La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Siri Hustvedt, p. 128-129
Todos, hombres y mujeres, codificamos la masculinidad y la feminidad en esquemas metafóricos implícitos que dividen el mundo por la mitad. Las ciencias y las matemáticas son difíciles, racionales, reales, serias y masculinas. La literatura y el arte son fáciles, emocionales, irreales, frívolos y femeninos. En un artículo que recomendaba a los docentes métodos para inculcar en los niños la afición a la lectura, me encontré con la siguiente frase que se hace eco de los dolorosos recuerdos de Knausgard de su niñez cuando lo llamaban afeminado: “Los muchachos a menudo expresan aversión a la lectura por considerarla una actividad pasiva, incluso femenina”. La comprensión y el manejo de los números no llevan el mismo estigma. ¿Es más activa la aritmética? ¿No debe un niño dominar también la lectura y la escritura? ¿No es el dominio de la lectura y la escritura algo de vital importancia para ir por el mundo? Por otra parte, puesto que los números y las letras son signos abstractos, representaciones sin género, el prejuicio contra la lectura como algo femenino es poco menos que asombroso o, en palabras de Knausgard, demencial. Sin embargo, la tendenciosidad es asociativa. Todo lo que se identifica con lo femenino, ya sea una profesión, un libro, una película o una enfermedad, pierde estatus. La pregunta interesante aquí gira en torno al problema de los sentimientos: ¿qué lleva a Knausgiird a pasar directamente de los sentimientos a la feminidad?
Todos, hombres y mujeres, codificamos la masculinidad y la feminidad en esquemas metafóricos implícitos que dividen el mundo por la mitad. Las ciencias y las matemáticas son difíciles, racionales, reales, serias y masculinas. La literatura y el arte son fáciles, emocionales, irreales, frívolos y femeninos. En un artículo que recomendaba a los docentes métodos para inculcar en los niños la afición a la lectura, me encontré con la siguiente frase que se hace eco de los dolorosos recuerdos de Knausgard de su niñez cuando lo llamaban afeminado: “Los muchachos a menudo expresan aversión a la lectura por considerarla una actividad pasiva, incluso femenina”. La comprensión y el manejo de los números no llevan el mismo estigma. ¿Es más activa la aritmética? ¿No debe un niño dominar también la lectura y la escritura? ¿No es el dominio de la lectura y la escritura algo de vital importancia para ir por el mundo? Por otra parte, puesto que los números y las letras son signos abstractos, representaciones sin género, el prejuicio contra la lectura como algo femenino es poco menos que asombroso o, en palabras de Knausgard, demencial. Sin embargo, la tendenciosidad es asociativa. Todo lo que se identifica con lo femenino, ya sea una profesión, un libro, una película o una enfermedad, pierde estatus. La pregunta interesante aquí gira en torno al problema de los sentimientos: ¿qué lleva a Knausgiird a pasar directamente de los sentimientos a la feminidad?
A Knausgard se le podría llamar
el rey contemporáneo de la escritura automática. Mi lucha es un texto
incontrolado. Ésa es la naturaleza del proyecto. En la entrevista le pregunté sobre
la escritura automática, pero él no sabía nada acerca de su historia en la
psiquiatría o el surrealismo. Tampoco sabía nada del género francés de la
autoficción. En una “autoficción”, término acuñado por Serge Doubrovslcy, el
protagonista del libro debe coincidir con el autor, y el contenido, aunque puede
utilizar los recursos de la ficción, debe provenir de fuentes autobiográficas.
(Curiosamente, el libro de Knausgard pasó sin pena ni gloria en Francia, al
igual que en Alemania, donde su título no fue traducido como Mein Kampf) En la
entrevista, Knausgard insistió en que no había editado el libro, no había
cambiado una palabra, una vez escrita, y no tengo ningún motivo para dudar de
él. La obra es una cruda avalancha de palabras libre de censura procedente de
un Yo vulnerable y magullado, un Yo que la mayoría reconocemos de una forma u
otra pero decidimos proteger. No obstante, como el desenfrenado torrente
autobiográfico que es, a menudo de gran intensidad emocional, adopta las
convenciones de la novela: descripciones explícitas y diálogos que ningún ser
humano realmente recuerda. Esta forma flexible y poco rígida significa que el
lector debe tolerar ciertas longueurs inevitables, pasajes llenos de
divagaciones en los que apenas sucede nada. También hay digresiones
semifliosóficas, cavilaciones sobre el arte, los escritores y las ideas,
algunas de ellas brillantes, otras aburridas.
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