DF Wallace portátil, p. 411-412
¡Los cerdos tienen pelo! No tenía
ni idea de que los cerdos tuviesen pelo. La verdad es que nunca he estado tan
cerca de un cerdo, por razones olfativas. Cuando yo crecí cerca de Urbana, los
días calurosos en que el viento venía de los cobertizos de cerdos de la
Universidad de Illinois eran días realmente duros. Fueron los cobertizos de
cerdos lo que hizo que mi padre cediera por fin y nos pusiera aire
acondicionado centralizado. Los cerdos huelen, cuenta la Compañera Nativa que
decía su padre, «como si la muerte en persona estuviera cagando>>. Los
cerdos que hay aquí son puercos de exposición, de una clase llamada Polonia
China, con una piel fina que parece pelo blanco cortado al rape sobre una piel
rosácea. Muchos de los cerdos están tumbados de costado, aturdidos y palpitando
en medio del calor del establo. Los que están despiertos gruñen. Están de pie o
tumbados sobre un serrín muy limpio de virutas grandes en corrales de vallas
bajas. Un par de cerdos castrados se están comiendo tanto el serrín como sus
propios excrementos. Nuevamente, somos los únicos turistas. Caigo en la cuenta
de que no he visto ni un solo granjero ni profesional agrícola en la Ceremonia
Inaugural. Es como si hubiera dos ferias distintas con poblaciones distintas.
Un megáfono en la pared anuncia que el Concurso Juvenil de Cabras Pigmeas está
empezando en el Establo Caprino.
La verdad es que los cerdos son
gordos, y muchos de ellos son francamente enormes, digamos que un tercio del
tamaño de un Volkswagen. De vez en cuando oyes alguna noticia sobre un granjero
atacado y asesinado por los cerdos. No tienen dientes a la vista, pero las
pezuñas de los cerdos parecen útiles para atacar: están hendidas, son de color
rosa y tienen un aspecto obsceno. No estoy seguro de si se llaman pezuñas o
patas en el caso de los cerdos. Los nativos del Medio Oeste rural aprenden en
segundo curso de la escuela a escribir la palabra “pezuñas”. Algunos de los cerdos tienen ventiladores de pie delante de
sus corrales y en el techo ruge una docena de ventiladores enormes, pero aquí
dentro sigue haciendo un calor sofocante. El olor recuerda al mismo tiempo a
vómitos y excrementos, como si estuviera teniendo lugar un desorden digestivo
repugnante a gran escala. Tal vez lo más parecido seria una sala de hospital
llena de enfermos de cólera. Los propietarios de los cerdos y los mozos de
establo llevan unas botas de goma que no se parecen en nada a las botas L. L. Bean
de la Costa Este. Algunos cerdos de los que están de pie se comunican a través
de los barrotes de sus corrales, con los hocicos casi tocándose. Los que
duermen se revuelven en sueños, con las patas traseras moviéndose. A menos que
estén nerviosos, los cerdos gruñen en un tono grave y continuo. Es un ruido
agradable.
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