Pretenciosidad, Dan Fox, p. 137
Si a
cada poeta. músico, bailarín, florista o chef de repostería de todo el mundo le
hubieran dicho, en las primeros años de sus vidas, que sería pretencioso por su
parte interesarse por la literatura, la música, el teatro, la jardinería o la cocina –que lo
único que podía hacer era ser fiel a las circunstancias que le habían visto
nacer-, entonces millones de imaginaciones e inteligencias se habrían
atrofiado, millones de manos no habrían aprendido nunca a hacer nada nuevo. Si
a cada colegial interesado por el dibujo le hubieran dicho que se olvidara de
tomar clases de arte porque no servía para nada o era pretencioso, que eso de
estudiar bellas artes era una pamplina presumida y que lo que tenía que hacer
era buscarse un empleo, entonces jamás habría estudiado un curso
preuniversitario de artes que le habría abierto las puertas a una escuela de
diseño gráfico, donde se habría formado como diseñador de información, de
productos o industrial, para luego hacer señales de tráfico, electrodomésticos
o instrumental médico. Nadie habría cogido su título de bellas artes y se
habría metido en el mundo del trabajo social para poner en práctica lo
aprendido enseñando terapia artística a personas con dificultades de
aprendizaje. Sin duda, no habría nadie que pudiera decirle a tu tía abuela Ethello
que quiere decir ese enorme Tintoretto que tienen en la National Gallery. Nadie
se habría apuntado a una compañía de teatro amateur y a partir de su amor a las
tablas del escenario habría terminado haciendo esas comedias de situación que tanto
te gusta ver, y nadie que no se hubiera aferrado con uñas y dientes a su
fascinación por las películas de animación haría ahora los dibujos animados que
dejan cautivados a tus niños una tarde lluviosa de sábado. No habría nadie que
te enfrentara a un reflejo del mundo
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