La hora violeta, Sergio del Molino, p. 122
Izaskun y Teresa dedican más de
una hora a rebajar nuestras expectativas. Originales y copias, gruesos mazos de
impresos que debemos leer, aprobar y firmar, complejos formularios legales, jerga
médica, advertencias por triplicado. El resumen es que el trasplante es un
proceso muy agresivo lleno de infinidad de riesgos y cuyo éxito ni siquiera
supone una garantía de curación. El caso de Pablo tiene, además, sus propias complicaciones,
que obligan a añadir un montón de peros y sin embargos a una lista ya de por sí
inabarcable. El principal de ellos es que las posibilidades de curación de la
leucemia aumentarán si se presenta una complicación típica de los trasplantes, pero
muy peligrosa y a menudo mortal: la enfermedad de injerto contra huésped. En
otros casos, tratan de evitar que surja, pero en el de Pablo se plantean
incluso estimularla, pues a pesar de su riesgo posee un apreciable potencial
terapéutico. Básicamente, esa enfermedad consiste en que los linfocitos de la nueva médula reconocen el cuerpo del
receptor como un organismo enemigo, y lo atacan. Generalmente, con una
brutalidad poco entusiasta, y sus efectos son comparables a los de una alergia
que se puede combatir con Urbasón. Pero, en sus manifestaciones más graves, la
nueva médula bombardea y arrasa al paciente. Las doctoras desean un ataque de nivel
medio-bajo, pues en esa reacción los linfocitos del donante vencerían los
restos de cáncer que pudieran quedar. Está demostrado que hay una relación
entre la aparición del injerto contra huésped (EICH, como la conocen en el
hospital, en unas siglas que nos vamos a hartar de oír y de explicar) y una
mayor tasa de curación en los pacientes que la sufren.
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