De Cádiz a La Habana
La motonave Guadalupe, de la
Transatlántica, zarpó de Cádiz rumbo a La Habana y a Nueva York a las cinco y
media de la tarde del día 3 de agosto de I954
La rada de Cádiz es espaciosa y
tiene una curva muy bella, muy suave; pero, al empezar a navegar, la luz era
tan fuerte, tan pegajosa y pastosa que casi no se veía nada. A contraluz, y
como puesta en la boca de un horno, se veía el perfil de la ciudad, muy roto:
lo que en el país llaman «afiligranado». Los arenales del sur de la ciudad, los
blancos de San Fernando, de La Carraca y del Puerto de Santa María tenían una
cualidad gelatinosa, casi líquida, en la luz deslumbrante y pesada. El cielo
estaba azul pálido, un azul vaporoso a la luz del sol. Navegada la fabulosa
curva de caracol de la bahía, el Guadalupe puso proa al cabo de San Vicente. Al
norte, la costa gaditana, la desembocadura del Guadalquivir, el litoral de
Huelva --costas bajas-se perdían en la inconsistencia de la atmósfera, en una
bruma bochornosa, de color amarillento de esparto dorado.
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