Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CERDOS

DF Wallace portátil, p. 411-412
¡Los cerdos tienen pelo! No tenía ni idea de que los cerdos tuviesen pelo. La verdad es que nunca he estado tan cerca de un cerdo, por razones olfativas. Cuando yo crecí cerca de Urbana, los días calurosos en que el viento venía de los cobertizos de cerdos de la Universidad de Illinois eran días realmente duros. Fueron los cobertizos de cerdos lo que hizo que mi padre cediera por fin y nos pusiera aire acondicionado centralizado. Los cerdos huelen, cuenta la Compañera Nativa que decía su padre, «como si la muerte en persona estuviera cagando>>. Los cerdos que hay aquí son puercos de exposición, de una clase llamada Polonia China, con una piel fina que parece pelo blanco cortado al rape sobre una piel rosácea. Muchos de los cerdos están tumbados de costado, aturdidos y palpitando en medio del calor del establo. Los que están despiertos gruñen. Están de pie o tumbados sobre un serrín muy limpio de virutas grandes en corrales de vallas bajas. Un par de cerdos castrados se están comiendo tanto el serrín como sus propios excrementos. Nuevamente, somos los únicos turistas. Caigo en la cuenta de que no he visto ni un solo granjero ni profesional agrícola en la Ceremonia Inaugural. Es como si hubiera dos ferias distintas con poblaciones distintas. Un megáfono en la pared anuncia que el Concurso Juvenil de Cabras Pigmeas está empezando en el Establo Caprino.

La verdad es que los cerdos son gordos, y muchos de ellos son francamente enormes, digamos que un tercio del tamaño de un Volkswagen. De vez en cuando oyes alguna noticia sobre un granjero atacado y asesinado por los cerdos. No tienen dientes a la vista, pero las pezuñas de los cerdos parecen útiles para atacar: están hendidas, son de color rosa y tienen un aspecto obsceno. No estoy seguro de si se llaman pezuñas o patas en el caso de los cerdos. Los nativos del Medio Oeste rural aprenden en segundo curso de la escuela a escribir la palabra “pezuñas”. Algunos de los  cerdos tienen ventiladores de pie delante de sus corrales y en el techo ruge una docena de ventiladores enormes, pero aquí dentro sigue haciendo un calor sofocante. El olor recuerda al mismo tiempo a vómitos y excrementos, como si estuviera teniendo lugar un desorden digestivo repugnante a gran escala. Tal vez lo más parecido seria una sala de hospital llena de enfermos de cólera. Los propietarios de los cerdos y los mozos de establo llevan unas botas de goma que no se parecen en nada a las botas L. L. Bean de la Costa Este. Algunos cerdos de los que están de pie se comunican a través de los barrotes de sus corrales, con los hocicos casi tocándose. Los que duermen se revuelven en sueños, con las patas traseras moviéndose. A menos que estén nerviosos, los cerdos gruñen en un tono grave y continuo. Es un ruido agradable. 

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