John Banville, El inocente, p. 359
Por entonces estaba enredado en
una agotadora, muchas veces sucia, aunque siempre estimulante, lucha por el
poder en el Instituto, donde el continuo abuso del aporto y un consecuente
ataque de apoplejía de pronto habían dejado vacante el sillón de director. Le
expliqué el asunto a Su Majestad y, tímidamente, le indiqué que no me opondría
a que utilizara toda su influencia con los miembros de la junta de gobierno
cuando fueran a elegir a su sucesor. Ese puesto era lo que siempre había pretendido
obtener; era, podría decirse, la ambición de mi vida; a decir verdad, más aún
incluso que por mis éxitos académicos, espero ser recordado por mi trabajo al
frente del Instituto, una vez las tristes circunstancias actuales hayan sido
olvidadas. Cuando me hice cargo de él, estaba moribundo, era un polvoriento
refugio para profesores de universidad jubilados y expertos de escasa
categoría, y una especie de gueto para judíos europeos exiliados que a menudo
no estaban a la altura de sus pretensiones intelectuales. Pronto lo puse en
orden. A comienzos de la década de los cincuenta
ya era reconocido como uno de los mayores ... No, dejemos de lado falsas
modestias: como el mayor centro de enseñanza artística de Occidente. Mis
actividades como agente secreto no fueron nada en comparación con la
infiltración masiva en el mundo de la investigación artística de los jóvenes,
hombres y mujeres, cuya sensibilidad formé durante mis años en el Instituto. Si
observa cualquier galería importante de Europa o América, descubrirá a mi gente
en lo más alto, o si no, escalando obstinadamente los obenques con alfanjes en
los dientes.
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