Viva, Patrick Deville, p. 142
El Proceso de los Dieciséis se
había celebrado algunos meses antes, mientras Trotski estaba en Noruega, en agosto
de 1936. Todos los acusados, y entre ellos Zinóviev y Kámenev, los viejos
compañeros de Lenin, fueron ejecutados
al día siguiente del veredicto. La segunda puesta en escena, el proceso contra
el «Centro antisoviético trotskista de reserva , llamado Proceso de los
Diecisiete, comenzó en enero de 1937, justo después de la llegada de Trotski a
Tampico. Los viejos héroes, torturados y con sus familias ya encarceladas, se
acusan delante del fiscal Vishinski de crímenes de los que Trotski, mediante el
estudio de sus archivos, se propone exonerarles. Sus refutaciones son
implacables y poco a poco se impone, convence. Cuando al final le preguntan si
todo esto ha sido realmente útil, si no ha vendido su alma al Diablo al aliarse
con aquellos que hoy se mofan de la verdad, si no reconoce que, aun siendo
inocente de los crímenes de los que le acusa Moscú, también él tiene una parte
de responsabilidad en la propia Revolución, si merecía la pena Kazán para terminar
en Lubianka, Trotski responde con una frase que quizás Natalia y Frida podrían
comprender mejor que John Dewey: «La humanidad no ha podido hasta el presente
racionalizar su historia. Es un hecho. Nosotros, los seres humanos, no hemos
podido racionalizar nuestros cuerpos ni nuestros espíritus. Es cierto que el
psicoanálisis intenta enseñarnos cómo armonizar nuestro físico con nuestra
mente, pero sin grandes resultados hasta el momento.”
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