Berta, Isla, Javier Marías, p. 35
Berta se había rasgado las medias y le sangraba una rodilla y seguía muy atemorizada, verse con el caballo encima y la porra en el aire, a punto de abatírsele sobre la nuca o la espalda, la había dejado hecha un manojo de nervios, pese al desenlace benévolo del incidente, que a su vez la había dejado con una extraña flojera física, ese desenlace. La mezcla la agotaba momentáneamente, carecía de sentido de la orientación y de voluntad, no habría sabido hacia dónde encaminarse en aquel instante. El joven anticuado, llevándola siempre de la mano como si fuera una niña, la sacó de la zona más conflictiva a buen paso, la condujo hacia la de Las Ventas y le dijo:
Berta se había rasgado las medias y le sangraba una rodilla y seguía muy atemorizada, verse con el caballo encima y la porra en el aire, a punto de abatírsele sobre la nuca o la espalda, la había dejado hecha un manojo de nervios, pese al desenlace benévolo del incidente, que a su vez la había dejado con una extraña flojera física, ese desenlace. La mezcla la agotaba momentáneamente, carecía de sentido de la orientación y de voluntad, no habría sabido hacia dónde encaminarse en aquel instante. El joven anticuado, llevándola siempre de la mano como si fuera una niña, la sacó de la zona más conflictiva a buen paso, la condujo hacia la de Las Ventas y le dijo:
-Yo vivo aquí cerca. Sube y te
curamos esa herida y te calmas un rato, venga. No vas a volver así a tu casa, mujer.
Mejor que descanses y te adecentes un poco. -Ahora ya no la llamó 'muchacha'-.
¿Cómo te llamas? ¿Eres estudiante?
-Sí. De primero. Berta. Berta
Isla. ¿Y tú?
-Yo Esteban. Esteban Yanes. Y soy
banderillero.
Berta se sorprendió, nunca había
conocido a nadie taurino, ni a los figurantes de ese mundo se los había imaginado
fuera del ruedo y vestidos de calle.
-¿Banderillero de toros?
-No, de rinocerontes, a ver de
qué va a ser. Dime otro bicho al que se le pongan banderillas.
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