Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.413. EL DESAYUNO DE LOS CAMPEONES / KURT VONNEGUT


PRÓLOGO

El Desayuno de los Campeones es el nombre de unos cereales para el desayuno, marca registrada por General Milis, Inc. La utilización de ese mismo nombre como título de este libro no pretende sugerir ninguna relación especial con General Milis ni ningún patrocinio por su parte. Tampoco debe tomarse como un menosprecio a sus selectos productos.

La persona a quien está dedicado este libro, Phoebe Hurty, ya no se cuenta entre los vivos, como suele decirse. Era una viuda que conocí en Indianápolis bien entrada la Gran Depresión. Yo tenía unos dieciséis años y ella alrededor de cuarenta. Era rica perq no había dejado de trabajar ni un día, así que seguía haciéndolo. Escribía una columna, sensata y divertida, de consejos para enamorados en el Times de Indianápolis, un buen periódico ya difunto.

Difunto.

También escribía anuncios para la Compañía William H. Block, unos grandes almacenes que aún siguen marchando muy bien en un edificio que diseñó mi padre. Una vez, con ocasión de unas rebajas de verano, escribió un anuncio para unos sombreros de paja que decía: «A este precio, puede ponerle sombrero a su caballo y hasta a sus rosas.»


ENTROPIA, PYNCHON


Los lenguajes de la verdad, Salman Rushdie, p. 267

Las dos grandes ideas opuestas en la obra del solitario novelista estadounidense Thomas Pynchon son la paranoia y la entropía. Sus numerosos personajes paranoicos, como Herbert Stencil en V. y casi todos los de La subasta del lote 49, están convencidos de que se les oculta la verdadera forma y el verdadero significado del mundo, y que unas fuerzas colosales -Gobiernos, empresas, extraterrestres- están actuando y manejan el mundo al mismo tiempo que ocultan su existencia tras pantallas impenetrables. Estos personajes existen en contraposición con otro grupo de arquetipos, como el marinero Benny Profane y sus amigos de «Toda la tripulación enferma» en V., para quienes la vida parece ser una fiesta de la cerveza que va decayendo lenta y casi catatónicamente sin llegar nunca a acabar.

La segunda ley de la termodinámica nos dice que el calor siempre fluye del objeto más caliente al más frío, de modo que, gradualmente, el más caliente se vuelve menos caliente y el más frío se calienta más. Cuando este principio se aplica a escala universal, se da a entender que  la energía calorífica de todos  los objetos calientes -es decir, las estrellas- se disipará lentamente, extendiéndose a la materia menos caliente, hasta que, al final, toda la materia del universo estará a la misma temperatura y no quedará energía utilizable. Todo el cosmos será víctima de un enervamiento terminal. Esto es lo que William Thomson, el primer barón Kelvin ( una persona de carne y hueso, y no una invención pynchoniana) describió en 1851 como «la muerte por calor del universo». Con la disipación universal de la energía habría un momento en el que cesaría todo movimiento. La interminable fiesta de la cerveza de Benny Profane por fin acabaría.


JOYCE


Los lenguajes de la verdad, Salman Rushdie, p. 258

Lo más difícil para el adaptador son los textos cuya esencia reside en el lenguaje, lo que tal vez explique por qué todas esas películas de García Márquez eran tan malas, por qué nunca se han hecho buenas películas de las obras de Italo Calvino o Evelyn Waugh (aunque hay muchas versiones esnobs de Retorno a Brideshead), por qué fracasan tan a menudo las películas de Herningway ( estoy pensando en El viejo y el mar, con Spencer Tracy a la deriva con un pez muerto), y por qué incluso un intento digno corno el de Joseph Strick de filmar el Ulises de Joyce en 1967 no llega a estar a la altura del original, a pesar de tener el reparto perfecto, con Milo O'Shea en una encarnación extraordinaria de Leopold Bloom, y Maurice Roeves corno un Stephen Dedalus más que adecuado. Hay que decir que en la escena final del Ulises de Strick, cuando Barbara Jefford en el papel de Molly Bloom se revuelca promiscuamente en su lecho conyugal y pronuncia en voz en off el monólogo más grandioso de cualquier novela, y ella dice sí dice sí dice sí, el mundo de la lengua de Joyce cobra por fin plena vida.

