Villalar por tercera y última vez
Desde que el honorable salió al
balcón y dijo: «Cataluña soy yo», se ha redoblado por estos andurriales el
estridente griterío de los gatos que quieren zapatos, de las mariquitas que
quieren ir de guantes, de las monas que quieren vestirse de seda. En los
manuales de historia próximos futuros, bajo un epígrafe en negrita que dirá «El
regionalismo », los estudiantes de bachillerato leerán: «Hacia finales de la
década de los setenta, bla bla bla, el fenómeno histórico del regionalismo, bla
bla bla». Pero este futuro «fenómeno histórico » no fue en principio más que
una pelotita de papel que López Rodó echó al aire una mañana tonta y que el
rapidísimo pelotari Suárez, a la voz de «¡mía!», empalmó de volea mientras pensaba:
«¡Qué bola, Señor, qué bola!». Y así, el más listo de todos los políticos (si
bien en la era de los Carter y los Giscard no es al fin tan difícil que un
castellano fino, con instinto y reflejos para el carpe diem, llegue a brillar
como un Solón o un Lorenzo el Magnífico)
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