En cambio lo contrario, que tras las esperanzas de paz se declarara de pronto la guerra, eso era algo casi habitual en la gran península.
Algunas veces daba la impresión de que la península era verdaderamente grande y que había en ella sitio para todos: para lenguas y religiones distintas, para una docena de pueblos, estados, reinos y prinicpados, incluso para tres imperios, dos de los cuales, el de los servios y el de los búlgaros, ya se habían hundido, mientras el tercero, el bizantino, para su porpia vergüenza y la de toda la cristiandad, se había declarado vasallo de los turcos.
Pero es así que llegaban otros días en quyue se operaban transformaciones en la mente de las gentes y entonces la región les parecía angosta. La sensación
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