¿Qué es lo esencial? Esta es una de las grandes preguntas de la vida y, corno he señalado, surge en otras adaptaciones además de en las artísticas. Antes de acabar, me gustaría retornar el tema de esas otras adaptaciones reales en las que la «obra» que hay que adaptar somos nosotros. El texto es la sociedad humana y el individuo humano, aislado o en grupo, la esencia que hay que conservar es una esencia humana, y el resultado es el mundo plural, híbrido y mestizo en el que todos vivimos hoy día. La adaptación corno metáfora, como traslado, que es el significado literal derivado del término griego, y de la palabra relacionada traducción, otra forma de traslado, pero esta vez derivada del latín.


NAZARIN


Los lenguajes de la verdad, Salman Rushdie, p. 256

La enorme riqueza del cine mundial de la época también contribuyó en cierta medida a desmontar, o al menos a diluir, el principio de que «todas las adaptaciones son una mierda». Las primeras obras maestras sobre samuráis de Kurosawa Yojimbo y Sanjuro tenían orígenes literarios, aunque Los siete samuráis partió de un guion original, y Rashomon surgió de la combinación de dos relatos cortos de Ryünosuke Akutagawa. Satyajit Ray tomó mucho de la literatura clásica bengalí, y algunas de sus mejores películas, como Charulata y El hogar y el mundo, son adaptaciones más o menos fieles de originales de Rabindranath Tagore. Ingmar Bergman y Federico Fellini siempre filmaron a partir de sus propios guiones originales, pero Luis Buñuel fue menos dogmático y en algunas de sus películas más exitosas unió sus propias tendencias anárquicas y surrealistas con la literatura europea clásica, adaptando Belle de jour de Joseph Kessel; Tristana y Nazarín, ambas novelas de Benito Pérez Galdós, y Diario de una camarera de Octave Mirbeau. Así pues, sigue sin haber pruebas que demuestren los argumentos en contra de las adaptaciones cinematográficas y, si miramos por debajo de la gran literatura, puede sostenerse de forma convincente que muchas de ellas son mejores que el material original en prosa. A riesgo de ofender a la legión de fans de El Señor de los Anillos, yo diría que las películas de Peter Jackson superan a las novelas originales de Tolkien, porque, dicho lisa y llanamente, aquel filma mejor que este escribe; el lenguaje cinematográfico de Jackson, arrollador, lírico, tan pronto íntimo como épico, es muy superior a la prosa de Tolkien, que oscila de forma alarmante entre la charlatanería, la superioridad, la pomposidad y ese falso e insoportable clasicismo del uso del tratamiento de vos (thee y thou), y que solo consigue algo parecido a la humanidad y al inglés normal y corriente en los pasajes dedicados a los hobbits, esos hombrecillos en los que nos reconocemos mucho más que en los hombres grandiosamente heroicos ( o lamentablemente corruptos) de la saga.


Adriano y su villa


La herencia viva de los clásicos, Mary Beard, p. 82

El emperador Adriano fue una vez a los baños públicos y encontró a un viejo soldado que se frotaba la espalda contra la pared. Intrigado, le preguntó al anciano qué estaba haciendo. “Frotarme contra el mármol para limpiarme el aceite,porque no puedo costearme un esclavo”, le explicó el anciano. El emperador inmediatamente le hizo  entrega de un equipo de esclavos y del dinero para su mantenimiento. Unas semanas más tarde, volvió a los baños de nuevo. Previsiblemente, tal vez, se encontró con todo un grupo de ancianos que se frotaba llamativamente la espalda contra la pared, tratando de sacar provecho de su generosidad. Él les hizo la misma pregunta y obtuvo la misma contestación. «Pero ¿no se os ha ocurrido frotaros la espalda unos a otros?», les respondió el astuto emperador.

