El inocente, John Banville, p. 373-374
Me encantaban las modas de los
años cincuenta, los maravillosos ternos, las preciosas camisas de algodón, las
corbatas de pajarita de seda y los gruesos y pesados zapatos cosidos a mano. Me
encantaban los accesorios que formaban parte de la vida cotidiana en aquellos
tiempos ahora tan denostados: las butacas blancas de forma rectilínea, los
ceniceros de cristal, los aparatos de radio de madera moldeada con sus válvulas
incandescentes y sus frentes de rejilla misteriosamente eróticos; y, por
supuesto, los automóviles, lustrosos, negros, con la parte trasera muy ancha, como
los músicos de jazz negros a los que a veces tenía la suerte de ligarme en la
entrada de artistas del London Hippodrome. Cuando miro hacia atrás, son ésas
las cosas que recuerdo más vivamente, no los grandes acontecimientos públicos,
ni la política -que no era verdadera política, sino un histérico griterío
pidiendo más guerra- y ni siquiera, siento decirlo, las actividades de mis
niños, tan inseguros y necesitados de ayuda durante su adolescencia sin padre;
sobre todo, recuerdo el bullicioso torbellino de la vida homosexual: el encanto
eleganre, de fulares blancos de seda, que tenía todo aquello, las disputas y
los pesares, la amenaza latente, los inenarrables y siempre abundantes
placeres. Eso fue lo que tanto echó de menos Boy en su exilio americano (“Soy
como Ruth”, me escribió, “entre extranjeros reaccionario”. Nada podía
compensarle del hecho de no estar en Londres, ni los Cadillac ni los Camel ni los
jugadores de fútbol del Nuevo Mundo, con el pelo cortado al cepillo. Tal va si
no se hubiera ido a América, si lo hubiese dejado, como yo, o, de quedarse,
hubiera seguido trabajando intermitentemente para Oleg, habría podido evitarse
todos aquellos problemas, habría podido acabar convirtiéndose en una alegre y veterana
reina que se paseara ostentosamente entre el Reform Club y los urinarios
públicos junco a la estación de metro de Green Park. Pero Boy adolecía de un
incurable compromiso con la causa. Fue una lástima, realmente.
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