Berta Isla, Javier Marías, p. 540-541
Sin embargo ahora, un año y medio
más tarde, veo que ha perdido su continuo estado de tensión y alerta. Al contrario,
a menudo se muestra melancólico y pasivo. Cuando viene a casa y yo estoy
ocupada y los chicos fuera, se pasa largo rato mirando por los balcones, la
vista fija en los árboles que tan sólo fueron míos durante años y años. Se
sienta en el sofá y se abstrae, mientras yo preparo mis clases en mi despacho.
Y cuando vuelvo al salón y ya ha atardecido, ahí continúa, como si para él no
hubiera transcurrido ese tiempo. No sé lo que piensa ni lo que recuerda, no sé
en qué se abisma ni lo sabré nunca. Me digo que todos tenemos nuestras
tristezas secretas. También los que hemos permanecido quietos y no nos hemos
sometido a sacudidas aparatosas. O, como escribió Dickens si no me equivoco de
cita, al que me toca enseñar algunos cursos, me digo que 'toda criatura humana
está destinada a constituir un profundo secreto y misterio para todas las otras.
Es una consideración solemne que, cuando llego a una gran ciudad de noche, cada
una de esas casas arracimadas lóbregarnente encierra su propio secreto; que
cada habitación en cada una de ellas encierra su propio secreto; que cada
corazón palpitante en los centenares de millares de pechos que allí se
esconden, es, en algunas de sus figuraciones, un secreto para el corazón más
próximo, el que dormita y late a su lado. Y hay en todo ello algo atribuible al
espanto ... '.
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