La hora violeta, Sergio del Molino, p. 85
Dicen que todos los fármacos son
venenos si se administran en dosis altas, pero no en la posología terapéutica.
El problema de la quimioterapia es que siempre es un veneno, incluso en dosis
bajas. Los protocolos médicos buscan reducir al mínimo la toxicidad, pero ese
mínimo sigue siendo demasiado para un cuerpo humano. No dejan de hablarnos de
las secuelas: cardiopatías, afecciones al pulmón, enfermedades del hígado ... Por no mencionar -¿para qué mencionarlo
todo?, ¿para qué insistir en todos y cada uno de los puntos que se recogen en
los consentimientos informados que estoy harto de firmar? Ahí, sí, ahí, donde
pone padre, madre o tutor legal- que la propia quimio puede facilitar el
desarrollo de otro cáncer años después.
Venenos potentes, que no se
arrojan a la basura, sino que requieren un tratamiento específico, como los
residuos nucleares. Venenos que no pueden ser manipulados por mujeres embarazadas
porque se ha demostrado que afectan al desarrollo intrauterino y provocan
malformaciones. Venenos que abrasan la piel si se derraman sobre ella. Venenos
que administran con guantes y mascarilla, con miedo, con precaución de
artificiero. Eso es lo que corre por la sangre aguada de mi hijo. Venenos que
destruyen sus células y lo dejan al borde de la muerte. Una y otra vez, ciclo
tras ciclo, bolsa tras bolsa, centilitro tras centilitro. Y todo para nada.
Toda esa mierda, que puede fulminar al más robusto de los seres humanos en
pocas horas, no es capaz de detener la puta leucemia.
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