Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

UCRANIA


No callar, Javier Cercas,  p. 362

Ahora bien, ¿cómo es posible que, entre nosotros, quienes no paran de reclamarse herederos de la Segunda República propongan repetir en Ucrania el error de la no intervención? ¿Cómo es posible que llamen «partidos de la guerra» a quienes intentan ayudar a los ucranios que han decidido defenderse del golpe de Putin como decidieron los españoles defenderse del golpe de Franco?¿QUé se ha hecho del «iNo pasarán!», aquel lema que blandió la resistencia española como lo blande hoy la ucrania? Hay quien sostiene que la negativa de Podemos a entregar armas a los ucranios surge de la ignorancia, o de ese pacifismo de chiquipark que, enfrentado a sujetos como Putin, mata más gente que Rambo (ninguna objeción a la «diplomacia de precisión» propugnada por Pablo Iglesias, salvo que, con la entera diplomacia occidental movilizada para tratar de desactivar a Putin, suena a chiste de Los Morancos); nada de esto me convence. Hasta donde alcanzo, la única explicación verosímil la adujo el ministro Garzón, líder de Izquierda Unida, que enmarcó la actitud de Podemos en la batalla que este partido mantiene con la vicepresidenta Yolanda Díaz, quien sí apoya el envío de armas a Ucrania; en otras palabras: Podemos no cree, como no es probable que lo crea ningún ser racional, que abstenerse de mandar armas a los ucranios para que se defiendan de Putin contribuya a la paz -a menos que sea la paz de los cementerios, claro está-, sino que dice lo que dice, como escribe Garzón, «por puro interés faccional». O sea, por las mismas razones que, mutatis mutandis, impulsaron la política de no intervención en la Guerra Civil. Miento: no es que todas las guerras tengan cosas en común; es que, a fin de cuentas, todas son la misma guerra.


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