-Los estoicos niegan el concepto
de progreso. Puede haber un pequeño adelanto aquí, una mejora allá, como la
cosmología en su época, o la odontología en la nuestra, pero a lo largo del tiempo las cosas, tanto las buenas como las
malas, la belleza y la fealdad, la alegría y la tristeza, permanecen constantes
y mantienen una especie de equilibrio.
Periódicamente, al cabo de los inconmensurables períodos de tiempo, el mundo se
destruye en un holocausto de fuego y entonces todo vuelve a empezar, como
antes. Siempre he encontrado enormemente
alentadora esta concepción prenietzscheana del eterno retorno, y no porque
espere volver a vivir mi vida una y otra
vez, sino porque eso quita cualquier trascendencia a los acontecimientos al
tiempo que les confiere el numinoso significado que se deriva de la
inmutabilidad, de la perfección absoluta. ¿Comprende?
Sonreí lo más amablemente que
pude. Se quedó boquiabierta un momento,
y sentí un vivo deseo de alargar un dedo y cerrarle la boca de nuevo.
-Y resulta que un buen día leí,
no puedo recordar dónde, un informe acerca de una breve conversación entre
Josef Mengele y un médico judío a quien había salvado de ser ejecutado para que
le ayudara en sus experimentos en Auschwitz. Estaban en la sala de operaciones.
Mengele intervenía a una mujer preñada, cuyas piernas había arado a la altura
de las rodillas antes de empezar a provocar el nacimiento de su hijo, sin la
ayuda de ningún anestésico, por supuesto, pues eran demasiado valiosos para
gastarlos con judíos. En los momentos de tregua en que la madre dejaba de chillar,
Mengele disertaba acerca del vasto proyecto de la solución final: el número de afectados, la tecnología,
los problemas logísticos, etcétera. ¿Por cuánto tiempo, se atrevió a preguntar
el médico judío -debió de ser un hombre valeroso-, por cuánto tiempo
continuaría el exterminio? Mengele, no del todo sorprendido, al parecer, ni
molesto por la pregunta, sonrió discretamente y, sin levantar la mirada de su
trabajo, dijo: Oh, seguirá y seguirá, sin parar ... Y se me ocurrió que el
doctor Mengele era también un estoico, como yo.
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