Esta anécdota está recogida en una extraordinaria «fantasía biográfica» de Adriano que se compiló en algún momento del siglo IV d.C., aproximadamente doscientos años después de la muerte de Adriano, por un hombre que escribía bajo el pretencioso seudónimo de «Elio Esparciano». Esta es una anécdota que debe de haberse contado sobre un cierto número de emperadores romanos. El hecho de que aparezca aquí vinculada al nombre de Adriano probablemente no tenga en absoluto relevancia alguna. Lo que sí es significativo es la visión que ofrece acerca de algunas suposiciones romanas sobre en qué consiste ser un buen emperador. Debe ser generoso, tener visión de futuro (nótese la subvención para el mantenimiento de los esclavos: los romanos sabían que incluso los esclavos regalados no resultaban baratos) y, por encima de todo, inteligente, no la clase de hombre a quien se le toma el pelo. Debía tener también el arrojo de tratar cara a cara con su gente, no debía agradarle el aislamiento propio de la élite en algún balneario privado, sino bromear con todos los que fuesen a los baños públicos. El emperador romano debía ser uno más de la pandilla, o al menos fingir serlo.

Foto: Busto neo-egipcio de Antinoo. Escultor desconocido (años 20 del siglo XX). Mármol negro, altura: 71 cm. Milán, colección privada. Foto © Franco Maria Ricci.

LA RISA DE AUGUSTO


La herencia viva de los clásicos, Mary Beard, p. 82

La risa siempre fue uno de los recursos favoritos de los monarcas y los tiranos antiguos, pero también un arma que podía usarse en su contra. El buen rey, por supuesto, sabía cómo encajar una broma. La tolerancia del emperador Augusto ante ocurrencias y bromas de todo tipo seguía siendo reconocida cuatro siglos después de su muerte. Uno de los chistes más famosos de la Antigüedad, que ha pervivido hasta el siglo XX (aparece, con personajes distintos pero conservando el final, tanto en Freud como en El mar, el mar de Iris Murdoch), era una insinuación jocosa sobre la paternidad de Augusto. La historia cuenta que al encontrarse con un hombre de provincia muy parecido a él, el emperador le preguntó si su madre había trabajado alguna vez en palacio. «No -le respondió-, pero mi padre sí.» Sabiamente, Augusto se limitó a sonreír y aguantar la broma.

Los tiranos, por el contrario, no se tomaban bien que se hicieran bromas a su costa, aunque les agradara reírse de sus súbditos. Sila, el mortífero dictador del siglo I a.C., era un reconocido philogelos (amante de las bromas), y el déspota Heliogábalo se servía de bromas de colegial como técnica de humillación. Por ejemplo, se dice que un día se divirtió sentando a sus invitados en cojines inflables y viéndolos desaparecer por debajo de la mesa mientras se deshinchaban poco a poco. Pero el rasgo característico de los autócratas de la Antigüedad (y signo de que el poder -divertidamente- enloquece) era el afán por controlar la risa. Algunos intentaron prohibirla ( como hizo Calígula al decretar el luto por la muerte de su hermana). Otros la imponían a sus pobres subordinados en los momentos más inapropiados. Calígula, nuevamente, tenía la habilidad de convertir la carcajada en una tortura exquisita: se cuenta que una mañana obligó a un viejo a presenciar la ejecución de su hijo, y que esa misma tarde lo invitó a cenar e insistió en que se riera e hiciera bromas. El filósofo Séneca pregunta por qué la víctima soportó la humillación. Respuesta: porque tenía otro hijo.


INCIPIT 1.412. BORRIQUITOS CON CHANDAL / SANCHEZ FERLOSIO


Sobre el «Pinocho» de Collodi

1. Lenguajes adaptados. Cuando los colonizadores dicen que los colonizados no están «maduros para la autodeterminación” juzgan la cosa sobre el canon de sus propias maneras de existencia; pero, aun dando por bueno ese criterio y suponiendo que respecto de él sea cierto el veredicto, no hay que perder de vista hasta qué punto éste se ha dictado desde el hecho de la propia colonización y a la luz de las relaciones por ella establecidas. Como con los animales domésticos, se juzga la inteligencia del colonizado principalmente por su capacidad para entender al colonizador, para comunicarse con él. Pero ya que la lengua es el medio en cuyo seno tiene que medirse tal capacidad, hay que ver en primer lugar qué es lo que pasa con la lengua que corre entre uno y otro; y lo que pasa es que le propio colonizador empieza por fijar esa lengua -que es la suya- en un estadio de aprendizaje absolutamente grosero y elemental


INCIPT 1.411. DEMONIOS INTIMOS / RUBERT DE VENTOS


TARDE EN CASA

Llueve, pero no mucho. Se oyen un poco los pájaros y un poco más los camiones. El vecino de arriba rezonga, pero tampoco chilla como otros días. Suenan las campanas de Sarria, que por unos momentos ensordecen la sinfonía de la radio y las vibraciones del ventilador.

