Algún día seré recuerdo, Marcos Giralt Torrente, p. 151
Gonzalo Torrente Ballester
militaba en Falange cuando escribió Javier Mariño entre 1941 y 1942. No era, en
cambio, un camisa vieja. Había ingresado en el partido estallada ya la guerra,
tan tarde como en otoño de 1936, después de regresar a Galicia desde París,
adonde lo habían llevado sus estudios de doctorado. Su pretensión inicial al volver
no fue unirse al Movimiento, triunfante ya en Galicia, sino reencontrarse con
su mujer y sus dos hijos, pero al llegar supo que gran parte de sus amigos
estaban huidos, encarcelados o habían sido asesinados y, aconsejado por un
sacerdote amigo, decidió dar el paso por mero afán de supervivencia. Le
avalaron los hermanos Suevos, falangistas de primera hora, a quienes conocía
desde años antes. Eso es lo que contaba mi abuelo y, a la luz de sus cartas de
esa época, no tengo razones para pensar que mintiera. Su trayectoria previa,
además, parece confirmarlo. Desde el anarquismo de su primera juventud, había evolucionado
hacia el galleguismo republicano en el que militaban sus amigos de entonces.
Sin embargo, no era un político, nunca lo fue. Tenía una meta a la que
subordinaba cualquier otra: convertirse en escritor. Por lo demás, su acendrado
escepticismo, agitado por numerosas contradicciones, le hacía difícil comulgar
a pies juntillas con ningún credo.
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