La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Siri Hustvedt, p. 141
Desde esta estrechez de miras,
los hombres ignoran o suprimen a todas las mujeres porque la idea de que puedan
ser rivales en términos de logros humanos resulta impensable. Verse frente a frente
con una mujer, cualquier mujer, es necesariamente castrante.
“La homofobia -escribe Kimmel- es el miedo a
que otros hombres nos desenmascaren, nos castren, revelen a nosotros mismos y
al mundo que no estamos a la altura, que no somos verdaderos hombres.” Esta
declaración podría describir, de hecho, los horrores y las humillaciones que se
dan en Mi lucha. En el mundo paranoico y extrañamente hermético del hombre
blanco heterosexual, el secreto sucio, según Kimmel, es que el semidiós ungido
no se siente tan poderoso. Por el contrario, vive angustiado, sentimiento que
surge de mantener una posición insostenible, una especie de Yo falso. Ésos son “los
sentimientos de los hombres que crecieron creyéndose con derecho a sentir ...
poder, pero que no lo sienten”. El hombre que tira de una maleta con ruedas en
lugar de cargar con ella corre el peligro de convertirse en la mujer débil o el
hombre afeminado. Está haciendo un viaje al territorio contaminado y aterrador de las mujeres y los gays, donde la
hombría del verdadero hombre puede quedar expuesta como una endeble fachada.
La ironía es que el punto débil
del poder masculino blanco, de la
postura exclusiva, autocomplaciente, congratulatoria Y pugilista, es la
vulnerabilidad extrema. Todo ser humano es susceptible de ser herido. Si los
sentimientos causados por los mev1tables cortes y rasguños que cada persona
acumula en el transcurso de una vida se consideran “femeninos”, me parece que
estamos todos muy confundidos. La diferencia entre la vulnerabilidad masculina
y la femenina tal vez sea que esta encaja mejor en el esquema perceptivo de una
mujer en el de un hombre.
(En la imagen Santa Catalina de Siena de Il Sodoma)
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