Estarnos en febrero de 1985. Llego de Estrasburgo y mañana me voy a México a dar un curso más, el sexto ya. Después he de pasar por Nueva York. No me hace ilusión ir, ni tampoco me desagrada. Tan sólo me da algo de pereza.

No soy joven ni llego a ser viejo del todo: estoy justo en medio de no sé qué. No tengo ninguna enfermedad, es cierto, pero la propia salud física se me antoja ahora como ese estado de bienestar transitorio que no presagia nada bueno. Tengo hijos medio adolescentes, a los que quiero más que a nada y con los que la semana pasada no acabé de entenderme.

Tengo también libros hechos y libros por hacer, pero estos últimos ya no sé si es preciso hacerlos. Serán, si son, libros mejores y menos cándidos que los anteriores (a menudo tan aplicados, tan convencidos ellos)


INCIPIT 1.410. LA HERENCIA VIVA DE LOS CLASICOS / MARY BEARD


Este libro es un tour guiado por el mundo clásico, desde el palacio prehistórico de Cnosos en Creta, al pueblo ficticio de la Galia, donde Astérix y sus amigos siguen resistiéndose al invasor romano. Entre uno y otro, nos encontraremos con algunos de los personajes más famosos, y en ocasiones infames, de la historia antigua: Safo, Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, Cleopatra, Calígula, Nerón, Boudica y Tácito (y esta es solo una selección). No obstante, también echaremos un vistazo a las vidas de la gran mayoría de la gente normal en Grecia y R9ma: esclavos, soldados del ejército, los millones de personas de todoel imperio romano que vivían bajo la ocupación militar (por no mencionar a mi personaje favorito, del capítulo 19,  Eurysaces, el panadero romano). ¿De qué se reía esta gente? ¿Se lavaban los dientes? ¿A quién acudían si necesitaban ayuda o consejo, por ejemplo, si tenían problemas matrimoniales o de dinero? Espero que este libro sirva para presentar, o presentar desde un punto de vista distinto, a los lectores algunos de los capítulos más interesantes de la historia antigua, y a algunos de sus personajes más memorables que ejercían cargos y profesiones muy diferentes; y espero que también responda a algunas de las preguntas más acuciantes.

No obstante, mi objetivo es más ambicioso. Revisar a los clásicos significa exactamente eso. Este libro también trata sobre cómo podemos utilizar o incluso poner en cuestión la tradición clásica, y por qué aun en el siglo XXI las clásicas plantean todavía muchos temas sobre los que discutir; en resumen, se trata de entender por qué es un asunto «aún sin zanjar», ni «acabado y enterrado»


BORGES Y EL SEXO


Demonios íntimos, Rubert de Ventós, p. 251

«El asco, la repugnancia incluso, son virtudes fundamentales. Y sólo dos disciplinas, lo tengo escrito en algún lugar,sólo dos disciplinas pueden liberarnos de ese asco: la abstinencia y el desenfreno, el ejercicio de la carne o la castidad.» Está claro que el sexo ( él tal vez diría «el amor carnal») planea siempre por encima o por debajo de sus ficciones. Pero con frecuencia parece que trata de exorcizar ese deseo prohibiéndose directamente representarlo. Es el sexo o el amor lo que rodea, por ejemplo, La intriga, su mejor obra según ha dicho él mismo. En ella aparecen el amor y el sexo como trasfondo, pero el verdadero tema es la rivalidad, la complicidad y la venganza: la camaradería entre los dos hermanos que acaban por matar a la mujer a la que ambos desean y que habría podido separarlos. Como en otros cuentos o poemas suyos, el amor obra aquí como coartada para describir el grado cero de la violencia, el conato de la agresión, la ejecución en suspenso, la pura agresividad contenida del cuchillero presto o del tigre inmóvil pero listo para saltar y «que va cumpliendo en Sumatra o en Bengala su rutina de amor, de ocio y de muerte».

