El Reino, Emmanuel Carrère, p. 338
De esta historia, me gusta sobre
todo la frase: «Señor, no soy digno de recibirte, pero di una sola palabra y mi
pequeño estará curado», que en la misa viene a ser: «Señor, no soy digno de
recibirte en mi morada, pero di una sola palabra y estaré curado.»
Una historia muy parecida es la
del jefe de la sinagoga Jairo, cuya hija de doce años está moribunda. Al igual
que el centurión, Jairo pide socorro a Jesús. Éste se dispone a ponerse en
camino cuando se abre un paréntesis en el relato. Nota que alguien toca el
borde de su manto. Se detiene, pregunta: «¿Quién me ha tocado?» «Nadie en
particular», dice Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen.» «No»,
dice Jesús, «alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido
de mí.» Entonces una mujer se arroja a sus pies. Sangra desde hace mucho tiempo
por donde sangran las mujeres, pero ella continuamente, y esta impureza
permanente convierte su vida en un infierno. «Hija mía», dice Jesús, «tu fe te
ha salvado. Ve en paz.» Cerrado el paréntesis, va a reemprender el camino
cuando llega de casa de Jairo un criado que porta la terrible noticia: la niña
ha muerto. El padre se desploma. «No temas», le dice Jesús. «Si tienes
confianza se salvará.» Y por más que le digan lo que diría yo, que es demasiado
tarde, que si está muerta está muerta, Jesús va. Al entrar en la casa con el padre
y la madre les dice: «No lloréis, no está muerta. Duerme.» Después despierta a
la pequeña, que al instante se pone a jugar.
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