De la señorita Aurora Church, a
bordo, a la señorita Whiteside, en París
Mi niña querida, el bromuro de
sodio (si es así como lo llaman) resultó ser perfectamente inútil. No quiero
decir que no me hiciera bien, pero nunca tuve ocasión de sacar la botella de la
valija. Me habría hecho maravillas si lo hubiera necesitado; pero simplemente
no las hizo porque yo he sido una maravilla. ¿Creerás que he hecho todo el
viaje en cubierta, en la más animada conversación y haciendo ejercicio? Doce
vueltas a la cubierta suman una milla, creo; y según este cálculo, he estado
caminando veinte millas diarias. Y he bajado para todas las comidas, imagínate,
en las que desplegué el apetito de una piraña. Por supuesto, el clima ha estado
lindísimo, de modo que no tengo gran mérito. El viejo, perverso Atlántico
estuvo tan azul como el zafiro de mi único anillo (que es bastante bueno), y
tan terso como el piso resbaloso del comedor de madame Galopín. Durante las
tres últimas horas hemos tenido tierra a la vista y pronto entraremos en la
bahía
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