La crueldad, la violencia contenida, he aquí algo que seduce a Borges al tiempo que lo rechaza. Una primera muestra de esta seducción nos la da el tono beligerante de sus declaraciones pacifistas y la propia evocación de su abuelo: el heroico general Borges, muerto en una batalla con los indígenas, donde quedó solo y siguió avanzando solo, trotando en su caballo blanco, contra un enemigo que lo acribilló a balazos.

BORGES


Demonios íntimos, Rubert de Ventós, p. 238

Borges creía en la democracia pero en su vertiente marcadamente conservadora. Por conservador era antiperonista, más que por democrático; por eso tuvo veleidades con las juntas militares después del retorno de Perón. Borges había heredado un concepto patricio de su país: Argentina era la nación que sus antecesores le habían legado y quería que continuase fiel a aquel modelo heroico.

“A mí me han engañado y tomado el pelo muchas veces, y de la manera más burda ... , aunque he de reconocer ahora que pudieron hacerlo porque yo fui siempre cómplice del engaño ...

-¿Un engaño que le llevó a negar la existencia de treinta mil desaparecidos?

-La verdad, yo no leía los periódicos y conocía a poca gente, aunque sí, sí había oído hablar de «desapariciones». Pero mis amigos ... -y lo que ahora añade lo repite casi al pie de la letra en una entrevista posterior con R. Chao-, pero mis amigos me habían asegurado, sinceramente creo, que se trataba de turistas que cambiaban de sitio, pero que no había realmente «desapariciones». Yo les creí hasta que las madres y abuelas de la Plaza de Mayo vinieron a casa. Entre ellas se encontraba la prima de los propietarios de uno de los periódicos más importantes de Argentina. Enseguida comprendí que esa mujer no era una actriz. Y ella me dijo que su hija estaba desaparecida hacía seis meses.”


EROS


Demonios íntimos, Rubert de Ventós, p. 136

Por la tarde vuelvo al Village y paseo por Christopher Street, donde hace ya tiempo Ángel Zúñiga me introdujo en los primeros -discretos- clubs gays. Ahora los gays ya han salido del armario e incluso ocupan la calle, donde se mueven como Pedro por su casa. El color del pañuelo de paliacate que llevan en el bolsillo de los vaqueros identifica sus preferencias o especialidades: activo o pasivo, sado u oral, de hotel o de apartamento.

¡Y qué alegría ver ahora a esos chicos en floración, paseando seguros y comentos, ufanos de su identidad! ¡Cuánta vergüenza secreta y cruel, cuánta culpabilidad gratuita por fin disuelta (y cabe decir que también un tanto banalizada) en esa aceptación de un mundo hasta ahora condenado a bascular entre la perversión y la mala conciencia, entre los oropeles del espectáculo, los setos de Washington Square y las tinieblas del urinario!

Ahora sólo falta que eso se generalice a otros colectivos, que no será fácil. ¿Cuándo llegaremos a que los ancianos, los étnicos, los gordos, los andrajosos o simplemente los feos puedan mostrarse seguros y orgullosos? ¿Cuándo dejarán de vivir su estado como un pecado? ¿Cuándo podrán exhibirse sin avergonzarse? ¿Cuándo saldrán de su madriguera todos los que todavía no pueden dejarse ver sin ofender, amar sin asustar, mostrarse sin aterrar, todos los que viven en la alternativa de suscitar el escándalo o dar lástima?


