Patria
Mi padre fue campeón de boxeo, el
más valiente,el más salvaje, el más astuto, el mejor ...
Cuando abandonó la profesión el
comisario Carner, de Concepción, le ofreció trabajar en Investigaciones. Mi
padre se rio y dijo que no, que de dónde demonios sacaba semejante idea. El
jefe de policía contestó que él podía oler de lejos a los servidores de la ley.
Un olfato infalible. Mi padre dijo que la ley le importaba un carajo y que
además, con perdón, no tenía vocación de conchudo. A mí me gusta trabajar, dijo,
no se lo tome a mal. El jefe de policía comprendió que aunque el boxeador
estaba borracho hablaba en serio. No se lo tomó a mal. Es raro, dijo, porque yo
huelo a los policías a veinte kilómetros de distancia. A los buenos, por
supuesto. No me huevees, Carner, tú lo que quieres es un peso pesado para calentar
a los lanzas, dijo mi padre. Eso jamás, dijo el comisario, yo soy un cana
moderno. Moderno o no, Carner leía libros de los rosacruces y era, sin
demasiado rigor, un adepto de John William Burr, el publicista hoy ya olvidado
de la metempsicosis. En mi casa aún hay panfletos de Burr editados por El
Círculo, de Valparaiso, y por la Asociación Gustavo Peña, de Lima, que mi
padre, previsiblemente, nunca leyó. Que yo recuerde, mi padre sólo leía las
noticias deportivas de los periódicos
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