Ir y volver de Saidí se puede hacer por caminos diferentes, y a mí hace veinticinco años me gustaba en particular la carretera de arriba. El coche de línea nacía en el mismo pueblo, delante de la taberneta, y tenía unas cuantas paradas por pueblos de Lérida antes de llegar a la ciudad. Pero la carretera era recta, recta. Dejábamos Saidí, me volvía a saludar la silueta de la ermita de Sane Antoni y los altiplanos que en el horizonte protegían la ribera baja del Cinca de la aspereza de los Monegros y, enseguida, cada vez, mi madre hacía que me fijara en uno de los viejos pozos que había junto al camino, al que durante la guerra habían arrojado tantos cadáveres. Lo mirábamos y mi madre callaba, hablaba para sus adentros y yo no le preguntaba nada. Todavía no sabía gran cosa del frente del Ebro y de los anarquistas. Era 1968 y yo tenía catorce años, la edad ritual que en el pueblo equivalía a empezar a trabajar en el campo. Así había sido para mis padres y para mi hermano. Pero yo me dirigía a Lérida y después, al acabar el bachillerato y el preuniversitario, me iría a Barcelona. Era una chica, las máquinas ya habían llegado a la agricultura y en casa no me necesitaban
Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 1.287. TRIPTICO DE LA TIERRA / MERCE IBARZ
Ir y volver de Saidí se puede hacer por caminos diferentes, y a mí hace veinticinco años me gustaba en particular la carretera de arriba. El coche de línea nacía en el mismo pueblo, delante de la taberneta, y tenía unas cuantas paradas por pueblos de Lérida antes de llegar a la ciudad. Pero la carretera era recta, recta. Dejábamos Saidí, me volvía a saludar la silueta de la ermita de Sane Antoni y los altiplanos que en el horizonte protegían la ribera baja del Cinca de la aspereza de los Monegros y, enseguida, cada vez, mi madre hacía que me fijara en uno de los viejos pozos que había junto al camino, al que durante la guerra habían arrojado tantos cadáveres. Lo mirábamos y mi madre callaba, hablaba para sus adentros y yo no le preguntaba nada. Todavía no sabía gran cosa del frente del Ebro y de los anarquistas. Era 1968 y yo tenía catorce años, la edad ritual que en el pueblo equivalía a empezar a trabajar en el campo. Así había sido para mis padres y para mi hermano. Pero yo me dirigía a Lérida y después, al acabar el bachillerato y el preuniversitario, me iría a Barcelona. Era una chica, las máquinas ya habían llegado a la agricultura y en casa no me necesitaban
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