La madre de David Lynch era de ciudad y su padre, de campo. Este es un buen punto de partida, pues nos hallamos ante una historia de dualidades. “Todo se encuentra en un estado tan tierno, toda esa carne, y es un mundo imperfecto», ha observado Lynch, y es fundamental para comprender todo lo que ha hecho. Vivimos en un universo de opuestos, un lugar donde coexisten en una tregua precaria el bien y el mal, el espíritu y la materia, la fe y la razón, el amor inocente y la lujuria carnal; la obra de Lynch habita en el complejo terreno donde lo bello y lo maldito colisionan.
La madre de Lynch, Edwina
Sundholm, era descendiente de inmigrantes finlandeses y se crio en Brooklyn.
Creció en medio del humo y el hollín de las ciudades, el olor a aceite y a
gasolina, el artificio y la aniquilación de la naturaleza; todo ello constituye
una parte esencial de Lynch y de su visión del mundo. Su bisabuelo paterno se
asentó en un terreno cedido por el gobierno en la región del trigo cercana a
Colfax, Washington, donde en 1884 nació su hijo, Austin Lynch. Aserraderos y
árboles altísimos, olor a hierba recién cortada, cielos nocturnos tachonados de
estrellas que solo se ven lejos de las ciudades ... todo eso también forma
parte de Lynch.
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