Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, p. 209
Después del autocine fueron a un lavacoches y pasaron el coche
por una batería de cepillos rotatorios y un túnel de espuma que retumbaba como
un terremoto. Apenas la máquina se detenía, introducían más monedas. Todos
pensaban que aquello era incluso mejor que el cine. Mientras, Phil, muy
inspirado, continuaba con su monólogo, levantando la voz para hacerse oír en
medio de la barahúnda:
-Esta historia de los simios me hace pensar en algo, ¿sabéis
qué? Parece que no solo existen impostores, sino también falsos impostores. Vi
a uno en la tele diciendo que él era un impostor famoso en todo el mundo. Se
había hecho pasar por un gran cirujano de la Escuela de Medicina Johns Hopkins,
por un físico de Harvard, por un novelista finlandés premiado con el Nobel de
Literatura, por un depuesto presidente argentino casado con una estrella de
cine ...
-¿Y nunca lo descubrieron?
-No, te he dicho que era un falso impostor. El tipo nunca suplantó
a nadie. Trabajaba de barrendero en Disneylandia hasta el día en que leyó un
artículo sobre un famoso impostor, y se dijo: «Mierda. Yo también podría
hacerme pasar por todos esos tipos tan extraños y hacer lo mismo que ellos.”
Pero luego lo meditó mejor y pensó: «¿Para qué hacerme tanta mala sangre? Lo único
que haré será hacerme pasar por otro impostor.» Y con eso hizo una fortuna.
Casi tan grande como la del auténtico impostor de fama mundial. Y quizá ahora
hay gente que se hace pasar por él.
Un día a alguien se le ocurrió pintar de negro los cristales
de todas las ventanas, de manera que así nadie se enteraría de si era de día o
de noche.
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