El intocable, John Banville, p. 36-37
-El motivo -dije, imagino que con
mi Voz D1scurs1va- es el suicidio de Séneca el Joven en el año sesenta y cinco
de nuestra era. Mire a sus afligidos amigos y familia, reunidos a su alrededor mientras su sangre gotea en la copa
dorada. Allí está el oficial de la guardia (Gavio Silvano, según Tácito) que
comunica de mala gana la imperial
sentencia de muerte. Aquí está Pompeya Paulma, la joven esposa del filósofo,
dispuesta a seguir a su marido en la muerte, ofreciendo su pecho al cuchillo. Y
fíjese, allí, en segundo plano, en esa habitación más lejana, una sirvienta
llena el baño en el que dentro de poco el filósofo exhalará su último suspiro.
¿No está todo admirablemente ejecutado? Séneca era un español educado en Roma.
Entre sus obras destacan las Consolationes, las Epistolae morales y la
Apocolocyntosis divi Claudii, es decir, La conversión del divino Claudio en
calabaza; esta última, como puede usted figurarse, es una sátira. Aunque
aseguraba desdeñar las cosas de este mundo, logró, no obstante, amasar una
enorme fortuna, procedente en su mayor parte de préstamos en Britania; el historiador
Dión Casio dice que los excesivos intereses que Séneca cobraba por sus
préstamos fueron una de las causas de la rebelión de los britanos contra el
ocupante, lo cual significa que, como ha señalado Lord Russell agudamente, la
rebelión de la reina Boadicea iba dirigida contra el capitalismo por el
principal defensor filosófico de la austeridad que había en el Imperio Romano.
Tales son las ironías de la historia.
Sigilosamente, miré de soslayo a
la señorita Vandeleur; sus ojos empezaban a ponerse vidriosos; conseguiría
vencerla por agotamiento.
--Séneca chocó con el sucesor de
Claudio, el antes mencionado Nerón, del que había sido tutor. Fue acusado de
conspiración y obligado a suicidarse, cosa que hizo con gran entereza y
dignidad.
Señalé el cuadro que teníamos
delante. Por primera vez se me ocurrió preguntarme si el pintor tenia motivos
para describir la escena con semejante serenidad, con ran estudiada calma. Una
vez más, el estremecimiento de la inquietud. ¿Estoy condenado a eso en esta
nueva vida, no hay nada que no sea dudoso?
-Baudelaire -
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