INCIPIT 1.413. EL AFFAIRE ARNOLFINI / J-P POSTEL


En Londres, los días que hace buen tiempo, una extraña forma humana se ofrece a la mirada de los paseantes que deambulan por Trafalgar Square, justo ante la entrada principal de la National Gallery. Lleva una máscara y un sayal, y se mantiene en levitación, inmóvil, unos sesenta centímetros por encima del suelo. A veces mueve un poco la cabeza, lentamente. La brisa hace que su sayal flote. Una mano enguantada sobresale y descansa débilmente en la empuñadura de un grueso y largo bastón, cuya punta se pierde en los pliegues de un trozo de sábana extendido en el suelo. La máscara pretende ser terrorífica; es la máscara de un guerrero de la saga Star Wars. No sabría decirles de cuál de ellos. En el suelo una gorra de terciopelo puesta del revés contiene algunas monedas.

Nos gustan el ilusionismo y los juegos de magia. Ver aparecer en las manos del mago la reina de corazones o el rey de picas invocados en secreto nos deja siempre boquiabiertos.


TIRESIAS


Demonios íntimos, Rubeert de ventós, p. 40

Y es entonces cuando los aquí y allí comienzan a enredarse y nos sentimos participantes -ya no meros observadores- de la natura naturans, del proceso todavía misterioso por el que las cosas se hacen y se deshacen. Es el puro egoísmo a deux de la cópula transfigurado en niño, en vida autónoma, en materia ajena y enajenada que a través de nosotros produce un nuevo artefacto.

Y eso resulta más exquisito y más misterioso aún que lo de formar una bestia de dos espaldas trabadas con un clavo. Es la alquimia por la que participamos, sin saber cómo, en un proceso milagroso donde la química se sublima en metafísica. Copular resulta así la experiencia ontológica más al alcance de nuestra especie y que nos convierte, como quería Heidegger, en auténticos «pastores del Ser». El amor o el placer pueden ser magníficos pero al fin y al cabo son poco más que el señuelo que la Naturaleza nos pone para que cumplamos nuestro deber de reproducirnos a mort, hasta devolverle el cadáver que aún le debemos. No resulta, pues, sorprendente la envidia masculina de la doble y dilatada experiencia que en este capítulo tienen las mujeres: ¡pobre de él, para quien tantas veces hacer el amor supone simplemente eyacular! Es quizá por eso por lo que el hombre va siempre tan atento y al acecho con lo del sexo: para suplir, al menos en cantidad, lo que en versatilidad jamás tendrá. No le faltaba razón a Hera al cegar a Tiresias cuando éste osó revelar a Zeus el gran secreto: «Las mujeres gozan más que los hombres también en la cópula.» Su veredicto fue terminante, según refiere Apolodoro: «Si el placer genésico tiene diez partes, nueve corresponden a la mujer y una sola queda para el hombre.» ¡Sólo faltaba eso!: ¡sólo faltaba que el secreto se divulgara! Mirad, si no, lo que pasa en muchos lugares, donde al parecer el secreto corrió y donde desde entonces no cejan de obstruir, taponar, cortar, coser y recoser los clítoris o las vaginas, que podrían gozar más de la cuenta.


Quousque tandem ...?


La herencia viva de los clásicos, Mary Beard, p. 115

Marco Tulio Cicerón fue asesinado el 7 de diciembre del año 43 a. C.: el orador más famoso de Roma, defensor ocasional de la libertad republicana y crítico implacable de la autocracia. Finalmente, acabaron con él los lacayos de Marco Antonio, uno de los miembros del triunvirato que gobernaba Roma y principal víctima de su deslumbrante y última invectiva: más de una docena de discursos llamados Filípicas, en honor a los ataques casi igual de desagradables que Demóstenes había dedicado a Filipo de Macedonia, tres siglos antes. La persecución había degenerado en un elaborado y, ocasionalmente cómico, juego del escondite, puesto que Cicerón pasaba su tiempo resguardándose en su villa a la espera de la inevitable llamada en la puerta y haciendo veloces escapadas junto al mar. Finalmente, sus asesinos lo cogieron en su litera de camino a la costa, le rebanaron la garganta y le enviaron su cabeza y sus manos a Antonio y a su mujer Fulvia, como prueba de la hazaña que habían realizado. Cuando el terrible paquete llegó, Antonio ordenó que los restos fueran expuestos en el Foro, clavados en el lugar en el que Cicerón había pronunciado muchos de sus devastadores discursos; pero antes, Fulvia puso la cabeza en su regazo y, según cuenta la historia, le abrió la boca, le sacó la lengua y se la atravesó una y otra vez con un alfiler que se había desprendido del pelo.

La decapitación, y la parafernalia que se desplegaba con ella, era en cierto modo un peligro que iba con el cargo para las figuras políticas de primera línea en Roma, durante los cien años de guerra civil que condujeron al asesinato de Julio César.


INCIPIT 1.409. UNA SUPLICA PARA EROS / SIRI HUSTVEDT


En cierta ocasión, mi padre me preguntó si sabía dónde estaba en lontananza. Yo le dije que creía que en lontananza era otra manera de decir allá. Él sonrió y dijo: «No, en lontananza se encuentra entre aquí y allá.» Esta pequeña anécdota me ha acompañado durante años como ejemplo de magia lingüística: se me identificaba un nuevo espacio -una zona media que no estaba ni aquí ni allá-; un lugar que, sencillamente, no había existido para mí hasta que alguien le dio un nombre. Durante la breve explicación que mi padre elaboró del significado de en lontananza, y siempre que he pensado en ello desde entonces, en mi mente aparece un paisaje: me encuentro en la cresta de una pequeña colina, contemplando un valle desierto en el que se alza un árbol solitario, y más allá se extiende el horizonte, definido por una serie de lomas o altozanos. Esta imagen, tosca pero práctica, regresa a mí cada vez que pienso en lontananza, una de esas palabras magníficas que, como luego descubrí, los lingüistas denominan «variables»: palabras que se diferencian de las demás porque obtienen su animación de quien las pronuncia y así se comportan. En términos lingüísticos, esto significa que nunca puedes encontrarte realmente en lontananza.

INCIPIT 1.408. LA NOCHE FENOMENAL / PEREZ ANDUJAR


Se conoce la pandilla y todo va de maravilla.

Ángel acababa de regresar de Dijon, donde estuvo viviendo cerca de un año. Era alto y tenía los ojos de color azul pálido. Se había afincado en esa ciudad de la Francia históricamente profunda, antigua capital del ducado de Borgoña, en busca de las huellas del diablo por sus viejas calles empedradas, sus caserones, sus mansiones residenciales, sus iglesias, sus fortificaciones. Nuestro encuentro tuvo lugar una tarde en la librería Jaimes, desterrada a la calle Valencia, y de facto la librería francesa de Barcelona. Durante muchos años, la librería estuvo en el paseo de Gracia, pero se vio forzada a irse del lugar más señorial de la ciudad a causa de la especulación. Lo mismo había ocurrido en las Ramblas con la librería Documenta. La ciega entrega a la especulación y al turismo llevaba tiempo dejando el centro de la ciudad sin vecinos y sin libros. Solo policías y gente desorientada.

En la sala de actos de Jaimes (al final del local), se exhibía aquellos días una selección litográfica de la obra de Jean-Baptiste Perronneau, un pintor sin fama que hizo retratos de gente desconocida a las puertas de la revolución francesa. Buena parte de su pintura está en el Museo de Bellas Artes de Orleans, como es el caso del óleo que dedicó al dibujante y hombre de negocios Aignan-Thomas Desfriches


INCIPIT 1.407. TASMANIA / PAOLO GIORDANO


En noviembre de 2015 me encontré en París asistiendo a la conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Digo que me encontré no porque no hubiera querido ir: al contrario, la cuestión del medio ambiente me preocupaba hacía tiempo y leía mucho sobre el tema. Pero, si no hubiera sido aquella conferencia sobre clima, seguramente habría buscado otra excusa para marcharme, un conflicto armado, una crisis huma11itaria, una preocupación distinta y más grande que las mías que me absorbiera. Quizá en esto consiste la fijación que muchos tenemos con los desastres inminentes, ese interés por las tragedias, un interés que creemos noble y que será, pienso, el asunto de esta historia: en la necesidad de encontrar, en cada trance difícil de la vida, algo aún más difícil, más urgente y amenazador en lo que podamos diluir nuestro sufrimiento personal. Y seguramente esto nada tiene que ver con la nobleza.

Era un periodo extraño. Mi mujer y yo queríamos tener un hijo, llevábamos unos tres años intentándolo

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